“El esquema fenicio” (2025): paternidad y aventura
- Gustavo Vegas
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La nueva película de Wes Anderson presenta, entre un elenco repleto de estrellas, a Benicio del Toro en el centro de un viaje entretenido en el que un padre y su hija intentan remediar su relación y salvar el negocio familiar.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

Sería inexacto decir que Wes Anderson demuestra recién una faceta más introspectiva en esta etapa de su filmografía cuando a través de Bill Murray ya lograba exteriorizar algunas dudas existenciales profundas en sus roles del millonario solitario de Rushmore (1998) o el melancólico oceanógrafo de Live Aquatic with Steve Zissou (2004). Lo que sí es cierto es que pareciera inclinarse a un estilo más íntimo en los últimos años a partir, por ejemplo, del último relato de The French Dispatch o la aflicción generalizada de Asteroid City. No resulta sorpresa alguna, entonces, que El esquema fenicio vaya en un rumbo similar, aunque no enteramente el mismo, pues acá Anderson retoma algo de la aventura que también caracterizó su obra en décadas pasadas.
Esta última cinta presenta a Zsa-zsa Korda (Benicio del Toro), un hombre de negocios que, tras muchos atentados contra su vida, decide retomar el vínculo perdido con su hija mayor, Liesl (Mia Threapleton), próxima a convertirse en monja. El absurdismo que baña el relato se deja ver desde las primeras escenas con la “resurrección” de Korda ante sus motivos ulteriores y la lenta pero progresiva aceptación de Liesl hacia la figura lejana de su padre. Cuando este le explica el gran plan para salvar el negocio familiar, no da detalles sobre “la brecha”, un monto incierto de dinero que ellos han de cubrir. Esta brecha, sin embargo, es también la distancia que existe entre ambos.

Se establece, por tanto, un periodo de prueba en el que Liesl tomará una decisión con respecto a ser la heredera de Zsa-zsa, dueño de una gran mansión que ostenta en su interior un gran vacío: una frialdad profunda llena de tonos apagados y sin amor, casi como el dueño. En estas escenas iniciales Anderson pone en escena a una hija literalmente lejana del padre pues para dirigirse a él se coloca pega a la pared o nunca cerca, ni siquiera en el avión privado que comparten. La fotografía también nos detalla esta situación al retratar a Zsa-zsa mediante encuadres más cercanos, desde primeros planos a enteros, mientras Liesl es capturada en planos generales acompañadas de la arquitectura de la casa enorme y apenas con vida.
Como contraparte del plano terrenal, Anderson plantea una suerte de más allá celestial donde Korda va a rendir cuentas y reflexionar una vez que atentan contra su vida y lucha por aferrarse a la vida. Es allí donde analiza su vida y todo aquello que lo ha llevado a ser quien es hoy. Los traumas de la infancia relacionados a la familia aparecen rápidamente para dar pistas sobre su soledad y falta de afecto (pese a tener otros nueve hijos varones). En este sentido, existe también una dimensión de superación que explora Zsa-zsa al querer superar esta tara que arrastra desde la niñez donde su familia le dio la espalda para poder abrazar lo que le queda de la suya hoy.

Fuera de los temas más serios o adultos, El esquema fenicio se mueve con soltura y ritmo en los terrenos de la aventura y la comedia, siempre ésta bajo un halo de absurdismo entrañable. Hay, por ejemplo, un trato que se resuelve con una partida rápida de básquet o un sabotaje al negocio de Korda mediante la manipulación de los precios de remaches y tornillos. En cuanto al lado aventurero del filme, resuena mucho con una aventura que tendría en el Mediterráneo Tintín y sus amigos en alguna historia del belga Hergé. No sorprende, entonces, que Zsa-zsa tenga aires del capitán Haddock mientras que su compañero Bjorn (Michael Cera) parezca una reversión andersoniana de Tintin; lo mismo con los personajes cómicos de Tom Hanks y Bryan Cranston que recuerdan a Hernández y Fernández. Las andanzas de Korda y Liesl los llevan a toparse con terroristas, asesinos, comerciantes, jeques, colonos, espías y una miríada de personajes variopintos que le dan (más) color a la historia.
Como en el resto de su obra, entra a tallar también otro componente clave: el amor. Esta aventura posee momentos donde se desliza hacia la comedia romántica a medida que Liesl es cortejada por Bjorn. Anderson se divierte pues hace que la novicia le pregunte constantemente al personaje de Cera si está actuando, para descubrir más tarde que, en efecto, se trataba de una fachada. Todo, claro, dentro de la lógica de película de espionaje que maneja. Se mezclan así los géneros como los planos a partir de la dimensión religiosa mencionada líneas arriba. Estos encuentros divinos dan cuenta de la fe de Zsa-zsa tanto en alguna deidad como en las estadísticas para sus negocios. En su recorrido, pasa de ver la situación con su hija como parte de un asunto comercial a deshacer esa barrera para percibirla finalmente como su hija.

Entre los géneros que forman una materia heterogénea y efectiva, Wes Anderson regresa también a sus elementos característicos que, si bien vuelven a sentirse algo prefabricados y que cae en su propio molde, no deja de gustar y sorprender. Dice Alejandro G. Calvo: la repetición de estilo se le puede adjudicar a cineastas como Aki Kaurismäki o Jim Jarmusch, pero también funciona, al fin y al cabo. Detrás de la comedia, la simetría, los colores pastel y demás, está la historia humana del padre que busca un sentido en la vida y trama salirse con la suya para recuperar a su hija. Ese es el centro y el motor de la película.
Es por ello que Zsa-zsa ha de cubrir por sí mismo la “brecha” y resuelve ambos asuntos: por un lado, termina de asegurar el dinero necesario para que su negocio no muera poniendo su propio dinero y asume no ser parte del proyecto con tal de que se lleve a cabo; por el otro, cierra la grieta existente entre él y su hija a partir de sus decisiones abnegadas. Su cambio es evidente: si al inicio lo vemos prácticamente solo en su avión privado, ahora vuela con Liesl, Bjorn, sus otros nueve hijos y otra larga compañía. Su soledad parca pasa a ser una comunidad colorida. Lo mismo con Liesl y sus ropas: empieza casi por completo de negro y “prometida” a Dios para terminar con un atuendo predominantemente blanco y aceptando casarse con el buen Bjorn. En la escena final vemos a padre e hija jugando naipes: ambos sacan cartas de corazones. Los números de antes ahora son figuras de afecto.