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En la Semana del Cine hemos podido ver dos películas muy arraigadas en la tradición cinematográfica francesa, en especial por la influencia de un director en particular. Si un cineasta observa el amor desde una edad madura, la otra explora la “crisis de los treinta” en un personaje femenino.
Por José Carlos Cabrejo FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Crónica de una relación pasajera (Chronique d'une liaison passagère, 2022) demuestra que Emmanuel Mouret es un cineasta con un universo muy propio. Como en Las cosas que decimos, las cosas que hacemos, que también pasó por la Semana del Cine, se halla el interés por el verbo, aquel que gira alrededor de la reflexión amorosa. Ello se ve encarnado en dos amantes, que están en sus cuarenta.
Así, una vez más, se siente el fantasma de Éric Rohmer, rondando en esas conversaciones en que la cámara se desplaza para capturar sus diálogos, entre árboles y otras vegetaciones. La clave alta de la fotografía acentúa los tonos blancos de la escenografía, y su imagen granulada acaso remarca también la idea de una película hecha con el espíritu de las viejas películas, en particular, por supuesto, de la nouvelle vague.
En efecto, los protagonistas son de la mediana edad, pero hay un carácter lúdico en su relación, notoria en aquella escena en que ambos juegan con un dinosaurio de plástico en una cama. Hay un lado cómico y encantador en las interacciones de una Sandrine Kiberlain decidida, más segura, y de un Vincent Macaigne con inseguridad infantil e inmerso en sus fantasías.
Hay un giro inesperado en la película ante la aparición de un tercer personaje, que desordena las reglas de su relación. Así, aparece el dolor, trabajado como en su película interior, y al igual que en pasajes de Rohmer, al estilo del amor cortés, de un afecto que se demuestra en las miradas a distancia, y en la posibilidad de capturar la imagen del ser amado por última vez en la retina. La actuación de Macaigne se compenetra con un personaje que puede resultar hasta cómico en el momento más triste y casi devastador. Mouret nos hace pasar de los momentos mágicos, reflejados incluso en planos detalle que muestran el contacto de la piel, a pasajes conmovedores, que nos llevan a la soledad cinéfila, en homenaje a Ingmar Bergman y a Woody Allen.
El director francés trata a sus personajes con un afecto que resulta contagiante. Por ello, Crónica de una relación pasajera es uno de los puntos más altos de la Semana del Cine.
Por otro lado, Los amores de Anaïs (Les amours d'Anaïs, 2021), ópera prima de Charline Bourgeois-Tacquet, también nos hace sentir el encanto de la palabra. Los diálogos van a un ritmo rápido, lo que recuerda buena parte de la comedia del Hollywood clásico, pero en simultáneo (otra vez) a Éric Rohmer, por un guion que medita sobre el asunto amoroso, y al Antoine Doinel interpretado por Jean-Pierre Léaud en algunas comedias de François Truffaut. El personaje que interpreta Anaïs Demoustier se siente casi como una reencarnación femenina de aquel personaje. En una crisis de los treinta, habla y habla, y es adorable por su falta de mesura, de filtro, al decir sus ideas.
Ese verbo raudo de la cinta se ve acompañada por movimientos de cámara que siguen sus pasos por la ciudad, o que panean o la rodean para mostrar sus atracciones amorosas de forma triangular o en mutación. A diferencia de La peor persona del mundo de Joachim Trier, con un personaje femenino que pasa por la misma “crisis”, tenemos aquí una película radiante hasta el final, y que además desemboca en una escena erótica poderosa, de connotaciones vampíricas y a la luz del sol, como pocas veces se ha visto en el cine de los últimos años.
