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Diciembre 7, 2019

2010-2019: nuestras películas peruanas favoritas de la década

Los colaboradores de la revista Ventana Indiscreta han elaborado una lista con sus películas preferidas, estás son las seleccionadas.

Redacción
ESPECIAL
/CINE PERUANO
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10. Videofilia y otros síndromes virales (Juan Daniel Molero, 2015)


Por José Carlos Cabrejo


En la película de Juan Daniel F. Molero, no hay una realidad afectada por pantallas que capturan la atención de sus personajes. La realidad ya es una pantalla, una que se satura de gifs y virales de Youtube, y se pixelea. Las últimas escenas de la película sintetizan bien esa mirada del mundo online como uno que abduce el nuestro, con Junior (Ter Om) escapando de quienes lo acusan de ser el culpable de la muerte de Luz (Muki Sabogal), nombre que remite justamente a una característica esencial de las pantallas. ¿Puede él ser capaz de dar muerte a esa Luz de video? Pues no, el cuerpo del personaje de Sabogal se distorsiona y convierte en una espiral en la que él se pierde. Es esa Luz justamente la que funciona como una espiral en la que, al parecer, todos estamos ingresando y perdiéndonos para siempre.


Las preocupaciones de Videofilia (y otros síndromes virales) son próximas a las de otras películas contemporáneas de otras partes del mundo, como Hoax_canular (2013) de Dominic Gagnon. Pero tal como hemos podido apreciar, eso no quita que sea una obra muy personal, tanto en su actualización turbadora de esa conversión del ser humano en un cuerpo puramente tecnológico, tal como se nota en el discurso de la “nueva carne” de David Cronenberg, como en su visión política del país, como si éste estuviera afectado por una profunda perversión de la imagen, que tiene sus raíces en las coloridas y grotescas portadas de la prensa chicha y en los “vladivideos”, con Montesinos interpretando a un Mefistófeles visionario, dispuesto siempre a dejar registro del mal ante una cámara.Videofilia (y otros síndromes virales) posee la textura de un viejo y rayado disco pirata de VCD, sobre la que se inscribe un mundo videográfico inquietante, de pesadilla colectiva.Por eso ofrece algo único en el panorama de las películas peruanas de esta década.



9. La última tarde (Joel Calero, 2017)



Por Giancarlo Cappello


En La última tarde, Joel Calero apuesta por dar voz a personajes que el cine nacional no ha querido o no ha sabido modular más allá del tópico habitual. Construye a dos ex militantes de Sendero Luminoso muchos años después de sus días más agitados, reunidos a propósito del trámite de divorcio que deben completar ante un juez. El macguffin de la separación formal actúa como telón de fondo para desagregar el retrato de una pareja que expone sus bemoles y dobleces, lo que fueron, lo que dejaron de ser y, especialmente, lo que no pudieron ser. No es una película a lo Aristarain en la que se declaman, explican y subrayan los ideales. Pero cuando tiene que hacerlo, ocurre como consecuencia de internarse en su mayor interés: la naturaleza frágil y ambigua de sus personajes. Porque Ramón y Laura, más allá del pasado senderista del que no podrán desprenderse, dan cuenta de la actualidad y el pasado de una generación tironeada por la ilusión y la confusión de su tiempo. Un tiempo que se reconstruye a través de la memoria, con todo lo que ello implica de subjetivo, pero que consigue involucrar a la sala.


La última tarde es una película introspectiva, conversacional, con una propuesta visual que acompaña a sus personajes como Linklater a Céline y Jesse, pero que debe mucho al excelente desempeño de sus actores protagónicos, Katerina D’Onofrio y Luis Cáceres.



8. El mudo (Daniel y Diego Vega, 2014)



Por Elder Cuevas Calderón


Usted sabe que yo sé que usted sabe que yo sé.

Podría resultar paradójico dar voz a un filme llamado El mudo. Sin embargo, más allá de la trama que conjuga el humor negro, la película es potente por la fluidez y naturalidad con la que devela la inexistencia de la voz ciudadana. ¿Por qué un juez queda mudo? Detengámonos a pensar. El filme no lo enuncia como un locuaz sujeto, un orador, un encantador de serpientes, cuya mudez pusiera fin a su carrera. ¡No! Por el contrario, es representado como un juez timorato, de pocas palabras, o dicho de otra manera, que no habla sino es hablado, por eso, el énfasis en sostener que las personas saben que él sabe que ellos saben que él sabe; ¿qué sabe el juez? ¡Nada! Su voz (o sus parlamentos) evidencian lo traumático y vacío de hablar-siendo-hablado. Ahora bien, más allá de el trabalenguas, entendamos que la representación del personaje en un juez refuerza la noción de estar en una ciudad a la que el derecho de vivir en ella ha sido sustraído; y en donde la agencia está delegada en actantes ineficientes, impotentes, que solo funcionan a partir de la corrupción. En una ciudad representada por una paleta que imita al cielo de la ciudad, El mudo interpela al espectador, lo hace reír pero a través de la complicidad; no con el protagonista sino con la transgresión de los actos que allí ocurren. Su humor ácido lo consigue con recircular las taras de una ciudad que se repiten al infinito. El logro del filme está en hacer de una anécdota una película introspectiva y aguda.



7. El limpiador (Adrián Saba, 2012)



Por Ricardo Bedoya


El limpiador  (2012), primer  largometraje de Adrián Saba (1988), carece de movimientos  de cámara durante todo su desarrollo. Solo en la imagen final,  un discreto trávelin sigue al protagonista, Eusebio (Víctor Prada),  hacia su destino terminal. En la banda sonora, oímos una melodía de acentos sordos.


La decisión de mantener el encuadre estable y fijo guarda correspondencia con la actitud y el gesto del protagonista, un hombre que enfrenta con carácter estólido la inexplicable plaga que diezma a los habitantes  de Lima. Es, pues, un “limpiador”. Pero lo inesperado ocurre mientras “limpia” una casa solitaria y descubre a un niño de ocho años: se llama Joaquín (Adrián Du Bois), y está escondido en un clóset desde que su madre cayó muerta, presa de la epidemia. Empieza una relación entre dos personajes excéntricos y marginales. Dos solitarios abandonados a su suerte en un lugar peligroso.  Ambos son lacónicos y su comunicación se establece por gestos y sobreentendidos. Temen a la epidemia que avanza, pero no discuten sobre ello. Sus acciones confirman el pacto de supervivencia que han suscrito.


Hay tres elementos que  consolidan la organización de El limpiador. Pese a su registro casi documental, se vincula con la ficción  distópica. Lima está asolada. La trama no sugiere la eventualidad de una hecatombe planetaria. Registra solo lo que ocurre ahora y en lo inmediato.  La muerte está desprovista de dramatismo, pero también de los estándares de emoción o de espectacularidad impuestos por las convenciones genéricas. La situación  descrita es alarmante, pero El limpiador evita el pathos y desdramatiza.


Tomado del libro El cine peruano en tiempos digitales, de Ricardo Bedoya (Universidad de Lima, 2015)



6. El elefante desaparecido (Javier Fuentes-León, 2014)


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