29 FCL: "El príncipe de Nanawa" (2025): diez años de película
- Gustavo Vegas
- hace 1 día
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Durante una década, la argentina Clarisa Navas filmó la vida de Ángel, un niño de una comunidad paraguaya. Visto en el 29.° Festival de Cine de Lima PUCP, este documental destaca por su ambición y su fuerza narrativa.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

Clarisa Navas entiende el cine como una mezcla maleable en la que una película puede derivar en otra muy distinta cuyo rodaje es capaz de abarcar años y años, una pandemia, una muerte y más, así como el corte final puede extenderse hacia las tres o incluso cuatro horas. La película inicial que buscaba filmar se ve interrumpida por la presencia enorme de Ángel, un pequeño niño que destaca entre los demás habitantes de Nanawa por su piel blanca y cabello rubio, pero también por sus opiniones.
Así, Ángel extiende sus opiniones a través de las imágenes del documental y se convierte de pronto en el protagonista total. Se vuelve su película. Llama la atención, desde su pequeñez, que exponga sobre la discriminación hacia quienes hablan guaraní o que opine incluso sobre el aborto. No son gratuitas estas secuencias pues se relacionarán con otras que veremos (horas) más adelante, mediante un montaje capaz de establecer nexos entre sus propias fabricaciones así como a través de años, una ambiciosa propuesta.

En cuanto al habla y el lenguaje, vemos cómo, con el tiempo, Ángel abandona ese léxico medianamente pomposo y expositivo para abrazar formas más coloquiales y, de algún modo, más propias de su edad. Lo mismo cuando pasa de jugar inocentes carnavales con amigos y vecinos a ir a fiestas, salir con chicas y más. El documental nos hace testigos y casi partícipes del tránsito hacia la madurez de Ángel, mediado por un equipo de filmación. Un punto clave en este recorrido es la muerte de su padre. A partir de ahí, el protagonista se asume como “hombre de la casa” y hay algo que se quiebra en él y no se recupera del todo.
Vemos, entonces, un Ángel inicial que ansiaba las visitas de Navas y su equipo (y pedía que la película no acabase nunca), contrastado con otro Ángel, ya mayor, que es capaz de eludir su propio filme y no contestar los mensajes de la directora. En la primera mitad de la película, se establece la construcción de un personaje frente al mundo y la cámara toma cierta distancia para permitirle conocerlo: constantemente detrás suyo y los terrenos por los cuales andará, adelante, augurando un futuro vasto de joven promesa. Navas y compañía se suman a la perspectiva infantil del niño y lo dejan ser, explorar, actuar. Ángel incluso graba con una videocámara que le regalan y suma al metraje imágenes que él captura.

La segunda mitad es el desarrollo del “reinado” de “Ángel el Breve”. Una vez cruzado el umbral del fallecimiento paterno, el ahora joven protagonista deja de lado su forma de ser anterior para asumir una suerte de mayor seriedad, en la misma línea de lo que hace la película. La alegría y el juego anterior se desvanecen y en su lugar surgen un dolor y preocupaciones más aterrizadas a su edad. Hay una dimensión de ternura inevitable al seguir el crecimiento de Ángel a lo largo de una década, en la que somos testigos de la madurez no solo del protagonista, sino también de la directora y sus modos.
El tránsito de Ángel alcanza su final bajo una circularidad preciosa. Fuera de la paternidad prematura y el embarazo juvenil de su pareja, el príncipe de Nanawa se convierte en padre de familia. Entra a tallar el tema del aborto visto al principio a medida que llegó a cuestionar su propio rol paterno y la decisión de alumbrar una nueva vida en este mundo. Ángel pierde parte de su familia, pero logra formar la suya. Quizá ya no sea aquel monarca que alguna vez fue, pero tiene otro reino, uno más importante. El príncipe de Nanawa (2025) es uno de mis estrenos favoritos del año y una sincera recomendación del 29.° Festival de Cine de Lima.
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