"Terciopelo azul" (1986): el mundo extraño
- Gustavo Vegas
- 16 abr
- 5 Min. de lectura
El clásico del cine a cargo de David Lynch propone una realidad oscura detrás de lo que parece ser un pueblo ideal y nos revela el lado perverso de nuestra sociedad
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / APPLE TV+

La sublime secuencia introductoria de Terciopelo azul (Blue Velvet. 1986) de David Lynch nos anticipa muchas de las cuestiones que se plantean más adelante. Unas flores bellas bajo el cielo limpio sobre un cerco (¿separa esta valla al hogar tranquilo del exterior salvaje?), bomberos cuidando un barrio “bonito”, escolares que cruzan la calle y un hombre que riega su amplio jardín. Todo en orden, hasta que la televisión le muestra una pistola a su esposa. Corte. Regresamos al marido en el jardín. El arma anuncia el peligro, la violencia inminente, la destrucción de aquella aparente perfección. La manguera se obstruye, el hombre sufre un ataque y cae. La bella voz de Bobby Vinton se distorsiona y ya no se reconoce, en su lugar aparecen ruidos estremecedores mientras la cámara parece adentrarse en la tierra, bajo el césped y nos muestra los escarabajos de apariencia y ruidos grotescos. En un par de minutos Lynch ya construyó un lugar ideal para señalar los cambios e imperfecciones que atraviesa. Otro corte. “Bienvenidos a Lumberton”, vale decir: bienvenidos a esta historia, a esta película. No podría haber mejor carta de presentación.
Este enfoque particular que tiene Lynch sobre la sociedad norteamericana (el mítico plano de las rosas rojas, la valla blanca y el cielo azul conforman la bandera estadounidense, un simbolismo pictórico que usó también Sean Baker en Anora) es atravesado por su característica intención de mostrar lo oscuro/extraño como parte de lo cotidiano/normal y viceversa. El protagonista Jeffrey (un guiño a L. B. Jefferies de la Ventana Indiscreta de Hitchcock), interpretado por Kyle MacLachlan le dice a la dulce Sandy (Laura Dern): “es un mundo extraño” mientras conversan de los misterios que están a su alrededor. Es así que, es un camino soleado rodeado de árboles y rocas, se encuentra una oreja cercenada que da pie a los sucesos tenebrosos que vienen más adelante.

Los dos jóvenes van juntos al hogar de Dorothy Vallens (un breve guiño a El Mago de Oz, que sería referenciado directamente en su siguiente película) y es un bloque de departamentos oscuro en una calle desolada y con unos hombres que acosan a Sandy. Advierte así Lynch sobre lo peligroso de este lugar. Las escaleras tienen poca luz y pareciera que nadie más vive ahí. Detrás de los barrios luminosos, limpios, tranquilos de Lumberton están estas calles nocturnas de crimen, de secretos y perversiones. Lo que inicia como una genuina curiosidad termina en una investigación improvisada y amateur que desentierra la verdad de un gran país. Como el protagonista de La ventana indiscreta, Jeffrey se esconde para ver a la mujer misteriosa y este espionaje, al igual que en Hitchcock es descubierto y pone en peligro la vida del voyeur. Acá, sin embargo, Lynch deja que Jeffrey y Dorothy se acuesten: las fantasías se hace realidad, pero tiene un costo.
Lynch va más allá de imitar a Hitchcock: lo relee para señalar las tinieblas y las rarezas que esconden las familias, los pueblos y los países que aparentan ser perfectos. De esta oscuridad profunda nace Frank (Dennis Hopper), un villano tan infame como entretenido. Lyncheano a la perfección: la rareza y maldad, así como el aura llena de perturbaciones que emana Frank es al mismo tiempo uno de los elementos de su atractivo, pues hay en sus modos malévolos una curiosidad que atrapa y engatusa. Así nos cuestiona Lynch también. Aquello que no debería gustarnos, nos gusta. Coloca, entonces, un abuso sadomasoquista con ecos incestuosos (edípicos, directamente) que la audiencia no espera ni asimila. Lo mismo sucede con Jeffrey: su pequeña aventura, su interés travieso termina en un lío criminal, un polígono amoroso de abuso enfermizo.

Todo eso esconde Estados Unidos: violencia, abuso, perversión, corrupción, crimen. Y, tal como los barrios de Lumberton, está a la vuelta de la esquina y a la vista de todos. Es un mal tan enraizado en su sociedad que pasa desapercibido, está normalizado. Basta una experiencia poco común para conocerlo. Falta un tránsito. La secuencia donde Frank se lleva a Jeffrey y Dorothy a dar un “paseo” es el momento donde Jeffrey es conducido por completo a este mundo extraño. El juego de luces y el montaje dotan a estas escenas de una particularidad visual de pesadillas y horror, contrarios al onirismo melancólico del show de Dorothy Vallens en el “Slow Club”, un lugar perdido en el tiempo donde todo se detiene. Frank los lleva a una suerte de espacio liminal donde esa maldad ya está por completo mezclada con la cotidianeidad: los malhechores actúan a sus anchas y es en un hogar que asume su destrucción gente casi muerta en vida. Es aquí donde Lynch introduce en un par de minutos otro show musical: Ben (Dean Stockwell) canta “In Dreams” de Roy Orbison y Frank tararea. El villano terrible ama la canción, Dorothy llora por su hijo y Jeffrey sigue incrédulo de esa realidad. Este lugar es el espacio donde se permiten estas transgresiones y su falta de leyes, de límites, de dimensiones y humanidad facilita el cruce más importante de la película: el mundo extraño, el mundo de los sueños (y pesadillas) se mezcla con el nuestro y podemos ser detectives, cantantes, héroes, protagonistas…
Destaca así el reencuentro entre Jeffrey y Sandy. El, de negro. Ella, de rosa. El ya ha cruzado el umbral hacia el mundo de la perversión y ella no conoce otras tierras que no sean las de la pureza. Jeffrey descubre en la policía un aliado de Frank y comprende una de las grandes verdades de la película: aquel mundo depravado e inmoral, que parece tan ajeno al nuestro, es, en efecto, el nuestro. Así vivimos. No hay otra opción que enfrentar esto. Tras dispararle a Frank en la frente, los problemas parecen haber desaparecido. El padre se recupera, el sol vuelve a salir; de nuevo las flores, de nuevo la alegría. Sandy perdona a Jeffrey y retoman la relación, pero nada va a ser igual. El ha visto los horrores. Igual que Dorothy, aunque le devuelven a su hijo y lo puede abrazar de nuevo, hay algo en su media sonrisa que evidencia un pesar. Sin embargo, en ese cierre que busca la circularidad con el principio, existe un halo de esperanza. Es un cielo un poco más claro, quizá purificado, alejado cada vez menos de ese mundo extraño.
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