29 FCL: "Sentimental Value" (2025): habitar los quiebres
- Gustavo Vegas

- 29 ago
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La historia de una actriz deprimida y su padre director de cine es retratada con dedicación por el noruego Joachim Trier, que vuelve a trabajar con Renate Reinsve. Vista en el 29.° Festival de Cine de Lima.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

El noruego Joachim Trier ha vuelto a trabajar con Renate Reinsve, protagonista de su anterior película, para ofrecer una historia que mezcla los dramas familiares con la vida artística, en específico: con el quehacer actoral y cinematográfico. Nora (Reinsve) transita la adultez en medio de indecisiones y crisis que intenta, bien que mal, afrontar. De algún modo, Sentimental Value se siente casi como una continuación espiritual de La peor persona del mundo (2021), pues vemos a Reinsve recorrer de nuevo Oslo con la mirada y el sentido perdido, un extravío que afecta todas sus relaciones.
En esta línea, Trier le regala a su protagonista un breve romance con Anders Danielsen Lie, como si fuese también una prolongación alterna de la otra película. Este vínculo funciona a manera de muestra breve de la inestabilidad de Nora con los demás. Se ve en los intentos fallidos con Jakob (Danielsen) y también en los de pasar tiempo con su hermana o su padre, recientemente reaparecido en su ámbito familiar. Es su presencia la que genera otro desbalance en Nora, pues vuelve a alterar su acostumbrado desorden. Tras la muerte de la madre, regresa Gustav (Stellan Skarsgård), aclamado cineasta que hace mucho no dirige nada nuevo. Tiene en sus manos, sin embargo, un guion perfecto para Nora. Al negarse, ella rechaza el papel de actriz de Gustav y de hija de su padre.

Trier sabe bien representar las carencias que entrelazan a la familia desde las escenas iniciales, con un montaje que cuenta la historia de su hogar: desde las generaciones pasadas hasta la suya, haciendo un repaso también por la vida de Gustav, niño y adulto. Así, vemos que existe una gran grieta que se abre paso poco a poco en la pared. La familia está rota, nos señala Trier. Aquel, que resulta un gesto interesante para comprender mejor a los personajes, se vuelve insistencia instantes más tarde, cuando vemos a Nora desgarrar su vestido y generar, pues, cortes y fisuras.
La familia, no obstante, sabe manejarse dentro de estas rajaduras y pese a todo, vivir. El gran dilema de Nora no solamente es la indecisión, sino que pareciera ser víctima de una depresión que la aleja de sus sueños artísticos. En medio de ese obstáculo, Trier presenta al personaje de Rachel (Elle Fanning), la actriz del momento. A partir de allí, la película se torna vertiginosa en el sentido de que bebe bastante del magnum opus de Hitchcock y no pretende ocultarlo. El hombre mayor que oscila entre una mujer de cabello rubio y otra castaño, que le pide a una actuar como la otra, etcétera. Funciona bien hasta que peca de hacerlo explícito y notorio, por si el espectador no se percata.
La paternidad fallida de Gustav no se solucionará con Rachel, claro está, pero de alguna forma resulta levemente conmovedor ver a un anciano casi al final de sus días intentar hacer las paces con su pasado. Los quiebres de la casa nos permiten también adentrarnos en las memorias que conserva el lugar. Es en los flashbacks donde entendemos aquello que moldea a Gustav y sus dolores. Su intención de filmar su última película con su hija de protagonista termina por conmover más que las heridas espirituales de Nora, las cuales parecieran empezar a cicatrizar a partir de una conversación con su hermana y otra con Rachel, según Trier. De ahí en adelante la película se adelanta a sus propios pasos y se puede saborear ya el final antes de que lo sirvan en la mesa.

Hay varias cosas interesantes, eso sí: las cuotas de humor bien esparcidas, como el regalo que le hace Gustav a su nieto de películas de Haneke y Gaspar Noé (risa inevitable, a decir verdad), o sus mañas directorales de cineasta curtido en su oficio. Por otro lado, resulta valioso también que las escenas de mayor conflicto o, digamos, profundidad, sucedan dentro del hogar, que funge como una metáfora del arte y demás. Estas últimas cuestiones, sin embargo, están ya muy subrayadas por el mismo Trier y el temor que le genera pensar que algunas de sus ideas se pueden perder entre tanto diálogo y ensayo. Ante esto, saca todas a flote y no deja nada para descubrir.
Pareciera que los humos de Cannes le jugaron un poco en contra a Joachim Trier y compañía. Por un lado, el guion deja que brille más el padre que la propia protagonista y, por el otro, peca de resolver su gran conflicto de manera simplista, por no decir autocomplaciente, hacia el final. Trier se puso una vara muy alta con su anterior filme y, en esta ocasión, amagó con acercarse. Si bien no lo logra del todo, Sentimental Value plantea que en esos quiebres y grietas hay algo que se despedaza, sí, pero son también aberturas por donde puede entrar finalmente algún tipo de luz y esperanza. Algo así.

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