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“Shiva Baby” (2020): tradición y humor negro

Actualizado: 27 jun 2023

El primer largometraje de Emma Seligman resulta ser una tensa comedia negra que juega con estereotipos judíos y que encuentra, en situaciones incómodas, momentos oscuramente hilarantes. En esta crítica se incluyen spoilers.


Por Agustín Baella Arsentales CRÍTICAS / MUBI

“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin
“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin

Ambientada en un día, y mayoritariamente en un escenario, el primer largometraje de Emma Seligman, Shiva Baby (2020), se desarrolla a partir de un cortometraje de tesis que presentó en la New York University Tisch School of the Arts en el 2018. En él, vemos a Danielle (Rachel Sennott, asumiendo el rol de manera muy genuina), una joven judía que anda sin rumbo fijo, en búsqueda por darle sentido a los pasos que da. A pesar de todo, solo tiene la certeza de ser dueña de su propio cuerpo, y lo demuestra.


Vemos que Danielle gana dinero fácil manteniendo una relación transaccional con Max (Danny Deferrari), su sugar daddy de turno, y se siente empoderada: en la primera escena que la vemos se encuentra en una postura sexual que indica dominancia, y en la que tiene a su pareja firmemente bajo control (quizá lo único que tenga bajo su mando en la vida). Sin embargo, justifica sus actos arguyendo que debe pagar supuestos estudios en leyes.


Luego de su encuentro con Max, debe atender un compromiso familiar. Se trata de un shiva, práctica de la tradición judía sobre el duelo de una semana de duración que se hace ante la pérdida de un familiar cercano, pero del que desconoce la identidad del difunto. Se encuentra con sus padres, que llegan casi al mismo tiempo: un primer acercamiento a la familia judía encabezada por la entrometida pero amorosa Debbie (Polly Draper), la madre de Danielle, y el carismático —aunque algo torpe— padre, Joel (Fred Melamed).

“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin
“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin

En la entrada se encuentra con Maya (Molly Gordon), con quien tuvo una relación lésbica en la secundaria. Un vaticinio de que no va a ser un día tranquilo. Una vez que ella ingresa a la casa, un juego de tensiones entra en curso con preguntas invasivas de familiares cercanos sobre sus planes a futuro, su estado civil, cuestionamientos sobre su peso, y que chismean por la espalda ni bien la protagonista se aleja. Seligman, al ser judía también, entiende muy bien el comportamiento de los suyos, y se divierte al encasillarlos en aquello que no les hace gracia.


El primer encuentro incómodo es con Maya, que está posicionada en las antípodas de Danielle: ella realmente va a la escuela de leyes, está encaminada en la vida y parece tener un horizonte definido. Las rencillas del pasado afloran en discusiones banales, pero la presunta enemistad es una farsa que no puede ocultar un doloroso afecto que, a pesar de todo, persiste entre ellas.


El segundo escollo es cuando ve a Max, su hasta entonces principal benefactor, y le complica aún más la situación a Danielle. Se conocen nuevamente, pero esta vez con sus verdaderas identidades. Resulta que su sugar daddy solía trabajar para su papá. Y no solo eso. Está casado con Kim (Dianna Agron, recordada por su papel en Glee y judía en la vida real, a pesar de que sea la única no judía en el papel que interpreta), una próspera empresaria que financia los caprichos de su esposo, y con el que conforma la pareja perfecta junto a un bebé que no para de llorar.

“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin
“Shiva Baby” (2020). Fuente: Filmin

Por el lado de Danielle, se descubre que no necesita el dinero, ya que sus padres le pagan todo, que en realidad (según ella) se especializa en estudios de género, pero mientras no consigue trabajo se desempeña como niñera. En realidad, ella quiere demostrar que puede mantener su autonomía sin tener que depender de sus padres, a pesar de que estos la sigan apoyando económicamente.


Casi no parece haber un tiempo de reposo para Danielle. En cada rincón de la casa tropieza con una nueva mina que le estalla muy cerca: los parientes que insisten con sus preguntas entrometidas, sus padres que le recuerdan pasajes incómodos de su infancia; Kim que, poco a poco, se va dando cuenta de la relación que ella tuvo con su esposo y de la actividad que ejerce; las miradas con Max, el coqueteo casual con Maya. Todo ello acompañado con la partitura de Ariel Marx que es ejecutada por un conjunto de cuerdas y percusión, cuya repetición y disonancias enfatizan la tensión y angustia que se vive en el recinto.


Hacia el final, las circunstancias superan a Danielle y se rinde ante la impotencia de estar completamente abrumada. Frente a esto, una salida que parece sencilla. En medio de la frustración y de una seguidilla de episodios de estrés que parecían nunca acabar, un momento de ternura silenciosa y espontánea: Maya la toma de la mano y entrecruzan los dedos. A pesar de todo, son cómplices, y nunca dejaron de serlo. En el juego de miradas, las palabras muchas veces no son necesarias. El apoyo emocional llega de manera inesperada, y solo ello resulta suficiente.



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