"Thunderbolts*" (2025): héroes rotos y salud mental
- Alberto Ríos
- 12 may
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En un universo Marvel cada vez más marcado por el agotamiento, Thunderbolts* emerge como una propuesta que explora los límites del heroísmo.
Por Alberto Ríos CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

En un contexto en que el universo Marvel atraviesa una etapa de desgaste visible, con títulos como The Marvels (2023), Ant-Man y la Avispa: Quantumanía (Ant-Man and the Wasp: Quantumania. 2023) o Capitán América: un nuevo mundo (Captain America: Brave New World. 2025) dejando más dudas que certezas, Thunderbolts* (2025), dirigida por Jake Schreier, aparece como un soplo de aire distinto dentro de la franquicia de la casa de las ideas. Sin ser una película que innove demasiado, marca un camino en el que reemplaza parte de las fórmulas del estudio por un entendimiento más profundo y humano de sus personajes. Aquí, la propuesta de Schreier se alinea menos con el tono épico y homogéneo que marcó la saga del Infinito y más con experimentos como Guardianes de la galaxia (Guardians of the Galaxy, 2014) o El escuadrón suicida (The Suicide Squad. 2021), relatos donde el heroísmo no se presenta como destino épico, sino como el resultado frágil de identidades rotas que intentan mantenerse juntas.
Un grupo de supervillanos poco convencional: Yelena Belova, Bucky Barnes, Red Guardian, Ghost, Taskmaster y John Walker son reclutados por el gobierno para misiones encubiertas. Sin embargo, pronto descubren que han caído en una trampa mortal orquestada por la cabeza de la CIA, Valentina Allegra de Fontaine. Obligados a unirse para sobrevivir, estos marginados se meterán de lleno en una peligrosa misión que los enfrentará a los rincones más oscuros de su pasado, poniendo a prueba su lealtad, sus habilidades y su sentido del bien y el mal.
Yelena (Florence Pugh) se presenta desde el inicio como el centro emocional del filme. Pugh sostiene con solvencia una película que, aunque estructurada como un relato coral, encuentra su mejor forma cuando se centra en el drama emocional de su personaje: una asesina de élite atrapada en un camino sin rumbo. En los primeros minutos, que por momentos evocan una versión marvelita de la saga de Mission: Impossible, la película combina acción dinámica con humor seco y estilizado, incluyendo un plano secuencia de acción grabado con un ángulo cenital. Estos primeros instantes destacan sobre todo por no esconder los problemas que padece su protagonista: su atracción por caer hacia el vacío, representada por una escena en la que se arroja desde lo alto de un edificio para dar inicio a una misión.

Uno de los ejes más singulares de la película está en la manera en que aborda la salud mental. La inclusión del personaje de Robert Reynolds (Lewis Pullman), y su progresiva fragmentación como resultado de un experimento que desatiende por completo su estado psíquico previo, introduce una dimensión adulta poco habitual en el cine de Marvel. The Void, una entidad destructiva que emerge a raíz del estado mental de Robert, funciona no tanto como amenaza externa, sino como síntoma de algo más profundo: un desequilibrio que no puede resolverse a golpes.
A grandes rasgos, queda claro que Thunderbolts* (2025) busca una identidad propia. No se desliza hacia el exceso cómico de Guardians of the Galaxy (2014), ni al cinismo hiperestilizado de The Suicide Squad (2021), aunque comparta con ambas un grupo de personajes desplazados, inconformes, que orbitan alrededor de una causa sin terminar de creer en ella. La diferencia está en la forma: más clásica, más seca, menos pendiente del espectáculo visual y más anclada en un tipo de dolor que rara vez encuentra lugar en este tipo de relatos. Aquí asoman el trauma, la adicción, la soledad, pero también una voluntad de mantenerse en pie incluso cuando no hay un mundo que valga la pena salvar.
Visualmente este enfoque es notorio desde la paleta de colores del director de fotografía Tom Poole, que tiende hacia una escala de grises en casi todos los planos, marcando una clara distinción con la colorimetría saturada que ha caracterizado a muchas películas recientes de Marvel, recalcando la atmósfera más seria de la película, pero también nos denota que estamos en un mundo menos luminoso. Ya no hay héroes como Iron Man o Steve Rogers. Son los villanos y marginados los que deberán salvar el día. Las escenas de acción también lo reflejan: no hay un CGI de brillantes colores en el choque de poderes de los héroes. La película apuesta por lo práctico: combates cuerpo a cuerpo, explosiones y stunts.
Thunderbolts* no rechaza los códigos clásicos del MCU, pero dentro de ese marco encuentra un espacio para explorar un tipo de conflicto menos obvio. La película no busca redefinir el universo que la acoge, pero lo interrumpe, de manera sutil, con silencios y dudas que sugieren una nueva posibilidad: que a veces, no es necesario atar todos los cabos sueltos para ofrecer una historia significativa y que puede que los grandes conflictos no vengan del espacio exterior, sino de los demonios que atormentan a cada persona.
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