Semana del Cine 2025: "Ramón y Ramón" (2024): complicidad, ternura y dolor
- Felipe Flores
- hace 32 minutos
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En su nueva coproducción con El Deseo, Salvador del Solar apuesta por la complicidad y la ternura para recordar que honrar no es absolver, es seguir cargando con lo que duele.
Por Felipe Flores FESTIVALES / SEMANA DEL CINE

Ramón y Ramón es, ante todo, una elegía en movimiento. En pleno confinamiento, en los primeros meses de la pandemia, Ramón recibe las cenizas de su padre, Ramón, y decide llevarlas de vuelta a su tierra. El trayecto — hecho de recados mínimos, desvíos y ritos — lo obliga a escuchar lo que el silencio oculta. Las tomas de una Lima absolutamente desolada — calles vacías, paraderos mudos, luz que cae sobre cemento sin testigos — convierten la ciudad en estado de ánimo: un paisaje de culpa y espera donde cada esquina parece pedir perdón. No hay postal, hay aire detenido y duelo que se mide en metros. Que, además, llegue como coproducción con El Deseo — la casa de Almodóvar — no es solo un dato de cartel; resulta grato ver al cine peruano moverse con naturalidad en esferas internacionales sin perder su propio timbre.
Emanuel Soriano sostiene el corazón de la película con una actuación calculada y rota, hecha de silencios, miradas que se desvían y respiraciones que pesan; su Ramón se protege como puede de la vergüenza y del afecto. Jely Reátegui, como la prima que se quedó en casa, encarna una ternura práctica: abrigo sin discurso, una mano que no juzga y, por eso mismo, permite avanzar. El vínculo cercano con ella le da al relato un pulso íntimo que evita la grandilocuencia y ancla el viaje en gestos concretos. Con el personaje de Álvaro Cervantes, en cambio, la película dibuja un lazo que bordea la línea entre lo fraterno y lo homoerótico; el español encarna una masculinidad aparentemente libre de complejos, corporal y afectiva sin estridencias, que habilita una intimidad sin palabras. Su soltura desarma a Ramón y lo saca de la coraza: hay miradas largas, cuidados cotidianos y una proximidad que coquetea con el deseo, pero se asienta en la complicidad.

No es un “cine queer” convencional. La sexualidad no organiza la trama ni exige consigna; es la hendidura por donde se filtra la relación con un padre al que siente haber fallado y, quizá, haber alejado por quien es. Ramón carga con la culpa de no haberlo acompañado y aún así busca honrarlo. La película mira de frente esa paradoja: un padre puede ser buen padrino, buen hermano, buen paisano, buen líder comunitario, y aún así fallarle a sus hijos; y, de vuelta, el hijo fallarle también. Lo que se alcanza no es la absolución, sino el reconocimiento de la grieta: de que hubo un abandono que ninguna ceremonia repara; de que un hombre puede ser ejemplar para los demás y torpe con su hijo; de que honrar no es absolver ni olvidar, sino mirar la falta sin adornos y decidir, aun así, cargar juntos con lo que queda.
Del Solar filma con pudor y claridad emocional: el camino como desmontaje, la ciudad vacía como espejo, la despedida como acto cívico mínimo. Cuando el relato elige la precisión del gesto antes que el subrayado, la película respira con fuerza y deja imágenes que se quedan: un abrazo a destiempo, una urna que vuelve a casa, una Lima que, en su vacío, nos obliga a oír.

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