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"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005): duelo de los destinos

La película propone un viaje no solo por el territorio norteamericano, sino también por la relación de una joven pareja y su forma de enfrentar todas las adversidades en una relectura de El Mago de Oz que se mezcla con elementos “lyncheanos”.


Por Gustavo Vegas Aguinaga                                          CRÍTICA / APPLE TV+

“Corazón ssalvaje" (2005). Fuente: IFC Center
“Corazón ssalvaje" (2005). Fuente: IFC Center

No podría empezar de otra manera que no fuese con un comentario personal: recuerdo haber visto esta película de muy niño, quizá en la tele o un DVD, junto a mi hermano y mi padre y, pese a no entender mucho, maravillarme por todas esas imágenes y sonidos que se grabaron en mí para siempre. Por ratos era una película didáctica o aleccionadora: el bien y el mal, el lado luminoso y el lado oscuro. Simple. Otras veces era espectáculo y el resto del tiempo se mezclaba todo eso. Volver a verla no solo permite redescubrir un interés casi genético por la ciencia ficción y la saga galáctica de Lucas, sino también otras lecturas todavía embargadas por una emoción infantil.


¿Cómo llega el elegido, el mejor de todos, a ser el más grande villano del universo y la historia del cine? La figura de Darth Vader se agiganta a medida que sabemos el gran Jedi que era Anakin y la promesa que representaba. Valoro el primer guiño que ofrece George Lucas en la ejecución del Conde Dooku. El enfrentamiento del sable azul versus el sable rojo ya dibuja bien la situación, pero es cuando Anakin vence que toma la espada de Dooku y hace uso de ella; es decir, permite que el “mal” entre en él. Ya no es puro (el uso del azul), sino que hay una mancha (uso del rojo). Allí la aprobación del canciller.


"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: IMDB
"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: IMDB

Tras el rescate y el éxito de la misión, regresan al Templo en Coruscant y Anakin le pide a Obi-Wan que lo acompañe. “No. Soy cobarde para la política”, contesta su maestro y lo deja solo. Si bien se plantea como una escena corta y sin mucha relevancia, da pistas de cómo la inacción de Kenobi permea la duda de Skywalker, al mismo tiempo que establece una verdad grande como el templo Jedi: no inmiscuirse en política es, guste o no, también una decisión política. Significa dejar la pista libre a quienes sí lo hacen para que puedan decidir a su gusto sobre la vida del resto. Obi-Wan pierde de vista no sólo a su pupilo, sino también la escala de la situación. La consecuencia de esta “tibieza” es indirectamente el nacimiento del mal más grande de la galaxia.


Más adelante, cuando Anakin valora sus dudas ante el maestro Yoda, se plantean posiciones interesantes. El sabio le advierte que el miedo al cambio es el camino al lado oscuro y debe dejar que las cosas progresen; sin embargo, Anakin busca a toda costa conservar su familia, su orden y sus intereses. Por ello también se muestra de acuerdo ante la idea de otorgar poder absoluto al Canciller: menos deliberación y más acción, dice. Es un retrato de quienes hoy en día piden “mano dura” y medidas extremas ante las situaciones que nos aquejan (no es casualidad, entonces, que Skywalker encuentre justificada la ejecución extrajudicial de un enemigo rendido). Asimismo, el “conservadurismo” de Anakin es endulzado por el Canciller cuando le promete los secretos para engañar a la muerte. Esto en principio parece ser para salvar a Padmé Amidala, pero ultimadamente es una herramienta para extender sin fin la permanencia absoluta de los suyos en el poder.

"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: IndieWire
"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: IndieWire

Este tránsito de Anakin desde el lado de la fuerza hacia el lado oscuro (que es también un cambio de un sentir democrático hacia uno totalitario) está regido por unos contrastes lumínicos notorios pero disfrutables. Progresivamente las escenas nos muestran el rostro de Anakin cada vez más sumido en claves bajas hasta llegar a una oscuridad moral casi absoluta. Los tonos sombríos son mezclados con el malvado color rojo del lado oscuro, como se ve en la escena donde Anakin finalmente se une al Canciller Palpatine. Este lo bautiza como Darth Vader y el joven Jedi, ahora oleado y sacramentado maestro Sith, posee su característico claroscuro con la mirada de odio rodeado del rojo de la habitación. Lucas sacrifica la sutileza de sus simbolismos por la efectividad y el golpe.


Una vez corrompido Anakin, que era la esperanza de la galaxia, Palpatine es capaz de dar rienda suelta a su control político y militar. Extermina a los Jedi, asume un poder absoluto protegido por su nuevo lord Sith y establece, entonces, el Imperio. No es coincidencia que estas ansias imperialistas (bañadas, claro de un nacionalismo rancio y populista) estén teñidas de un propagandístico y republicano color rojo. Palpatine, incluso, se victimiza y emplea a su favor un supuesto “atentado” contra su vida. “Así muere la libertad”, dice Padmé. “Con un aplauso”. Así, se completa el auge totalitario de Palpatine ante el visto bueno de los demás.

"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: The New York Times
"Star Wars: episodio III - La venganza de los Sith" (2005). Fuente: The New York Times

Tal situación se condice con lo que vemos hoy en día y la aprobación que tienen los líderes políticos inclinados hacia los totalitarismos con ecos fascistoides. Inclusive con la participación de generaciones jóvenes que, bajo el ideal de conservar el poder y aplastar al enemigo, son atraídos hacia aquellos lados oscuros. Lo mismo que ocurrió con Anakin. Lucas sabe retratar la importancia de los jóvenes en la política y cómo influencian o se dejan influenciar, para bien o para mal. Al decidir el futuro de la galaxia, Anakin gana poder absoluto, pero pierde a sus seres más queridos.


Entonces, cuando todo arde en el terreno volcánico de Mustafar se da el anticipado duelo entre alumno y maestro que es también el duelo por el destino de la galaxia, así como el clásico cruce entre el bien y el mal. Anakin vuelve a emplear su sable azul, pues aún hay un leve halo de bondad en su interior, como señala Padme antes de morir. Obi-Wan lo derrota y Anakin “muere” para que pueda surgir finalmente Darth Vader. Lucas coloca a este mal como una quimera: pese a no tener extremidades se reinventa y reaparece todavía más villano. Finalmente el contraste es claro: Vader, de negro y en la penumbra, causa la muerte de su amada; Padmé, de blanco y bajo la luz, da vida a la nueva esperanza. Así, en medio del surgimiento del imperialismo galáctico, queda un cálido eco de ilusión que les permite mirar al sol, o, en este caso, a dos soles, como los hermanos Skywalker.



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