29 FCL: "Sentimental Value" (2025): familias, desesperación y arte
- Alberto Ríos
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La más reciente cinta del cineasta norguego Joachim Trier, ganadora del Grand Prix del Festival de Cine de Cannes, es un drama que explora la relación entre un padre y sus dos hijas.
Por Alberto Ríos FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

El cineasta noruego Joachim Trier, conocido por títulos como Oslo, 31 de agosto (2011) y La peor persona del mundo (2021), presentó en el Festival de Cine de Cannes su más reciente película, Sentimental Value (2025). El filme, protagonizado por Renate Reinsve, Stellan Skarsgård y Elle Fanning, explora las dinámicas familiares y los vínculos quebrados, al mismo tiempo que muestra el arte como una forma de reconectar con las emociones.
Ambientada en Oslo, Sentimental Value sigue a Nora (Renate Reinsve), una actriz de teatro cuya vida se remueve cuando reaparece su padre, Gustav (Stellan Skarsgård), un cineasta retirado, tras la muerte de su madre. Gustav intenta recomponer el vínculo proponiéndole protagonizar una película autobiográfica; ante la negativa de Nora, decide seguir adelante y castea a una actriz extranjera (Elle Fanning). Mientras el proyecto avanza, se reabren viejas heridas entre padre e hijas (incluida Agnes, la hermana de Nora).
Joachim Trier continúa trabajando con un estilo marcado por el naturalismo visual. Su puesta en escena se apoya en la cámara en mano, la luz natural y una construcción fragmentada que gira en torno al sentimiento de soledad y abandono de sus personajes. El director mantiene así un registro cercano a lo cotidiano, donde los silencios y los gestos adquieren tanto peso como los diálogos.

De cierta manera, estamos ante una continuación espiritual de La peor persona del mundo. Si aquella exploraba los conflictos existenciales de una joven en busca de identidad en un entorno urbano, aquí Trier desplaza el foco hacia el espacio íntimo de la familia y las dinámicas intergeneracionales. Pero su mirada sigue puesta en un personaje femenino que no es capaz de encontrar su lugar en el mundo y que tiene dificultades para expresar sus emociones. El noruego también mantiene su línea desde el tratamiento de la ciudad blanca y aséptica, en la que acompaña a los personajes en sus tránsitos y movimientos con una cámara inestable, que refleja el estado emocional que estos viven.
La primera secuencia de Sentimental Value presenta la casa familiar como un espacio donde habitaron generaciones pero que ahora es todo menos un lugar donde padre e hijas pueden encontrar un lugar de entendimiento. Ese lugar cargado de pasado no permite la convivencia y expone los resentimientos acumulados. Como dice uno de los personales, las cosas que allí se encuentran solo tienen “valor sentimental”. La cámara de Trier la explora lentamente, se mete por sus recovecos y esquinas mientras escuchamos como Nora se siente desapegada de los recuerdos de su infancia vividos allí. El hogar presentado resulta en un cascarón vacío de los sentimientos que debería contener.
En ese marco, Bill Skarsgård encarna a un padre ausente que solo encuentra en el arte un modo de intentar comunicarse con su hija. El guion que le propone es sobre todo un intento de acercamiento, la única forma en la que puede ofrecerle una oportunidad de catarsis. Skarsgård equilibra la figura del artista vanidoso y la del hombre vulnerable. Es él quien sostiene los mejores momentos dramáticos de la cinta. Destaca sobre todo una conversación con Nora, en la que la desidia y crueldad con la expresa el estado mental de su hija es sostenido con un primer plano de Skarsgård, quién aquí está más cerca de la contención que de los manierismos del Barón Harkonnen de Dune (2021).

El personaje de Nora se construye desde la incomodidad y la distancia con su padre. La negativa a participar en la película que Gustav quiere filmar revela una herida abierta desde la infancia. Sus gestos, sus movimientos y la forma en que Trier la encuadra transmiten ese estado de tensión y tristeza. Frente a ella aparece el personaje de Elle Fanning, que comienza como una sustituta para ocupar el lugar de la hija en el proyecto, pero que poco a poco adquiere la forma de un reflejo, de alguien que siente que ocupa un espacio que no le corresponde.
En la medida en que la casa se erige como metáfora, con una grieta visible en los cimientos, el relato deja entrever que el derrumbe puede ser, en realidad, un punto de partida. Trier ensaya la posibilidad de que el arte funcione como un modo de reparar lo irreparable, de ordenar aquello que en la vida permanece dislocado. Ese guión puede ser la forma en el que el padre extiende un salvavidas a su hija para que pueda exteriorizar sus demonios.
Sentimental Value se mueve entre el humor seco y el drama familiar, y aunque por momentos se excede en reiteraciones o subrayados (puede que su mayor falencia sea cierta sobreescritura de sus ideas), lo cierto es que consigue un retrato que, sin estar a la altura de sus anteriores filmes, permite explorar los vínculos complejos de la herencia afectiva y el arte como forma de reparación.
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