"F1: la película" (2025): el premio es otra carrera
- Gustavo Vegas
- hace 23 horas
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El director de Top Gun: Maverick, Joseph Kosinski, regresa con una película de historia similar donde enfrenta el pasado con el futuro y cambia los aviones por los automóviles más rápidos del planeta. Advertencia: hay spoilers más adelante.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

La nueva película de Joseph Kosinski puede parecer, de buenas a primeras, bastante simple. Es más, no resulta sorpresa alguna las similitudes que tiene con Top Gun: Maverick del 2022 a partir del esquema clásico donde un veterano regresa a la acción para “una última aventura” donde ha de ser el mentor de un joven talento. Si de automóviles se trata, podemos recordar incluso la animada Cars 3 (2017). Lo cierto es que, con una premisa donde reina la sencillez, el filme se presta para una serie de lecturas interesantes. Aquí las mías.
Se sabe lo que ocurre: Sonny Hayes (Brad Pitt) regresa a las pistas de Fórmula 1 tras décadas en otros circuitos bajo una última oportunidad de su amigo Rubén (Javier Bardem, perfecta cuota cómica) para competir al máximo nivel. Kosinski abre la película con la fuerza musical de Led Zeppelin y “Whole Lotta Love” y una declaración de intenciones así como de destreza fílmica. Pitt acelera, maniobra, triunfa. La cámara no sólo se involucra cercanamente al piloto y la acción (como se suele hacer en cintas de carreras), sino que también se permite momentos donde las tomas abiertas y planos generales nos dibujan los movimientos conjuntos de los carros, las formas de las pistas y la noche estrellada que crean fuegos artificiales. Kosinski, a la cabeza de la escuadra, coloca su nombre a la altura del caso de Hayes. Ambos manejan la historia.

Prontamente la película se torna en una demostración de la vigencia de los modos antiguos a medida que Hayes se enfrenta a la fuerza juvenil de Joshua Pearce, “JP” (Damson Idris) y le pisa los talones siempre. No se trata por completo de “lo viejo vs lo nuevo”, sino de la adaptación y el trabajo conjunto. Kosinski busca unir esa grieta que divide a los pilotos y no sólo ese es el centro de la película, sino que emplea la velocidad como representación de una actualidad tecnológica donde lo longevo, como Hayes, es obsoleto. Hayes, como Kosinski, reconoce que el potencial de lo nuevo solamente podrá ser gatillado a partir de la sabiduría del viejo. Así, no pide un carro más veloz, sino uno que le permita realizar las maniobras que planea para favorecer a JP.
Hayes se sacrifica constantemente en las carreras para crear oportunidades que JP pueda aprovechar. Esa es la estrategia y el vínculo que explota la película. Es allí donde ambos pilotos se unen y el vínculo se grafica no solo mediante el guion, sino también la edición: el ritmo veloz de los cortes y de la película en sí nos lleva de un personaje a otro, por momentos difuminando estas diferencias, como si fuesen tan rápido que la edición los fusiona. Hay un gesto clave de Kosinski hacia el final donde, de la mano de su editor Stephen Mirrione (otrora colaborador de Soderbergh, Clooney y González Iñárritu), hacen una transición de un primer plano de Hayes a otro de JP donde aquello que los une (y los separa) es el timón del auto. Pasamos de uno a otro casi sin notarlo mediados por la máquina. Se resumen bien ahí algunas de las ideas de la película.

F1 tiene, se sabe, un ritmo incesante. Es uno de sus más grandes atractivos. Otras cintas de carreras, como Ford v Ferrari (2019) de James Mangold, se desgastan entre la velocidad de las pistas y los dramas que acompañan la trama, como para ofrecer pausas a la rapidez o desvíos narrativos en función de aprovechar mejor los picos de acción. Aquí Kosinski, si bien peca de lo anterior, prioriza la energía en pantalla y deja las subtramas de lado. Claro, es cierto que por momentos la película se distrae con el lado romántico de Hayes y Kate (genial Kerry Condon), pero son los menos. Es interesante ver cómo el espíritu indomable y salvaje de Sonny es calmado por el encanto de Kate. Cabe señalar, además, que es durante estas escenas que la idea de libertad y los motivos por los cuales Hayes maneja se hacen explícitos en un monólogo de madrugada. Uno de los pocos reparos que tengo con la cinta.
En fin, como contraparte, Kosinski ofrece una secuencia final de infarto donde emociona a más no poder. Fuera de la carrera en sí, hay un momento solemne, casi celestial y de ascenso, donde comprendemos a Hayes y sus ansias de independencia, de ser libre y vivir esa vida salvaje. Born to be wild. No hay adornos ni caballos de fuerza ni nada, solamente un armatoste que avanza sin competencia, sin amenazas, con la pista libre, una suerte de carretera infinita donde la autonomía es total. Ese es el sueño de Hayes. Fue “resucitado” una última vez, al final de su carrera para otra carrera más gracias a su inmenso anhelo y su deuda pendiente consigo mismo. Pienso en el poema (el título calza perfecto) “Curriculum vitae” de la poeta peruana Blanca Varela: digamos que ganaste la carrera / y que el premio era otra carrera. Solo así Sonny Hayes podía seguir corriendo.

Hay también una esencia de Brad Pitt y su personaje como vaquero que va de rodeo en rodeo y al final se va simplemente tras hacer lo suyo. Casi, también, como un cazarrecompensas (tenía apuntados entre afiches y mapas las competencias que iba a visitar). Me recuerda al final de Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) o, inclusive, al de El bueno, el malo y el feo (Sergio Leone, 1966) donde Clint Eastwood se retira luego de su aventura a perseguir otras misiones. La vida continúa. Hay ecos también de otros roles de Pitt, sobre todo los meta-cinematográficos en que da cuenta también de la vida actoral como hizo con Jack Conrad en Babylon (Damien Chazelle, 2022) o con el gran Cliff Booth en Érase una vez en Hollywood (Quentin Tarantino, 2019). Es más: se siente como si F1 fuese un despliegue de las habilidades de Booth como doble de riesgo “vaquerístico”. Incluso lee una línea similar (“I’ll knock your teeth out”) casi de la misma forma.
Con todo y apariciones especiales de verdaderas estrellas de la Fórmula 1, la película de Joseph Kosinski destaca por su propuesta estilística y actoral, y, más allá de sus distensiones cómicas o románticas, por la simple energía de ese deporte traducida en la pantalla: imágenes y movimiento. F1 regresa a lo más básico y esencial del cine y lo acompaña de gestos modernos y tecnología: lo viejo todavía funciona y ha de ser nuestra guía en el camino. La película no trata solamente de carros de carreras, sino de cómo ver la vida. Si bien presenta una historia muy clásica de maestro viejo y alumno joven, sabe maniobrar bien por estos terrenos y ofrecer una fuerza visual y sonora envidiables. Nada nuevo, por supuesto, en el cine de Kosinski. Uno de mis estrenos favoritos del 2025.
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