En la última edición de la Semana del Cine de la Universidad de Lima, tuvimos la oportunidad de disfrutar de la película El viaje al origen del Kené (2024). Rodolfo Arrascue, su director, utiliza animaciones y testimonios que nos permiten explorar las múltiples capas de la cosmovisión y los conocimientos de la comunidad Shipibo-konibo, creando un documento cinematográfico que guarda estos saberes y permite valorar a quienes los difunden desde hace décadas.
Por Vanessa Perales Linares ENTREVISTAS / CINE PERUANO

Algunas semanas después de los desafortunados comentarios de una diseñadora de moda durante un evento en el Ministerio de Cultura sobre el arte Kené y la comunidad Shipibo-konibo me encuentro con Rodolfo Arrascue, director de las películas Ino Moxo: El sueño del brujo y El Viaje al origen del Kené, así como del proyecto interactivo Kené Conexiones, entre otros.
Rodolfo se encuentra en plena etapa de promoción de sus proyectos, volvió hace unos días con un premio bajo el brazo gracias a la votación del público en el Festival Internacional de Cine Viña del Mar, Chile, y en una hora sale rumbo a Brasil, a estrenar uno de sus títulos en otro festival.
Antes de iniciar la entrevista comentamos la noticia…. Hay una pregunta en el aire, antes de toda la polémica ¿la mayoría de peruanos sabíamos quiénes eran los Shipibo-konibo? ¿Hay películas que los representen? ¿cuántas? ¿de qué forma lo hacen?
Hola Rodolfo, antes de entrar de lleno en la película El viaje al origen del Kené, quería conocer más sobre tu trabajo cinematográfico y tu relación con la comunidad Shipibo-konibo.
Bueno, todos los proyectos que he desarrollado son proyectos amazónicos. Soy miembro de la Asociación de Cineastas Amazónicos del Perú y he vivido mucho tiempo en la Amazonía. Es a través de esa experiencia, de esas vivencias, que uso el cine como un recurso para documentar y generar memoria.
Es muy importante pensar que, en la Amazonía, hay poco texto escrito. Hay un montón de conocimiento, pero no hay registro. No hay forma de preservar esos conocimientos porque muchas de estas tradiciones se transmiten de manera oral. Desde hace bastante tiempo, la globalización y la modernidad —o el capitalismo, si lo quieren llamar así— han entrado con fuerza a la Amazonía. Entonces, lo que ha sucedido es que las comunidades ya no ven su propia cultura como algo importante o digno de seguir. Más bien, miran hacia afuera. Ven a la ciudad como ese gran espacio al que aspirar, etcétera.
Me di cuenta de que los curanderos que conocía no tenían a quién dejarles su conocimiento. Sus hijos y nietos habían migrado a la ciudad. Después, cuando regresaba, ellos ya no estaban; habían fallecido o se habían ido. Eso fue lo que me llevó a empezar el proyecto Ino Moxo.
Esta búsqueda por “traducir” el conocimiento ancestral en códigos que el mundo occidental, o que nosotros los “occidentalizados”, podamos entender para valorar ¿es lo que te moviliza?
Sí, creo que hay dos cosas importantes. Lo primero es generar memoria para la propia comunidad, para el pueblo amazónico, para las comunidades amazónicas. Y, segundo, algo también muy importante es poner en valor esta riqueza hacia afuera, hacia Occidente, si quieres llamarlo así, o incluso hacia nosotros mismos, los peruanos. Hay muchos que no conocen la Amazonía.
Por ejemplo, sé que hay personas que nunca han salido de Lima, e ir a la Amazonía lo consideran algo distante, como un espacio sui generis. Cuando uno va, es realmente como un despertar total, pero es difícil llegar. Creo que, por ejemplo, en mis películas, especialmente en Ino Moxo, el propósito era ese: llevarte a un viaje inmersivo a las profundidades de la selva amazónica. Es como realmente estar en el cine y sentir que estás completamente inmerso en el bosque. Es un gran viaje, pero no solo un viaje territorial; es también un viaje de conocimiento y un viaje espiritual.
Ese tipo de conexión lo logramos a través del cine. El cine se ha convertido para mí en una herramienta que me permite acercar estas realidades, visibilizarlas y ponerlas en valor. Y eso es lo que me ha llevado a seguir este camino.
De hecho, también tengo una próxima película que trata sobre el extractivismo salvaje que ocurre en la Amazonía, desde la época del caucho hasta la actualidad.

¿Qué dirías que te ha impulsado, desde tu historia personal, a hacer este tipo de cine?
Bueno, primero que nada, el acercamiento con las realidades y con la Amazonía fue algo muy impactante. El poder viajar, eso es una de las cosas más importantes. Creo que es uno de los aprendizajes más grandes que uno puede tener. A mí me gusta mucho viajar.
Lo otro es la formación humanística que recibí en la universidad. Yo soy de la Universidad Católica. Agradezco mucho mi formación, que siempre me ha hecho pensar en hacer películas con un propósito más allá de simplemente contar una historia, un propósito más humano. También, por suerte, ingresé al Grupo Chaski, y Stefan Kaspar fue una persona clave en mi formación. De hecho, él fue mi maestro, y me llevó a pensar en un cine que no se había explorado tanto. Fue ahí cuando me di cuenta de cómo producir cine con una mirada más social, mucho más conectada con la realidad.
Después de eso, la Maestría en Antropología Visual me sirvió mucho. También me abrió muchos conocimientos. Yo la enfoqué en temas amazónicos, andinos y en representaciones. Eso me dio un bagaje importante de conocimientos que ahora aplico tanto en proyectos documentales como de ficción y en nuevos medios.
LAS RAÍCES DE LA SELVA
¿Tu acercamiento a las temáticas de la selva se debe a que algo te ha ido llamando y has ido profundizando por tu cuenta, o hay alguna relación familiar con ella?
Yo tengo ascendencia amazónica. Creo que una de las cosas más importantes fueron los cuentos que me contaba mi abuela. Creo que tú también habrás vivido más o menos en esa época, cuando había muchos apagones, no había Internet y solo se podía estar a la luz de la vela, con tus padres. Mi abuela nos contaba muchos cuentos mágicos. Considero que eso me hizo conectarme con esta realidad, con ese “realismo mágico amazónico”, si lo quieres llamar así.
Lo otro importante, creo, fue la experiencia espiritual con la planta. Ese acercamiento con la planta maestra de la ayahuasca me hizo despertar, me hizo volver a nacer. Fue algo muy profundo, muy espiritual y sorprendente. Creo que eso también me llevó a ver la vida de otra manera, con más responsabilidad. Cuando uno adquiere conocimiento y piensa que podría hacer algo por alguien más, por el bosque o por una comunidad, esa sensación de responsabilidad crece. Eso fue bastante importante para mí.
Sobre El viaje al origen del Kené, ¿cómo fue el proceso desde el primer contacto con la comunidad Shipibo-konibo en Cantagallo?
Yo comencé yendo a la comunidad con mi cámara. Vi una foto sorprendente de una comunidad amazónica en Lima y pensé: “¡Guau! ¿Por qué no es común ver esto?”. Así que agarré mi cámara, averigüé dónde era y fui. Me pareció muy interesante. Empecé a hacer fotos y a conocer un poco la realidad. Fue allí donde conocí a Olinda y Olga, y nos volvimos amigos. Recuerdo que lo primero que hice fue crear una biblioteca. Donamos libros (conseguimos varias donaciones) y ese primer acercamiento fue hace como 8 años. En ese tiempo yo había ingresado a la Maestría en Antropología Visual. Quería hacer de mi película Ino Moxo una investigación antropológica, pero ya tenía una forma definida. Me recomendaron optar por una nueva investigación, y yo ya había estado mucho tiempo también en Pucallpa, donde ya había grabado cosas sobre el Kené. Me parecía fascinante. Entonces pensé: “Aquí hay algo importante por hacer”.
Comencé a estudiar el Kené como una forma de representación y adaptación en la ciudad. Me enteré de que Olga y Olinda estaban haciendo murales con ese arte, y me pareció un proceso de adaptación poco común… sorprendente de hecho. Ellas querían llenar la ciudad de esa energía, traer la selva a la ciudad, hacer que la selva se expanda. De hecho, eso se ve un poco en la película (El viaje al origen del Kené), cuando las calles se llenan de este arte. Eso es algo poco común entre los migrantes indígenas, porque a menudo hay vergüenza de sus raíces.

Existe el miedo a ser discriminados… y se opta por dejar todo atrás, incluso su idioma.
Exacto, y me di cuenta de que Olga y Olinda eran todo lo contrario, ellas estaban muy orgullosas de su idioma. Yo de alguna manera soy así. Por ejemplo, estudié dirección de fotografía en Argentina y me sentía muy orgulloso de ser peruano, siempre decía: “Soy peruano, Perú es increíble, tenemos playas, la selva…”. Pero poco a poco me di cuenta de que el peruano no era muy bien visto en Argentina. Pensaba: soy parte de una comunidad discriminada. Al principio no lo entendía, pero luego me di cuenta de que yo era el “loquito” que estaba orgulloso de ser peruano, cuando en realidad sucedían otras cosas. Por eso me quedé sorprendido por el caso de Olga, Olinda y Ronin, su hijo, quienes salieron adelante fortaleciendo su identidad. Ellos supieron ver hacia adentro, ver sus fuerzas, su conocimiento, su pasado, y eso los ha llevado hacia adelante.
Lo otro que me parece importante es que, por ejemplo, en la comunidad de Olga y Olinda, siempre están muy unidos. A pesar de que hay algunas diferencias internas —porque hay como 4 o 5 asociaciones políticas—, siempre hay una idea de trabajar en común por la comunidad. Eso también me parece sorprendente, ya que normalmente esto no se ve en el Perú.
Todo eso me llevó a hacer un cortometraje antropológico, Diseños de Identidad: El Universo del Kené, que trata sobre el proceso de producción y circulación del arte Kené en los murales. Pero me di cuenta de que había grabado tanto material, ya tenía como 5 o 6 años de rodaje, que no cabía todo en el documental. Entonces decidí diseñar un proyecto interactivo llamado Kené Conexiones, con el que ganamos DAFO sección “Nuevos medios”, y pudimos hacerlo. Lamentablemente, ese fondo ya no existe. Debería existir, porque más allá de producir, también se investiga y se generan conocimientos con diversos formatos, lo que era algo novedoso.
A partir de ese proyecto interactivo, pensé que sería interesante hacer una película. Pero me di cuenta de que no se trataba solo de poner todo lo que uno tiene; había que construir una narrativa. Entonces, había más trabajo por hacer. Postulamos al Fondo de Documental en construcción y, por suerte, ganamos. Ese fondo nos permitió hacer varias cosas que con Olinda y Olga queríamos hacer, como ir a las comunidades a grabar más con ellas, viajar con ellas, además de todo el proceso de postproducción de las animaciones, etcétera. Todo eso nos ayudó a explorar formas de visibilizar la cosmovisión amazónica desde la perspectiva Shipibo-konibo.
Eso nos llevó a crear la película. Yo creo que son de ellos. Quiero devolverles eso. Tenemos un plan de distribución para ir a las comunidades y mostrarles lo que hemos grabado. Hace poco tuvimos el estreno de la película en el Festival de Cine Amazónico de Pucallpa. Fue muy bonito poder mostrarla ahí, porque era como devolver la película a la comunidad, al pueblo. De todas las cosas que he hecho, y no quiero ser malagradecido, pero esa película tuvo mucho más sentido allí. A veces uno hace una película y se pregunta: “¿Por qué la hago? ¿Es para ganar premios?”, etcétera. Pero ese contacto con la comunidad, esa identidad del pueblo pucallpino, para mí fue algo muy bonito. Se sintió una conexión diferente. Creo que esa película tiene también ese propósito: conectar primero al pueblo Shipibo-konibo con su origen y su identidad, y luego también a nosotros, los peruanos, que muchas veces invisibilizamos a un grupo u otro.
Este trabajo ha sido muy colaborativo. Hemos trabajado con Olga, Olinda y Ronin, quienes me han propuesto qué grabar y qué no. Todo esto se ha hecho en un largo tiempo, al principio sin recursos, pero con el compromiso de generar algo, de generar conocimiento. Luego, poco a poco, fuimos construyendo más contenido, nuevas formas de mostrarlo. Eso nos ha llevado a tener productos interesantes y valiosos para la comunidad, para la cultura peruana y latinoamericana.

LA PROFUNDIDAD DEL ESTILO
Me impresionó mucho el uso de las transiciones animadas en la película, no solo desde el punto de vista técnico, sino también desde el concepto profundo que transmiten. ¿Cómo las trabajaron?
El diseño de las transiciones estuvo principalmente a cargo de Miguel García, un animador con quien trabajamos en Casa Luz Films. Para nosotros era importante que las animaciones no fueran solo transiciones técnicas, sino momentos mágicos que expresaran la cosmovisión amazónica. Para ello, viajamos a la selva, estuvimos en contacto directo con las comunidades, recogimos elementos como semillas y barro, lo cual cambió nuestra percepción de los colores y las formas. Queríamos que el diseño fuera auténtico y representara la realidad de la selva. Además, nos inspiramos en los trabajos de pintores amazónicos, como Pablo Amaringo y otros artistas shipibos, que ya habían plasmado la visión de la Amazonía en sus obras. Durante el proceso de creación, los artistas colaboraron con nosotros, aportando ideas, sugiriendo cambios y trabajando en conjunto para encontrar el enfoque adecuado. Una parte de la película también tiene un componente más futurista, donde utilizamos tecnología avanzada, incluida la inteligencia artificial, para darle un giro más contemporáneo a ciertas escenas, como el momento en que el personaje de Ronin representa una mirada hacia el futuro. La animación permitió incorporar estas capas de realidad que queríamos transmitir, tanto de lo ancestral como de lo futurista.
Noté que el estilo visual, en general, busca transmitir una idea de conexión profunda entre todos los elementos de la naturaleza.
Sí, ese fue uno de los objetivos clave de la película. La ayahuasca, que es central en la película, enseña que todo está interconectado, que todos somos parte de un mismo sistema, desde la serpiente hasta la flor. Esta es una idea central en la cosmovisión amazónica, y lo que queríamos lograr era que el espectador sintiera esa conexión. La película, de alguna manera, busca replicar esa experiencia de comprensión profunda. La planta nos hace viajar y comprender que también es un viaje hacia adentro, un viaje de lucha y perseverancia, por esto también el título: El viaje al origen del Kené, que refleja ese proceso. La película fue también una experiencia emocionalmente fuerte, especialmente para la comunidad.
Muchos de ellos, al verla, se emocionaron hasta llorar, porque representa espacios y personas que ya no existen, como las que fueron afectadas por el incendio de Cantagallo, por ejemplo. La película no solo toca el corazón de los espectadores, sino también nuestra propia experiencia, especialmente en la época de la pandemia, cuando la película empezó a tomar forma.
Llamó mi atención el rol (sumamente activo) de las mujeres en tu película, pues es poco común esta representación en el cine peruano. ¿Tu propuesta fue intencional? ¿Tiene relación con la mirada cultural?
Es interesante, porque hay una analogía que hemos trabajado mucho en el proyecto. La mujer es vista como la Madre Tierra, la generadora de vida, la que preserva la identidad y la cultura. En la selva, las mujeres son las encargadas de preservar las tradiciones y el arte. En mi experiencia, las líderes de la comunidad han sido mayoritariamente mujeres. Aunque he conocido líderes hombres, muchos no representaban el bienestar de la comunidad, más bien persiguen intereses personales. Es curioso, porque en Lima tradicionalmente los hombres no practican el arte del Kené. Ronin es uno de los pocos que lo hace, pero es interesante que las madres, al ser las que han sacado adelante a sus hijos, han legitimado este arte y permitido que los hombres también se involucren. Sin embargo, en el documental, destaco el rol de las mujeres como las “dadoras de vida y cultura”. Es un tema que he tratado de visibilizar, porque son ellas las que realmente sostienen y transmiten la cultura, especialmente en la comunidad Shipibo-konibo.

Me pareció muy bonito ver en la película cómo el arte del Kené se transmite en una escuela, lo cual me parece un ejemplo claro de cómo se puede legitimar este conocimiento ancestral en el ámbito académico o educativo formal.
Claro, es muy significativo que el arte del Kené se esté enseñando en las escuelas. Me parece que este tipo de conocimiento debe ser considerado como parte del currículum académico, ya que es legítimo y vital para nuestra identidad. La película quiere mostrar que esta tradición no está perdiéndose, sino que se está transmitiendo, con una mirada hacia el futuro. Para mí, el cine ha sido una herramienta para visibilizar y generar conciencia sobre estos temas, y también para conectar con los jóvenes. Espero que, poco a poco, más chicos se interesen en el arte del Kené, no solo las mujeres, sino también los hombres.
Hablando de tu propio viaje, ¿cómo ha sido para ti este proceso de conectar con la comunidad Shipibo-konibo, investigar este arte y hacer estas películas (Ino Moxo y El viaje al origen del Kené)?
Este viaje ha sido un gran aprendizaje, más allá de lo académico. He tenido la oportunidad de acercarme a comunidades, hacer nuevas amistades y formar una nueva familia. Trabajar con Olinda y Olga me ha permitido ver de cerca cómo se vive en la selva, las luchas y los valores que preservan. El cine, para mí, es una herramienta de cambio. No solo se trata de documentar, sino de involucrarse profundamente con los personajes y sus realidades. A través del cine, podemos conectar con el público y generar empatía. Quiero que la película llegue a Europa y a más comunidades, y que pueda generar diálogos y reflexiones. El cine es un medio poderoso para visibilizar, para dar voz a las comunidades y para hablar sobre lo que a veces se pasa por alto.
¿Cómo ves el rol del cine como puente entre realidades? ¿Qué importancia le das al cine como arte?
El cine es una unión de todas las artes, y como tal, nos permite acercarnos a audiencias más amplias. Es un medio poderoso para poner en contexto temas importantes y visibilizar grandes culturas. La película El viaje al origen de Kené nos permite viajar en el tiempo y en el espacio, conectando diferentes lugares y realidades. En el proceso de filmación, me sorprendió la experiencia de viajar a Paoyhan, un lugar tan remoto, y recordar mis primeros viajes a la selva. Esa conexión con el otro, con la empatía hacia otras realidades, es lo que el cine puede ofrecernos. Lamentablemente, en Perú vivimos muy alejados de las realidades de las comunidades más humildes. El cine tiene el poder de unirnos, de hacernos conscientes de que todos compartimos este espacio, este país. En un mundo cada vez más visual, el cine se convierte en un medio esencial para contar historias y generar conciencia. Para mí, este documental es un cofre lleno de historias valiosas para la comunidad Shipibo-konibo, para la historia amazónica y para la memoria histórica de Perú.
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