"Una casa de dinamita" (2025) y cómo aprendí a dejar de preocuparme
- Hitoshi Isa Kohatsu
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La primera película de Kathryn Bigelow en 7 años llegó recientemente a Netflix, un thriller político que toca el siempre ansioso tema de guerra nuclear en el contexto del siglo XXI.
Por Hitoshi Isa Kohatsu CRÍTICA / NETFLIX

Empieza con una advertencia, un breve texto comunicando la temática central de la película: el lugar del armamento nuclear en la actualidad. Declara que la era de caución frente a las armas de destrucción masiva ha terminado. El filme decide utilizar sus primeros segundos poniendo a la audiencia en cierta incomodidad al evocar temores del mundo real.
La narrativa entonces comienza apropiadamente en una base militar estadounidense ubicada en Alaska, donde el comandante González (Anthony Ramos) tiene la responsabilidad de detectar ataques a su país. Mientras tanto, en Washington la capitana Olivia Walker (Rebecca Ferguson) trabaja en la sala de crisis de la casa blanca, monitoreando amenazas potenciales. En otras locaciones, se nos introduce a varios otros personajes, todos conectados a través de sus roles en el gobierno estadounidense, y se nos introducen a todavía más perspectivas cuando surge una crisis: un misil nuclear es lanzado hacia Chicago por un enemigo no identificado.

La narrativa entonces empieza a construir una tensión incremental, se nos da un tiempo exacto hasta que el misil detone -19 minutos-. Los personajes reaccionan, tratan de seguir su entrenamiento, cometen errores posiblemente fatales, discuten sus opciones, tratan de hacer paz consigo mismos, pierden la esperanza, y eventualmente, segundos antes de la explosión, hay un corte. La crisis vuelve a empezar con otras perspectivas.
Los 19 minutos se repiten en tres segmentos, cada uno con un personaje principal alrededor del cual los otros personajes rebotan, primero con el personaje de Ferguson, luego con el nervioso e inexperto analista Jake Baerington (Gabriel Basso), y finalmente con el presidente estadounidense (Idris Elba), quien tiene que tomar la decisión final sobre si contraatacar o no.
Cada nueva repetición de eventos demanda cierta atención a los detalles, puesto que aquellos personajes que no eran más que una voz en una llamada de Zoom o un elemento en el fondo se vuelven protagonistas, sus motivaciones e historias profundizadas.

La comparación más inmediata que se puede hacer es, por supuesto, con Fail safe (1964) de Sidney Lumet, un intenso drama sobre tanto errores mecánicos como humanos terminando en destrucción termonuclear, estrenado en otro momento de tensas relaciones geopolíticas. Se podría hasta llegar a decir que Una casa de dinamita tiene claras inspiraciones narrativas, trasladando las paranoias de la guerra fría a la fragilidad de la actualidad e invirtiendo las circunstancias de la crisis.
Cada segmento termina segundos antes de que el misil detone en Chicago. Nunca revela definitivamente qué sucede una vez que la bomba detone, o si realmente detona. Esencialmente se le niega a la audiencia algo que otras películas nos han entrenado a esperar al final: una explosión. El clímax, por ende, básicamente no existe.

Le priva al espectador de una catarsis, va creando y aludiendo a una tensión que nunca encuentra escape. Por un lado, es intencionalmente decepcionante, la película hace una promesa que nunca cumple. Por otro lado, posiblemente más importante, la narrativa mantiene su temor al tema de la guerra nuclear al decidir no representar su violencia, incluso hace cuestión de la necesidad de ver tal violencia en pantalla. Si ese objetivo fue cumplido es debatible.
Como con un explosivo, la película se puede definir por su momento final. La ansiedad que se logra crear a través de líneas narrativas cuidadosamente planeadas y su reiteración de los fracasos humanos que permiten la crisis pueden parecer un desperdicio, o se podría apreciar como una ingeniosa construcción de tensión vinculada a un temor muy real sobre el estado del mundo.

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