NOTICIA
“Cahiers du Cinéma” y la cinefilia de ayer y hoy
A propósito de la renuncia del equipo periodístico de la revista Cahiers du Cinéma, y de la importancia que ha tenido en la historia del cine, publicamos este artículo sobre la cinefilia. ¿Cómo surge este término? ¿Cuáles son sus etapas más saltantes? ¿Existen tipos de cinéfilos? ¿De qué forma algunas revistas han alimentado el amor por las películas? A continuación, las respuestas a estas y otras interrogantes sobre la pasión del cine.
Isaac León Frías

Marzo 6, 2020
Fuente: Universidad de Lima
Del cinemero al cinéfilo
Hasta donde se sabe, el origen del término es francés, lo que no es en absoluto raro tratándose del cine y más aún en lo que el término designa: ese especial apego al cine y, en concreto a las películas, que ha tenido su centro histórico en Francia y de manera especial en París. Pero hay que precisar, por mucho tiempo se conoció como cinemero (en el Perú y en muchos otros países) al aficionado que solía ir con regularidad a las salas y que, obviamente, disfrutaba de lo que veía y participaba de la mitología del espectáculo (el estrellato, la adhesión a géneros o motivos), sin ser necesariamente un espectador instruido, “culto” o conocedor del lenguaje o la historia del cine. En cambio, el vocablo cinéfilo tiene otra connotación y que hoy en día se llame cinéfilos a todos los aficionados es equívoco. Porque la cinefilia, tal como se perfila desde los años cincuenta, alude a un vínculo tan fuertemente pasional como intelectual. Es decir, el cinéfilo es un espectador diferenciado, no necesariamente un crítico de películas, pero sí alguien que posee un cúmulo de conocimientos y referencias del que no dispone un cinemero común y corriente. Este último puede manejar cierto grado de información, mas no la sofisticación que habitualmente tiene el cinéfilo para administrar datos sobre la obra de un realizador, establecer asociaciones entre filmes que parecen no tener nada en común o emitir juicios y calificaciones personales.
En buena parte de los países de nuestra región los vocablos permiten distinguir, si se quiere, dos etapas o momentos en la “historia del gusto” por el cine: una primera, la de los cinemeros, asentada con firmeza entre los años veinte y comienzos de los sesenta, vinculada a la asistencia a las salas de estreno y de barrio y fuertemente asociada al culto del actor o la actriz, de los “artistas” como se decía entre nosotros. Desde los años sesenta, y sin que desaparezcan los cinemeros, empieza a perfilarse un desplazamiento que va de los intérpretes a los directores, del gusto más bien espontáneo y despreocupado a uno más selectivo y exigente, al menos en un sector, ciertamente minoritario pero visible. Este aficionado diferenciado se interesa por la historia del cine, por la creación fílmica, se vincula a los cineclubes, a la crítica, a la realización de películas.
Si bien, la aparición de los cineclubes y el ejercicio de la crítica es anterior en los países sudamericanos (en Brasil, Argentina y Uruguay desde los años cuarenta los cineclubes y la crítica desde antes), no se configura propiamente una cinefilia como la que se impone en Europa en los años cincuenta. Hay un interés cultural por el cine que, con algunas excepciones, no provoca el entusiasmo ni esa suerte de compromiso casi militante, propia de la cinefilia de los cincuenta y sesenta. Por cierto, hay que señalar que el cineclubismo se inicia entre nosotros con la creación del Cine Club de Lima en 1953. Promovido por un grupo de destacados intelectuales y luego de cinco años, el cineclub desaparece y sus animadores (salvo uno de ellos, Claudio Capasso, que sigue en la crítica por unos años más) se alejan de cualquier actividad vinculada con la cultura cinematográfica. No es una generación cinéfila, es sólo un grupo de intelectuales interesados temporalmente por el cine.
Por cierto, desde los años ochenta, con la consolidación del reproductor de videos, la cinefilia ingresa en una segunda fase, una segunda “edad” de vida, podríamos decir, ya que hace posible el conocimiento, en países con cinematecas precarias o sin ellas, de películas antes solo conocidas por referencias o simplemente no conocidas. Con la llegada del nuevo siglo, el DVD, luego el Blu-ray, más el creciente acceso a las películas a través de las pantallas informáticas, ha configurado una tercera fase en la que se multiplica el acceso a los filmes. Ahora, prácticamente todo puede ser visto, no necesariamente en las mejores condiciones porque no todo está sometido al proceso de restauración de originales y remasterización de las copias, pero mal que bien cada vez es más estrecho el margen de lo inaccesible en el espacio de la red.