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Suburbia Film Festival: algunos cortometrajes
- Gustavo Vegas
- hace 3 minutos
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Este nuevo festival de cine presentó una competencia de cortometrajes nacionales realizados por jóvenes talentos. Aquí un breve repaso de algunos títulos.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / SUBURBIA FILM FESTIVAL
Entre diversas actividades como presentaciones especiales y talleres, la primera edición de Suburbia Film Festival proyectó cortometrajes de distintos géneros y estilos realizados por cineastas emergentes. Lo primero que pude ver fue El Inti del Perú, dirigido por Kaled Lévano, donde el reconocido actor peruano Reynaldo Arenas recuenta pasajes de su vida, desde la sala de su hogar y una cámara quieta que lo acompaña como si el espectador participara también del ejercicio de memoria. El corto logra combinar el presente del actor con el pasado de las imágenes del material de archivo para engrandecer (todavía más) la figura de Arenas. Hay pasajes sobre el apoyo de su madre y su proceso para llegar al rol titular de Túpac Amaru (Federico García, 1984) que son conmovedores.
Lo que Dina se llevó, de Rebeca Garay, funciona como un documental experimental y provocador que denuncia las atrocidades del gobierno de la entonces presidenta Dina Boluarte, y lo hace desde la reivindicación del cine y sus imágenes como herramienta política, dejando de lado la "belleza" o pulcritud de sus formas para reclamar: no hay estética en la masacre de protestantes ni en acusaciones de corrupción. Guste o no, interpela a la audiencia de manera directa, incluso con una pregunta que se abre al cerrar el cortometraje: "¿de dónde eres?", un reclamo ante la indiferencia de los demás.
Arnold Sotomayor escribió y dirigió El retorno del alma, donde un abogado es contactado por la parca para que sea un asesino a sueldo, aunque luego es acosado por su memoria y el peso de su consciencia. Destaca la propuesta inicialmente muda (y el uso de lentes angulares) para describir el encierro del protagonista y cómo su rutina se vuelve rito. El tránsito hacia el más allá está marcado por un tratamiento de color interesante, una propuesta onírica con ojos en el cielo y secuencias estrobosópicas.
El lado experimental de El retorno del alma explora la culpa y redención en una realidad alterna, mientras que dicha faceta en Quilcas destaca cómo, si bien hay recuerdos marcados en piedra, la memoria es frágil. La propuesta de Jean Alvarado abarca también un lado poético que va mucho más allá de las citas a José Watanabe y otros escritores, pues su factura ensayística propone resignificar las imágenes de archivo empleadas, así como homenajear al lugar de origen.
Hay guiños, creo haber visto, a la obra de Wong Kar-wai en 8.a Intervalo de tiempo de una vida en pausa, de Roberto Villasante, y en Narcolepsia, de José Martínez. El primero juega con los tiempos (presente a color y pasado en B/N) y los bucles, todo desde la mudez de sus personajes y centrándose en sus expresiones corporales y faciales; el segundo trabaja el encierro y la sustancias con un montaje cuyas elipsis trabajan en conjunto con el concepto del título.
Tanto Edgardo Moor como Ruta y resistencia se enfocan, desde el género documental, en personajes cuyas vidas e historias se suelen ignorar y dejar al margen. El primero, dirigido por Martín Sánchez, aborda la historia de un artista y bailarín homosexual que trabaja como transformista. La cámara acompaña a Edgardo "Chayna" Moor en sus quehaceres domésticos y laborales, y da fe de cómo estas dos caras de su vida se unen y separan. Al fin y al cabo, se muestra a Moor como lo que es, una persona soñadora como cualquier otra, con un camino difícil y una sociedad que lo señala y odia, aunque hay quienes aún le abren los brazos, desde los personajes del documental, hasta el mismo Sánchez y el público.
El segundo cortometraje, dirigido por Valeria Salcedo, tiene como protagonistas a tres cobradoras de microbuses en distintas rutas de Lima en medio de la crisis de seguridad y transporte que se vive a diario. Las mujeres cuentan su día a día, sus anhelos y motivaciones, sus dificultares y orígenes mientras la cámara se escabulle entre la gente, los paraderos, los puentes, los asientos y más para encontrar sus encuadres y narrar: hay momentos donde se logran contrastes bellos, como el de un paradero a un lado del encuadre y la cobradora del otro, anexada a su carro como si fuesen una sola forma, o una secuencia de un viaje donde el interior del micro está bañado de su propia luz azul y el exterior, la calle, está cubierta por el amarillo del alumbrado público.
A ningún lugar, de Adolfo Vincenzo, narra el tránsito hacia un destino desconocido (o ninguno, como advierte el título) de un protagonista guiado por un profundo dolor y ausencias. Se desarrolla como una ficción con ciertos toques documentales en un B/N bien trabajado que logra sus mejores momentos en la escena de noche del cumpleaños del tío. Los flashes de los celulares que iluminan el plano totalmente oscuro son un recurso técnico y narrativo interesante, así como las composiciones que colocan al protagonista al margen de su familia, propiciando su sailda. El final (perdón por el spoiler), en ese breve plano secuencia desde adentro del micro, concentra perfectamente las ganas de irse, pero también la pena y nostalgia que ello implica.
Nota: del cortometraje Felipe Rey no he escrito pues se trata de mi autoría y lo considero innecesario.
