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"Bugonia" (2025): pesimismo y misantropía

En su película más accesible hasta la fecha, Lanthimos baja de los palacios barrocos a la América contemporánea solo para concluir que el mundo estaría mejor sin nosotros.


Por Felipe Flores CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL

"Bugonia" (2025). Fuente: Cinencuentro
"Bugonia" (2025). Fuente: Cinencuentro


Hay algo paradójico en Bugonia. Dentro de una filmografía que ha preferido levantar palacios barrocos, distopías milimétricamente controladas y mundos de época deformados por un humor feroz, es quizá la película más accesible de Yorgos Lanthimos hasta la fecha. Esa superficie relativamente familiar, apoyada en un esqueleto reconocible de thriller de secuestro y ciencia ficción conspiranoica, no aligera su mirada, sino que concentra todavía más el pesimismo y la crueldad seca que recorren su obra. El resultado es una cinta tensa, por momentos brillante, que mira con aparente lucidez a la humanidad del siglo XXI para terminar decretando, al parecer, que la única salida coherente es su desaparición total. Ahí, precisamente, es donde la película se vuelve más interesante de pensar y también más discutible en sus supuestos de fondo.


El punto de partida es sencillo. Teddy es un apicultor norteamericano que vive en una casa modesta al cuidado de su primo Don, un joven en el espectro autista, mientras su madre permanece en coma en un hospital tras un ensayo clínico fallido. Él está convencido de que la corporación farmacéutica Auxolith y su directora ejecutiva, Michelle Fuller, forman parte de un complot alienígena para exterminar a las abejas y preparar la extinción de la especie humana. Su plan, tan meditado como desesperado, consiste en secuestrar a Michelle, encerrarla en el sótano, torturarla hasta arrancarle una confesión y usarla para negociar con sus supuestos superiores andromedanos una retirada del Planeta Tierra. Lanthimos estira ese dispositivo hasta sus últimas consecuencias y, cuando parece que todo podría resolverse dentro de la lógica del delirio conspiranoico, abre la puerta a la ciencia ficción literal y confirma que sí hubo algo extraterrestre en juego todo este tiempo.


"Bugonia" (2025). Fuente: Cinemateca
"Bugonia" (2025). Fuente: Cinemateca

Lo primero que impresiona es el regreso definitivo de Lanthimos al mundo contemporáneo, después de haber tanteado esa dirección en Kinds of Kindness (2024), tras años de barroquismo palaciego y fantasías seudovictorianas en sus éxitos más recientes. Ver la América actual a través de su lente tiene algo casi violento. Un simple patio trasero, seguido en travelling mientras el protagonista abejero cruza la casa para llegar a sus colmenas, se vuelve un territorio levemente ajeno, una franja de césped que parece no pertenecer del todo a este planeta. La introducción de Michelle, entre vidrios, concreto pulcro, gimnasios y suplementos, reviste la oficina moderna con la solemnidad que antes se reservaba para los salones reales. Y los paseos en auto por carreteras flanqueadas por pequeños negocios de colores chillones convierten la periferia comercial del capitalismo estadounidense en un paisaje ya tomado por el delirio, continuación lógica de los mundos deformados que el cineasta construía en sus ficciones de época.


La cámara, con lentes angulares y una insistencia en deformar los espacios, ya no tiene que excusarse en un decorado extravagante. Apunta a casas suburbanas, sótanos, hospitales, hoteles de carretera, y los filma como si fueran zonas de experimento. La fotografía, rodada en celuloide, mantiene una elegancia limpia, casi clínica, pero todo está ligeramente fuera de lugar. El diseño sonoro, centrado en el zumbido de las abejas y en una atmósfera de ruido contenido que nunca deja descansar al espectador, refuerza la sensación de amenaza latente. Hay una coherencia clara entre forma y mundo filmado. El presente se muestra como algo ya enfermo de base, sin necesidad de exagerarlo demasiado.


"Bugonia" (2025). Fuente: Filmaffinity
"Bugonia" (2025). Fuente: Filmaffinity

El dispositivo se sostiene casi enteramente sobre Emma Stone y Jesse Plemons. Ella encarna a Michelle con un control fascinante de la ambigüedad, moviéndose del cinismo corporativo a una especie de serenidad inhumana cuando aparece su dimensión andromedana. Él compone a Teddy como un sujeto partido, mezcla de ternura impotente, culpa insoportable y fanatismo ciego. La apuesta, y posiblemente el problema, es que el peso dramático y conceptual de la película descansa casi por completo sobre sus hombros. Bugonia dice interesarse por la humanidad del siglo XXI, pero la humanidad que vemos en pantalla cabe prácticamente en el cuerpo de Plemons y en el pequeño círculo que lo rodea. La madre en coma, el primo Don, el policía amigo, funcionan más como satélites de su colapso que como existencias propias. Lo bueno es que Stone y Plemons son intérpretes de peso pesado, capaces de dominar cada minuto en pantalla en una suerte de duelo de voluntades del que resulta imposible despegar la mirada, y es precisamente ahí donde la película encuentra su verdadero pulso.


Leer la película desde los materiales que pone sobre la mesa permite ver con claridad lo que intenta decir y dónde se queda a medio camino. El origen de la paranoia de Teddy no es abstracto. Hay un cuerpo concreto, el de su madre, usado como cobaya por Auxolith y abandonado como residuo biológico de una experimentación. Hay deuda, soledad, una vida reducida a cuidar y vivir por alguien que ya no responde. No se trata solo de un conspiranoico que surge en el vacío, sino del producto de una violencia de clase muy concreta. Sin embargo, en vez de traducir esa experiencia en un conflicto político reconocible, Teddy la canaliza a través de foros de conspiración online, teorías sobre alienígenas infiltrados y fantasías de misión redentora individual. Es alguien deshecho por el sistema que solo alcanza a responder desde el delirio solitario.


"Bugonia" (2025). Fuente: GQ
"Bugonia" (2025). Fuente: GQ

Michelle, por su parte, encarna el poder corporativo que gestiona la vida y la muerte con lenguajes de innovación, bienestar y responsabilidad social. Su empresa decide quién vive, quién sufre y quién es descartable, pero la película elige vestir esa lógica económica con la metáfora de los andromedanos que crean a la humanidad como experimento y la acompañan durante milenios hasta decidir que ha fracasado. Esta operación es interesante y problemática a la vez. Por un lado, ilumina cómo las élites tienden a pensarse como de otra especie, con derecho a tutelar, evaluar y, en última instancia, apagar a las mayorías. Por otro, desplaza al terreno de la fábula cósmica lo que podría leerse como resultado de relaciones de poder muy humanas y muy terrenales.


Ahora, la dimensión ecológica atraviesa toda la película y se organiza alrededor del título. La bugonia, en la tradición mediterránea antigua, era un ritual basado en la creencia de que del cadáver de un animal podían nacer abejas. Muerte que genera nueva vida. Lanthimos reescribe esa idea en clave apocalíptica. Las abejas funcionan como termómetro del colapso ambiental y de la ruptura del vínculo mínimo entre especie y entorno. El plano final, en el que regresan a las colmenas de Teddy en un planeta sin humanos, es transparente. La humanidad ha sido el buey sacrificado. Su cadáver permite, por fin, que la vida continúe sin la plaga que la estaba destruyendo. El juego con la palabra inglesa bug, insecto y error de sistema al mismo tiempo, refuerza la idea de que el problema es la especie entera entendida como fallo en el programa de la Tierra. Es una idea provocadora, aunque en absoluto nueva, y la película apenas se atreve a rozarla en un monólogo clave de Michelle en el clímax de la película, sin llegar a inspeccionarla a fondo.


"Bugonia" (2025). Fuente: MundoCine
"Bugonia" (2025). Fuente: MundoCine

Ahí aparece el punto de quiebre. Durante buena parte del metraje, Bugonia mira hacia las condiciones materiales del presente. Hay una corporación farmacéutica que explota y desecha cuerpos periféricos. Hay un mundo natural al borde del colapso. Hay sujetos arrasados por el duelo, la precariedad, la culpa, que encuentran sentido únicamente en fantasías paranoicas. Pero cuando llega el momento de formular un veredicto, la película deja de pensar en términos de estructuras y se entrega a una misantropía casi metafísica. Ya no se trata de una forma histórica de organizar la vida en el planeta, sino de la humanidad en abstracto como problema. Y si el problema es la especie misma, la única solución que la imaginación del relato consigue elaborar es su desaparición.


La escena de la nave cristaliza esa ambivalencia. En ese pequeño consejo andromedano, en un set que por un momento nos devuelve al Lanthimos más excéntrico y surrealista, se decide el destino final de la humanidad. En algunas copias el idioma alienígena no lleva subtítulos, de modo que los humanos quedamos reducidos a la posición de las abejas que escuchan un zumbido incomprensible mientras se decide sobre ellas. En otras versiones sí se traduce lo que dicen y sorprende descubrir lo mundano de la conversación. Se confirma que el experimento humano ha fallado, se despachan un par de comentarios burocráticos y se procede a reventar la burbuja física que contiene a la especie. En un caso y en el otro la decisión se vive como un trámite administrativo. La idea es coherente con el tono seco y cruel del director, pero al mismo tiempo confirma la sensación de una oportunidad desaprovechada. Después de dos horas de prometer un juicio sobre la humanidad contemporánea, la película renuncia a formularlo con la complejidad que sus propios materiales sugerían.


"Bugonia" (2025). Fuente: 2025
"Bugonia" (2025). Fuente: 2025

Esa lógica se prolonga y se exacerba en la escala del final. La imagen de la burbuja que contiene a la especie humana y estalla tiene algo innegablemente hipnótico en su composición, y lo mismo ocurre con el breve montaje de cuerpos que simplemente se apagan y caen, inertes, en fábricas, playas, museos, departamentos, camas donde se hizo el amor. Sin embargo, el impacto dramático resulta curiosamente ligero. La muestra de humanidad que el film ha puesto en juego es tan pequeña y está tan concentrada en la neurosis de Teddy que el exterminio total pesa menos de lo que debería. Se entiende el chiste, se aprecia la contundencia de la idea, pero el golpe no termina de llegar al cuerpo. Más que un clímax que cierre una reflexión sobre el presente, parece el remate de un chiste cruel sobre lo poco que valemos, un gesto de desdén que no se hace cargo de las diferencias, las resistencias, las potencias que también habitan eso que llamamos humanidad.


Aun con estas reservas, Bugonia es una pieza clave para entender hacia dónde se ha movido el cine de Lanthimos. Por un lado, funciona como puerta de entrada relativa para un público más amplio. La trama se sostiene sobre un género reconocible, las interpretaciones son magnéticas, la puesta en escena es menos hermética que en otros títulos y la América cotidiana filmada con su ojo deformante produce imágenes que se quedan clavadas en la memoria. Por otro, condensa sin maquillajes la visión del mundo que late en su obra: un universo donde las instituciones son máquinas de crueldad, las relaciones afectivas están corroídas, la naturaleza se prepara para continuar sin nosotros y cualquier intento individual de resistir solo puede degenerar en horror.


"Bugonia" (2025). Fuente: IMDB
"Bugonia" (2025). Fuente: IMDB

Quizá por eso la película resulta tan estimulante de pensar y tan inquietante en sus respuestas. Registra con precisión síntomas reales del presente, desde el poder desmedido del capital hasta la deriva conspiranoica, pasando por la angustia ecológica y la sensación de impotencia generalizada. Pero cuando tiene que imaginar una salida, solo alcanza a concebir dos fantasías: la del héroe paranoico que toma la justicia por sus manos y la del exterminio administrado desde arriba por una instancia superior que decide que el mundo estará mejor sin nosotros. Bugonia mira la enfermedad con lucidez, pero no puede o no quiere imaginar una cura que no sea hacer desaparecer al paciente. En esa imposibilidad, más que en su trama de aliens y abejas, es donde quizá mejor se lee el horizonte bloqueado de nuestro tiempo.



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