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29 FCL: "Un simple accidente" (2025): el precio de la inocencia

La cinta de Jafar Panahi, ganadora de la Palma de Oro, aborda entre la comedia negra y el thriller el trauma de las víctimas de tortura en el régimen iraní. Advertencia: hay spoilers adelante.


Por Alberto Ríos                                                            FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

"Un simple accidente" (2025). Fuente: IMDB
"Un simple accidente" (2025). Fuente: IMDB

La obra de Jafar Panahi se ha realizado en tensión permanente con el régimen iraní, que lo ha censurado y encarcelado en diversas ocasiones. Desde El círculo (2000) hasta Esto no es una película (2011), su cine ha expuesto las fisuras éticas y políticas de un país atravesado por la represión y la arbitrariedad. Su más reciente película, Un simple accidente (2025), ganadora de la Palma de Oro en Cannes, prolonga esa línea con una comedia negra que se transforma en una indagación sobre la justicia y los vínculos rotos entre víctimas y victimarios.


Un simple accidente inicia con un hombre que atropella un perro de noche frente a su familia. Con el auto averiado, Eghbal es socorrido en un establecimiento cercano. Allí el sonido de su prótesis lo delata ante Vahid, un ex prisionero que cree reconocer en ese ruido a su torturador de la prisión. Comienza entonces un viaje por Teherán entre paranoia, y venganza. Vahid secuestra a Eghbal y recorre la ciudad buscando testimonios que confirmen su identidad mientras surgen dudas éticas entre liberarlo o acabar con él.


Panahi abre siguiendo a Eghbal mediante dos planos secuencia que solo son interrumpidos por los créditos iniciales. Él se encuentra conduciendo de noche junto a su esposa e hija, hasta que atropella a un perro y su vehículo queda dañado. La cámara lo acompaña en su trayecto hasta un taller improvisado, donde pide auxilio; en ese punto, sin cortes visibles, un travelling desplaza la atención hacia Vahid, un trabajador del lugar, y desde entonces será a través de sus ojos que se desarrollará el relato.


Jafar Panahi, el director de "Un simple accidente" (2025). Fuente: Variety
Jafar Panahi, el director de "Un simple accidente" (2025). Fuente: Variety

Vahid cree reconocer en Eghbal al torturador que lo marcó durante su encarcelamiento político, un hombre apodado Peg Leg. El impulso de ajusticiar lo lleva a secuestrarlo y a arrastrar, casi sin querer, a otros ex presos a una discusión irresoluble: ¿es realmente él el verdugo o la memoria engaña? La película convierte esa incertidumbre en su motor narrativo. En lugar de respuestas, Panahi ofrece un trayecto cargado de sospechas, discusiones y paisajes desérticos. Buena parte de la cinta ocurre dentro de la van, entre gritos y peleas de los diversos expresos políticos quienes siguen llevando el trauma a flor de piel. Pese a convertirse en una cinta coral, Vahid siempre será nuestro punto de referencia, ya que él estará presente en todas las escenas. La cámara se desplaza alrededor de sus compañeros, pero siempre vemos y escuchamos lo que el protagonista, dentro de la ficción, es capaz de saber.


La película se abre espacio también para trabajar la dimensión colectiva del dilema, y allí sobresale la extensa secuencia con un plano continuo en el desierto donde los personajes discuten mientras rodean la furgoneta que contiene al supuesto Peg Leg, amarrado y dopado, ajeno a todo lo que se decide sobre su vida. La cámara orbita alrededor del vehículo con ellos, sin cortes, registrando cómo se suceden las posiciones morales y sociales, la necesidad de justicia, el impulso de venganza, el miedo a la represión y la duda sobre la identidad. Ese dispositivo visual no solo intensifica la tensión dramática, sino que expone el carácter fragmentado de una comunidad de sobrevivientes que, aun compartiendo el trauma, no logran articular una respuesta común.


El elenco junto al director en Cannes. Fuente: Festival de Cannes
El elenco junto al director en Cannes. Fuente: Festival de Cannes

Un simple accidente transita entre estas discusiones casi absurdas, con destellos de comedia involuntaria, y una deriva cada vez más oscura que culmina en un tramo final de notable brutalidad moral, con un plano fijo de casi 20 minutos en el que torturado y torturador se enfrentan cara a cara mientras este último está atado a un árbol. Panahi conoce bien sus dispositivos y aún con la cámara estática, logra crear tensión dentro de los personajes mientras utiliza los movimientos de los actores dentro de distintas profundidades, la iluminación y reflexiones sobre el régimen para convertir lo que venía siendo una comedia negra en un thriller con una carga sumamente política.


Panahi, en una de sus críticas más frontales al régimen iraní, muestra cómo la violencia de Estado instala en quienes la padecieron una disyuntiva: ¿es posible reconocerse como víctima sin reproducir los métodos del victimario?, ¿es la decisión correcta mostrar la humanidad la cual no te mostraron tus opresores? La película se sostiene en esa incertidumbre, en el vacío moral que deja la tortura, y en la imposibilidad de un cierre.



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