"Jurado N.° 2" (2024): ¿la verdad nos hará libres?
- Marcelo Paredes
- hace 12 horas
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Tras pasar desapercibida por el radar de muchos a fines del año pasado debido al mal manejo que Warner le dio como estudio, es momento de comentar la más reciente película del maestro Clint Eastwood quien, lejos de parecer un director agotado, demuestra que mantiene una mirada aguda y muy personal sobre el mundo.
Por Marcelo Paredes CRÍTICA / MAX
Justin Kemp ha sido llamado para ser miembro de un jurado en un juicio por asesinato de alto perfil, en el que la víctima es una mujer joven. El homicidio ha ocurrido a altas horas de la madrugada en una pequeña localidad del estado de Georgia y la situación pondrá al protagonista en un serio dilema moral, uno que podría utilizar para influir en el veredicto del jurado y potencialmente condenar (o liberar) al asesino acusado.
Ni bien terminé de verla, me dejó una sensación de vacío, como si algo faltara. Puede que esto se deba a que había algo en la película, en el modo en que se veía, que me hacía pensar en esa pieza faltante. No en vano, uno de sus aspectos más comentados es lo “clásica” que se ve, quedando desprovista de cualquier rasgo estilístico que genere impresión en la audiencia. Lógicamente, con los tiempos que corren, ver esto ya es moneda corriente, pero un maestro como Clint Eastwood, con más de cuarenta años de carrera como director, hace que uno se pregunte si esto es parte de una propuesta o simplemente una falta de riesgo.
Fue cuando caí en cuenta de esto que entendí que no, no hay nada que le falte. Al contrario, es al contar su historia de este modo tan sutil que, cuando necesita dejar impresionado al espectador, lo hace con una destreza única. Ahora, esto tampoco significa que sea plana a nivel visual ni que los planos no comuniquen nada. La cinta, desde su primer plano, revela perfectamente la naturaleza de su protagonista. Al verlo de espaldas, guiando a su pareja, quien lleva una venda en los ojos, se nos adelantan varios de sus conflictos, siendo un personaje que aparenta tener todo bajo control, pero en el fondo no sabe a dónde se dirige. Incluso su pareja, de manera simbólica, confía en él sin saber que está perdido.

Dicho primer gesto será clave a lo largo del metraje, donde el cineasta, como ya lo venía planteando en sus trabajos previos, busca señalar las falencias de todo un sistema en favor del poder de decisión humano. A quien le toca ahora es al sistema judicial, el cual ya no parece tener un compás moral correcto. No en vano, desde el inicio la suerte parece estar echada para el acusado, quedando como el único culpable con la capacidad de ser condenado sin mayores cuestionamientos y así mantener un falso sentido de justicia.
Ahí se demuestra que, así como el hombre común puede hacer lo correcto, también es capaz de moverse por terrenos más grises, escudándose justamente en un sistema que lo ampara. En ese sentido, más que ser similar a una con la que tanto se la ha comparado como 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957), la siento como una antítesis. Mientras que en el filme de Sidney Lumet la cuestión moral hacia el acusado era lo primordial, llevando todo hacia una verdad libre de prejuicios, acá, si bien se busca hacer lo mismo, es con un propósito más individualista.
Eso obliga a mencionar otro recurso visual que el maestro Eastwood repite en distintos momentos: las persianas. El hecho de tener a Justin mirando a través de estas cortinas sería una manera de simbolizar, en mi opinión, esas grietas que el sistema judicial (y la sociedad en general) tienen. Al tener esas fallas, donde el apoyo desinteresado queda en segundo plano, serán sus retorcidas ganas de querer hacer lo correcto (salvándolo a él y a sí mismo) lo que hace que esta película cuente con un trasfondo muy especial.

Para esto último, es el personaje de Toni Collette quien termina dándole todo el sentido al relato. No quiero dar muchos detalles del final, pero basta con ver su evolución en el filme para entender su importancia. De ser primero una funcionaria que solo sigue, sin darse cuenta, lo que dicta erróneamente el sistema, será su encuentro con Justin (en esa maravillosa escena afuera de la corte) lo que, al igual que él, le permitirá ver a través de esas grietas. Con la diferencia de que, en lugar de usar esa verdad para su propio beneficio, lo hace para cambiar, aunque sea un poco, ese sistema que la formó.
En conclusión, Jurado #2 es la demostración de que, a pesar de su avanzada edad, Clint Eastwood no ha perdido la lucidez en lo absoluto. Sin necesidad de alardear de sus capacidades, nos entrega una historia que es sencilla, mas no simple, y con un temple para narrar envidiable, denunciando sin temor alguno el hoyo en el que estamos. Sin mayores rodeos, expone su forma de ver el mundo y cómo, por más corrompido que esté, todavía pueden surgir héroes inesperados que restablezcan ese orden que otros, con poder, buscan destruir.
Con los matices morales correspondientes, mostrados por un gran elenco, vemos las grietas de un sistema que ya se acostumbró a operar de una misma manera en todos los casos. Eso hace que la justicia funcione de un modo en el que la verdad, aquella que pierde peso en la balanza, quede en segundo plano. Ahí es donde el dilema adquiere complejidad y el cierre, donde entendemos que el viaje no solo era de aquel a quien estuvimos siguiendo, es notable por su impacto súbito y preciso.
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