"Matt and Mara" (2024): recuerdos entre hojas de libro
- Macarena Céspedes
- 24 abr
- 3 Min. de lectura
La nueva película del cineasta canadiense Kazik Radwanski explora los terrenos más profundos y sentimentales de la amistad a través de un viaje y un reencuentro.
Por Macarena Céspedes CRÍTICA / MUBI

El cine de lo cotidiano rara vez se siente tan íntimo como en Matt and Mara (Kazik Radwanski, 2024), un drama indie que examina cómo el amor se adapta -o no- al matrimonio, la amistad y la vida cotidiana. Con las actuaciones de Matt Johnson y Deragh Campbell, la película captura la evolución de una relación que, lejos de los grandes estallidos dramáticos, se desmorona en los pequeños momentos de distancia y desconexión.
Mara (Campbell) es una profesora de escritura creativa que enseña aquello que una vez fue su pasión, pero que ya no puede vivir como quisiera. Su poesía, antes una vía de expresión, se ha convertido en un deber. No publicar la atormenta, como si eso confirmara una renuncia a su verdadera identidad. Su escape, o quizás su más sincera expresión, se encuentra en sus conversaciones con Matt. También enfrenta una maternidad disonante, donde la conexión con su hija parece lejana y, en lugar de fortalecer su relación con su esposo, él la expone aún más a su soledad. La dinámica entre ellos poco tiene de equipo; más que compañeros, parecen espectadores el uno del otro, como si la vida en común se hubiera reducido a compartir espacios sin realmente encontrarse.
Matt, por su parte, enfrenta la fragilidad de la vida a través de la enfermedad de su padre. Sus cables a tierra son distintos, pero en el fondo ambos están atrapados en un espacio intermedio entre lo que desean y lo que tienen. Hay en ellos una premura equidistante, la urgencia de tomar decisiones frente al miedo a hacerlo. Radwanski no fuerza el drama, sino que permite que estos dilemas se desarrollen con una cadencia natural, dejando que la insatisfacción y la resignación se filtren entre escenas.

La película se sostiene en primeros planos íntimos que, en otra historia, podrían sentirse invasivos, pero aquí potencian la sensación de proximidad emocional. Aún así, la edición a veces socava la naturalidad de las escenas, con cortes que parecen ensamblar fragmentos de diálogos en lugar de dejarlos fluir con organicidad. A pesar de ello, las actuaciones son el punto fuerte de la película. Deragh Campbell ofrece una interpretación sutil, pero cargada de vulnerabilidad y fuerza, transmitiendo más con sus gestos y miradas que con palabras. Aunque todos los personajes pueden resultar distantes o incluso incómodos, Campbell logra que el viaje emocional de Mara sea conmovedor en su resignación y pasividad con la vida.
En su realismo crudo y su negativa a ofrecer resoluciones fáciles, la película resuena más allá de la pantalla, dejando una huella que persiste en la incertidumbre de lo que nunca termina de ser. Como lo es un recuerdo escrito en las hojas de un libro, o como esas historias que solo pueden sostenerse en la imaginación, donde el deseo sobrevive sin consumarse. Justo en días en que se despide al Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, último autor del boom latinoamericano, corresponde pensar en “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997), una de sus novelas más íntimas, donde el amor se vuelve fantasía, y el vínculo con el otro solo puede mantenerse a través de la escritura. Así como Rigoberto escribe para conservar viva la figura de Lucrecia, Mara encuentra en Matt un refugio para todo aquello que no puede decir en casa. Ambas obras comparten esa melancolía de lo que no se concreta, de lo que habita entre líneas, de ese amor inconcluso, pendiente, que decide —o se ve forzado— a vivir dentro de puntos suspensivos.
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