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Diciembre 19, 2020

Por Sebastián Zavala Kahn
/CRÓNICA
NOTICIA

“Falling” (2020) y un encuentro con Viggo Mortensen

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El miércoles 9 de diciembre tuve el absoluto privilegio de asistir a una función especial de Falling (2020), la primera película de Viggo Mortensen como director, guionista y hasta compositor de la banda sonora. La vi en el cine Curzon de Bloomsbury, en Londres. Estuvo presente el mismísimo Mortensen, quien dio una interesante charla sobre el filme luego de la proyección.


Considerando que estamos, todavía, en medio de la pandemia por la COVID-19, vale la pena enfatizar que tanto la función como la charla se llevaron a cabo con todas las medidas de seguridad, introducidas tanto por el gobierno británico, como por la cadena de cine Curzon. La sala estaba operando únicamente al 40% de capacidad, tanto las mascarillas como el distanciamiento social eran obligatorios. y como compartir un micrófono entre espectadores no sería posible, ningún miembro del público pudo hacerle preguntas a Mortensen. Lo que sí pudimos hacer, sin embargo, fue escucharlo hablar sobre su experiencia como director y productor en Falling, una historia que, claramente, es bastante más personal de lo que uno se hubiese imaginado inicialmente.


Mortensen comenzó la charla mencionando que tuvo el placer de trabajar con actores de excelente nivel, diciendo que “todos, desde los que tenían 8 hasta los que tenían 80 años, eran excelentes, y nos facilitaron el trabajo en la sala de edición”. Además, también dijo que había querido dirigir una película por mucho tiempo, y que la primera vez que lo intentó fue con otro guion hace casi 25 años. De hecho, confesó que trató de desarrollar varios guiones a lo largo de los años, pero que nunca lograba recaudar suficiente dinero como para comenzar el trabajo de producción. Esto último es bastante preocupante —especialmente para quienes recién estamos comenzando a trabajar en la industria. Después de todo, si a un actor de la talla de Mortensen le cuesta tanto trabajo conseguir dinero para realizar una película, ¿qué nos queda a nosotros los mortales?


Por otro lado, tomando en cuenta las exigencias del guion — “escenas invernales, trabajar con niños”—, Mortensen había considerado que necesitaría siete semanas de rodaje. Lamentablemente, solo pudo tener cinco, pero gracias a su experiencia de trabajo con directores como David Cronenberg o Peter Jackson, sentía que igual podía hacerlo, porque estaba preparado —“nunca te puedes preparar demasiado o con demasiada anticipación para un rodaje”-. El primero, curiosamente, tiene un breve cameo en Falling, interpretando a un proctólogo, y como la película fue parcialmente grabada en Canadá, Mortensen mencionó que tenerlo en el set de rodaje era como “trabajar con realeza”.


Adicionalmente, declaró que Falling es una historia que comenzó a escribir luego del funeral de su madre, quien había sufrido de demencia, y mientras su padre estaba en las primeras etapas de dicha enfermedad. Su proceso creativo comenzó simplemente con algunos apuntes: conversaciones que había escuchado, o frases que alguien había dicho luego de que su madre falleciese. De hecho, la narrativa de Falling comenzó como un cuento corto que escribió durante un vuelo nocturno, el cual fue desarrollando y, eventualmente, lo convirtió en un largometraje que prefirió realizar en vez de algunos de los otros proyectos para los que también estaba tratando de recaudar algo de dinero.

Sobre el gran Lance Henriksen, quien interpreta al padre de su personaje en Falling, Mortensen mencionó que “es un actor muy honesto. No importa qué tan rara sea la película, o qué tan breve sea su rol, uno siempre se siente atraído a su actuación”. Mientras trabajaba con él, Henriksen le decía que “no quería que se dé cuenta que estaba actuando”, y según Mortensen, nunca le pasó. Incluso cuando Mortensen perdió el presupuesto para el proyecto, Henriksen le dijo que igual quería participar en él, ya que “nunca había tenido un rol como este en toda su carrera”. Ambos sabían que sería difícil, y que Mortensen tendría que recordar algunos detalles desagradables sobre su propia crianza, pero ambos actores estaban a la altura de este reto.


La charla culminó con algunas anécdotas adicionales sobre la producción de Falling. Por ejemplo, el rodaje comenzó antes de que tuviesen todo el presupuesto que necesitaban —detalle que Mortensen olvidó mientras realizaba su trabajo de dirección—, También añadió comentarios muy positivos sobre sus compañeros de trabajo, incluyendo a la genial Laura Linney, quien tiene un papel muy breve pero importante como la hermana de su personaje en la cinta. Lo más destacable de la charla fue la humildad y paciencia de Mortensen, y la pasión que claramente le tiene a este proyecto. Esperemos que Falling se pueda ver pronto en plataformas de streaming, para que más gente pueda disfrutar de esta historia de familia: de padres e hijos, de tolerancia y de relaciones interpersonales extremadamente complejas.


Un viaje incómodo


Falling cuenta la historia de Willis Petersen (Henriksen), quien a los ochenta años sufre de demencia y pierde el control de su vida. Petersen se va de su, aparentemente, cómoda granja para tratar de encontrar una casa más cerca a la de su hijo, John (Mortensen). Es así que la película nos va mostrando la relación entre ambos y las diferencias —ideológicas y de comportamiento— que existen entre ellos. Willis es un hombre extremadamente controlador, chapado a la antigua y discriminador, que no tiene vergüenza de hacer preguntas inapropiadas sobre la vida personal de su hijo, o de utilizar términos ofensivos que, quizás, hubiesen sido aceptables cuarenta o cincuenta años atrás.


Por su parte, John es un hombre gay, casado con un enfermero llamado Eric (Terry Chen), y padre de una adorable hija adoptiva llamada Mónica (Gabby Velis). Pero Falling no se trata únicamente sobre los conflictos entre padre e hijo. En simultáneo, nos presenta flashbacks sobre la infancia de John, los cuales nos muestran sus interacciones con un Willis más joven (Sverrir Gudnason), así como el amor que sentía por su madre, Gwen (Hannah Gross). Se trata, pues, de una versión ficcionalizada de la vida del mismísimo Mortensen, quien utiliza esta historia para desarrollar conflictos familiares palpables, en donde las diferencias generacionales se ponen en evidencia, y se trata de humanizar personajes que, en ejercicios dramáticos menores, serían caracterizados como villanos caricatúrenos e inverosímiles.


Consideren si no al mismísimo Willis. A los ochenta años es presentado como un hombre bastante detestable, necio como él solo, y claramente molesto porque está perdiendo el control de su vida —de sus memorias y de sus decisiones— No parece estar particularmente interesado en caerle bien a nadie, ni en recibir ayuda de su familia, ni de su hijo John, ni de su hija Sarah (Laura Linney). Sin embargo, el filme no carece de momentos de ternura, en donde Willis demuestra que puede comportarse de manera cariñosa. Tomen en cuenta la relación con su nieta, Mónica, quien poco a poco se va convirtiendo en su amiga, a pesar de no poder ser más diferentes. Se trata de un retrato complejo de un personaje complicado, que Mortensen desarrolla con cuidado, sin entrar en exageraciones o caricaturizaciones.

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