"Drácula" (1931): un clásico imperfecto
- Sebastián Zavala Kahn

- 30 oct
- 7 Min. de lectura
En 1931, Tod Browning y Karl Freund emplearon la figura mítica de Drácula, el personaje del escritor irlandés Bram Stoker para inmortalizar la de Béla Lugosi.
Por Sebastián Zavala CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

¿Qué más se puede decir sobre Drácula, de Tod Browning y Karl Freund, que no se haya dicho en (casi) cien años? Pues resulta que muy poco, pero igual, heme acá. En todo caso, se puede comenzar mencionando que, a pesar de sus considerables defectos, la película sigue siendo un clásico absoluto: un filme que hoy en día no da miedo y hasta resulta ligeramente tedioso, pero que funciona en gran parte gracias a la icónica actuación de Bela Lugosi. Es así que Drácula se va sintiendo como una mezcla entre lo bueno, lo malo y lo feo; la mayor parte del tiempo, lo bueno logra opacar lo malo, pero lo feo se hace notar de cuando en cuando.
Ahora bien, resulta imposible escribir sobre Drácula sin mencionar el contexto en el que se estrenó originalmente. Para comenzar, el filme salió poco tiempo después de la Gran Depresión, lo que obligó a Universal a reemplazar una adaptación cinematográfica de gran presupuesto de la novela de Bram Stoker, con un filme de menores ambiciones, basado en una obra de teatro protagonizada en las tablas, apropiadamente, por Lugosi. Y está el hecho, por supuesto, de que se trata de la primera gran película de terror comercial norteamericana, y de las primeras en ser explícitamente sobrenatural. Todo aquello contribuyó a que las audiencias de la época reaccionaran con pavor a una cinta que, hoy en día, no logra generar reacciones muy fuertes en el público.
Y de ahí está Browning. El afamado director de London After Midnight (una de las películas perdidas más famosas de la historia) no tenía mucha experiencia con el cine sonoro y no parecía estar muy interesado en respetar el texto original, lo cual resultó, se supone, en un rodaje caótico y desordenado. De hecho, buena parte de Drácula fue dirigida, en realidad, por el director de fotografía alemán Karl Freund, lo cual ha hecho, incluso, que en ciertos lugares este último sea acreditado como codirector. No obstante, el estilo de Browning de todas maneras se hace evidente en el producto final, como en el hecho de que la cámara no se mueve demasiado, con el filme favoreciendo planos estáticos por sobre movimientos elaborados de grúa o dolly.

Interesante, entonces, que Drácula haya terminado saliendo tan bien. Que haya terminado convirtiéndose en la referencia principal para el cine de monstruos de Universal, y específicamente, el cine de vampiros y el personaje del Conde Drácula. Impresionante que haya terminado causando un impacto tan grande en el mundo del cine, considerando que las audiencias húngaras (es decir, del país natal de Lugosi) reaccionaban con risas a muchas de sus escenas en vez de gritar de terror. Y notable que Drácula incluso haya logrado afectar a otras adaptaciones o la percepción que tenemos del personaje principal —en la novela de Stoker, por ejemplo, el buen conde contaba con un acento británico, y no con el fuerte dejo húngaro (o transilvano) de la versión de Lugosi.
Pero bueno, ¿cómo es la experiencia de ver Drácula en el año 2025? Ciertamente irregular. De la interpretación de Lugosi no se puede decir nada malo, pero de la película en sí mucho se puede criticar. Lo que tenemos acá es una cinta que, fuera de su condición como un clásico absoluto, no es precisamente perfecta, careciendo de la atmósfera de algo como Nosferatu (1922), o del dominio del lenguaje audiovisual de algo como Frankenstein (1931), de James Whale. Mucho se puede reconocer en Drácula que posteriormente fue utilizado y refinado en otras producciones, pero es justamente por eso que la historia original no resulta particularmente impactante hoy en día. Fuera de, nuevamente, la gran actuación de Lugosi.
Al estar basada en la obra de teatro, Drácula cuenta con varias diferencias respecto a la novela de Stoker, pero en términos generales, logra adaptar la historia clásica de forma abreviada. Es así que la película comienza con Renfield (Dwight Frye) llegando al castillo del Conde Drácula (Lugosi) en Transilvania, luego de ser advertido por toda una aldea Romani de que no debería ir ahí. Ya en el castillo, Renfield se convierte en el sirviente del vampiro, y eventualmente lo acompaña en su viaje en barco a Londres.

Ya en la capital de Inglaterra, Drácula termina conociendo a la joven Mina (Helen Chandler) y su prometido John Harker (David Manners), quienes inicialmente quedan encantados por el Conde. Pero es gracias a la llegada de Van Helsing (Edward Van Sloan, quien al igual que Lugosi, interpretó a su personaje en el teatro) que nuestros personajes se dan cuenta de que algo raro está pasando en la ciudad, y que el responsable de las más recientes (y misteriosas) muertes de diversas personas podría ser Drácula.
A grandes rasgos, Drácula es una adaptación suficientemente fiel de la narrativa concebida por Stoker, con algunas notables diferencias. Como se deben haber dado cuenta, acá es Renfield el que viaja a Transilvania al inicio de la historia, y no Jonathan. Por alguna razón, a Drácula nunca le salen colmillos (por más que sí se dedique a morder a la gente). Las ratas en su castillo han sido reemplazadas por zarigüeyas. Y el buen vampiro sí puede salir a caminar a plena luz del día por el mundo —lo cual, curiosamente, es fiel a la novela, contrario a lo que otras adaptaciones podrían sugerir. Mucho de lo que conocemos del cine de vampiros está presente en Drácula, pero a la vez, otros elementos brillan por su ausencia.
Lo que resulta innegablemente reconocible, sin embargo, es la interpretación de Lugosi. El húngaro actor es el Drácula perfecto: elegante, cortés e intimidante. Sí, su actuación es algo teatral, y el uso frecuente de los primeros planos de su rostro mientras mira intensamente a algún otro personaje puede resultar más gracioso que aterrador. Pero incluso considerando que el personaje no da tanto miedo hoy en día como hace casi diez años, no se puede negar que su Drácula es la representación arquetípica del vampiro que prácticamente todo el mundo tiene en la cabeza. Los disfraces de Halloween de Drácula se parecen a él, reinterpretaciones como la de Nicolas Cage en Renfield (2023) están basadas en él, y hasta personajes como el Conde Chócula de los cereales claramente fueron inspirados en él.

Es debido a Lugosi, entonces, que todavía vale la pena ver Drácula. Porque desafortunadamente, muchas de las actuaciones secundarias no logran estar a la altura de su trabajo. Mucho se ha rumoreado sobre lo poco en serio que se tomaban el filme ciertos miembros del reparto, y lamentablemente aquella actitud se ve reflejada en su trabajo. A David Manners se le ve súper tieso como John Harker; Helen Chandler resulta poco convincente como una Mina escrita de forma plana y sosa; y Herbert Bunston no destaca como el Doctor Seward. Quienes sí logran hacer algo interesante con su trabajo, en todo caso, son Dwight Frye y Edward Van Sloan. El primero interpreta a Renfield como un desquiciado imprevisible y cuenta con una risa icónica, y el segundo resulta convincente como un científico empecinado en capturar a una criatura mítica y peligrosa.
Ahora bien, siendo Drácula una película que salió durante los primeros años del cine sonoro, evidentemente no se le puede evaluar de la misma forma que a una producción contemporánea. Lo que sí se puede hacer es destacar algunas de sus características audiovisuales más impactantes. Consideren, entonces, la forma en que los ojos del Conde son iluminados cada vez que mira intensamente a algún personaje. O disfruten de los impresionantes sets que fueron construidos para las primeras escenas en Transilvania. O rían un poco al darse cuenta de que la mayoría de planos del barco de Drácula navegando por el mar son de una maqueta en una piscina, y le pertenecen a una película muda. Entre eso y el tieso manejo de cámara, resulta sorprendente que una cinta más antigua que la perturbadora Nosferatu resulte más estimulante a nivel visual.

Interesante, también, el que Drácula no cuente con una banda sonora tradicional. La película comienza con unos créditos iniciales acompañados por el Acto 2 del Lago de los Cisnes de Tchaikovsky, pero fuera de eso, no hay ninguna otra pieza musical en toda la película. Se supone que es así porque se asumía que el público de la época sería incapaz de aceptar música extradiegética en una película sonora. Y aunque hay escenas que, a falta de una mejor expresión, se sienten demasiado calladas, creo que la ausencia de una banda sonora contribuye al tono perturbador del filme, haciendo que sus personajes se sientan aislados, rodeados de un silencio que amenaza con consumirlos.
Drácula, pues, no dura más que una hora y quince minutos, por lo que si deciden verla, no les quitará mucho tiempo de sus ocupados días. Si de verdad deciden darle una oportunidad, háganlo teniendo en cuenta que se trata de un clásico fallido; de un filme que le dio inicio a todo un género cinematográfico y que en su momento aterró a la gente, pero que hoy en día merece ser visto más por su importancia histórica y cultural que por sus virtudes cinematográficas. Sí, Drácula está llena de diálogos famosos (“yo no tomo... vino”, “los hijos de la noche, gran música la que hacen”), momentos icónicos (las miradas del Conde, sus novias saliendo de sus ataúdes) y personajes identificables, pero también se siente como una adaptación apurada, irregularmente actuada y algo barata de una historia que posteriormente sería perfeccionada. No obstante, por más de que Drácula la película no haya aguantado tan bien el paso del tiempo, Drácula el personaje, interpretado por el gran Bela Lugosi, se quedará grabado en las mentes de los cinéfilos por toda la eternidad.

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