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“37 segundos” (2019): la emancipación personal

La ópera prima de Mitsuyo Miyazaki, mejor conocida como Hikari, hizo su debut en el Festival de Cine Internacional de Berlín, y transita con soltura entre lo dramático y lo cómico.


Por Hitoshi Isa Kohatsu     CRITICA / NETFLIX


"37 Segundos" (2019). Fuente: Netflix

Yuma (Mei Kayama), quien desde su nacimiento sufre de parálisis cerebral y depende de una silla de ruedas, está en la etapa temprana de la adultez. A causa de su discapacidad, su madre sobreprotectora (Misuzu Kanno) intenta supervisar cada detalle de su vida con meticulosidad. Además, su empleo como asistente de mangaka resulta desalentador, ya que su jefa se lleva todo el reconocimiento dejándole a ella toda la carga del trabajo de ilustración.


Encontrándose entre estas dos situaciones que, de una forma u otra, la limitan y le roban autonomía, la protagonista se embarca en una odisea en busca de su emancipación personal. Inicia este viaje al intentar crear su propia historieta, pero se enfrenta a constantes rechazos hasta que conoce a la editora de una revista erótica. Ella, humorísticamente, aprueba su trabajo, pero le dice que necesita reflejar mayor “experiencia práctica”.


A partir de ese momento, Yuma inicia un viaje de descubrimiento de su sexualidad, enfrentando vergüenzas, sorpresas y decepciones en el camino. Sin embargo, también encuentra amistades inesperadas con personas mucho más empáticas de lo que suele encontrar en su vida. La nueva confianza que tiene le abre otras oportunidades para valerse por sí misma, especialmente frente a su paranoica madre.


Es en este punto en el que el filme empieza a divagar ligeramente. Pasa de la búsqueda por el padre a un viaje internacional para rastrear una inesperada relación familiar, con la esperanza de encontrar respuestas que le permitan “entender” su vida.


"37 Segundos" (2019). Fuente: Netflix

Se ha de decir que la primera mitad de esta narrativa es decisivamente superior. Logra capturar las dificultades por las que pasa Yuma sin hacerla objeto de pena o risa. Y, a lo largo de esa mirada empática, también logra acercarse a su desarrollo personal de una manera cautivadora, humorística y lo suficientemente dramática para ser un retrato vivo, con todos los matices necesarios.


El ángulo de la segunda parte, el de la búsqueda por el padre ausente y el familiar desconocido, desgraciadamente no se integra efectivamente al resto de la película. Cede a acentos melodramáticos que no se encontraban presentes inicialmente, y se extravía en una representación naturalista. El clímax emocional -la epifanía auto afirmativa de la protagonista-, por ende, resulta un tanto meloso y predecible.


Pero, en su mayor parte, el filme no se rinde fácilmente ante el sentimentalismo encontrado en varias narrativas similares. Ello es notorio en Yuma. Mei Kayama da una gran performance. Logra presentar todo lo necesario para entender el mundo interno de su personaje, sean sus esperanzas, sueños, miedos e inseguridades. Tiene un amplio rango para actuar en escenas que pueden ser humorísticas, dramáticas y, también, descabelladas.


De manera similar, Hikari, en su debut como directora, muestra una perspectiva humanista que abarca tanto lo serio como lo cómico con gran destreza. Su enfoque en los actores permite captar las sutilezas emocionales de los personajes, destacando su sensibilidad en escenas de naturaleza más delicada, especialmente en lo que respecta a la sexualidad.

 

Aunque 37 segundos (37 Seconds) pierde parte de su interés hacia el final, sigue siendo un drama envolvente con una protagonista maravillosa y una dirección que se mueve libremente entre tonos dramáticos y cómicos. Además, destaca al abordar una realidad social a menudo pasada por alto en el cine japonés.



 

 




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