“Black Sabbath” (1963): la belleza del horror
- Gustavo Vegas
- hace 5 horas
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A modo de conmemoración del retiro definitivo de la mítica banda británica Black Sabbath, comentamos la película que le dio el nombre, dirigida por el gran cineasta italiano Mario Bava.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA /VIDEO ON DEMAND

En la década de los 60 una banda británica liderada por Ozzy Osbourne cambiaría de nombre para ser Polka Tulk y después Earth. Finalmente, optarían por Black Sabbath luego de ver el título en una cartelera de un cine. El resto es historia. La película dirigida por el maestro del terror Mario Bava entra así, casi sin saberlo, en la historia de la música no sin dejar antes una huella en la del cine. La película consta de tres relatos: “El teléfono”, “El wurdalak” y “La gota de agua”.
De plano esta primera historia juega mucho con el fuera de campo y con el voyeurismo. No sólo a partir de las llamadas que hace, aparentemente, el exnovio proxeneta de Michèle Mercier, sino también de nosotros como espectadores. La llamada habla lascivamente de su cuerpo mientras ella se desnuda para irse a la cama, y es en su temor y sensación de saberse observada que uno también peca de estar ahí siendo parte de la violencia. Bava acompaña esta propuesta con un decorado bello: el departamento de Mercier goza de un orden adornado y colorido donde destaca el rojo, mismo color del teléfono. El relato, entonces, toma la vía pasional en medio de la penumbra que se combina muy bien con la luz.

Conforme la protagonista se ve más acorralada, la cámara acompaña esta acción al acercarse cada vez más y más para encerrarla más ante las llamadas, los ojos ajenos que exploran por sus ventanas, los toques en su puerta y más. Pasamos así de planos enteros o medios a primeros y primerísimos planos donde casi transpiramos junto a ella. La aparición de la amiga (y amante) cambia el tono pues lleva consigo una revelación importante. Bava juega de nuevo con los colores: la amiga contrasta todo el rojo del departamento con el verde de su vestido. Este opuesto cromático es clave para entender el fatídico desenlace, envuelto otra vez por la sensualidad de unas medias en la silla y una mujer que yace satisfecha en su cama antes de presenciar una escena horrenda.
Cabe resaltar la presencia del legendario Boris Karloff (Frankenstein, La Momia, etc) no sólo en el relato de El wurdalak, sino como presentador de la película y cada una de sus partes. Con elegancia y misterio introduce todas las historias y le otorga un toque “meta”. Este segunda historia trata sobre los vampiros eslavos y se inmiscuye dentro de una especie de folk horror donde Vladimir (Mark Damon) atraviesa la Rusia del s.XIX y se topa con un cadáver sin cabeza. Rápidamente pasa de lugares amplios y luminosos a la cabaña oscura y tenebrosa de una familia que espera por su padre tras varios días.

Es claro que el padre, Gorcha (Karloff) es un wurdalak y regresará para morder e infectar a todos, pero aquí Bava juega con la idea de familia y los vínculos que nos unen. La manera en que estos a veces sobrepasan la lógica es evidenciada en la reticencia de la familia por asesinar al patriarca y salvarse. En medio de este encierro tormentoso donde aguardan con incertidumbre a un invitado del mal o un encubierto (como en La cosa o Los 8 más odiados, incluso) que se desarrolla otro aspecto importante: el amor. Vladimir cae enamorado por la hija de Gorcha y su pasión lo vence para dejarse morder y convertirse en otro wurdalak. Nuevamente la sensualidad toma un papel importante en medio del horror.
“La gota de agua”, último relato (al menos en su orden original para estrenos italianos, pues en Estados Unidos fue alterado), juega con la codicia y la presencia fantasmal una vez cruzado el umbral de la muerte. La enfermera Helen (Jacqueline Pierreux) le roba un anillo al cadáver de una anciana médium que cuyo entierro debía preparar. De pronto, Bava construye una atmósfera sonora que acosa a Helen mediante sonidos de moscas que revolotean y gotas de agua que caen sin cesar. No sólo generan una disconformidad enorme, sino que crean un ambiente de peligro latente, de que hay algo ahí que no se puede detener o controlar.

Helen descubre más tarde el cuerpo de la anciana en su propia cama y sabe que ha venido por ella y a recuperar lo que le fue robado. No sólo es este relato el más oscuro sino el más terrorífico de todos pues apela a cierto minimalismo y a los sonidos (tal como El teléfono) para generar sensaciones: la mujer camina desesperada, abre y cierra puertas, todo cambia de color y el cadáver sigue allí. Helen se suicida, pero no es el fin. Cuando van a verla, escuchan las moscas y el agua, la perpetuidad de su pecado y de su alma que seguirá acechando a los que, como ella, no respetaron las normas de nuestro plano en el más allá.
Tras este final desolador, aparece nuevamente Boris Karloff ahora en una faceta mucho más cómica para mostrarnos cómo se graban las escenas a caballo, una pequeña infidencia de los trucajes cinematográficos que si bien siguen esa línea “meta”, se aprecia más como una leve palmada en la espalda luego de tantos sustos. Como para decir que solo es una película. Las tres historias de Bava juegan con los giros, colores, luces, sombras y una atmósfera que ensalza la estética del miedo. El primer relato, incluso, sienta las bases para otros clásicos del género de terror como Scream (1996) de Wes Craven.
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