29 FCL: "Un poeta" (2025): versos tragicómicos
- Gustavo Vegas
- hace 4 horas
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La última película de Simón Mesa Soto, vista en el 29.° Festival de Cine de Lima PUCP, presenta a un personaje sumido en el fracaso que busca una pequeña luz en forma de poesía que le devuelva la esperanza y las ganas de vivir.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

Ubeimar Ríos da vida al personaje titular en una película que pasa de la comedia al drama con una fluidez única, como si de una sucesión de versos se tratase. Como Óscar Restrepo, el protagonista, Ríos también es profesor y otrora poeta: un no-actor vuelto actor de método, pues se emparentó a más no poder con su personaje. Simón Mesa Soto, director, sabe puntualizar el humor de sus escenas a partir de la verosimilitud que ofrece Ríos como aquel hombre de más de cincuenta años que aún vive con su madre y le saca dinero o le roba el carro por ratos.
Es así como Óscar sueña con volver a ser el artista que alguna vez fue. Allí parte la historia: un poeta que vive del pasado (y de la plata de su madre) y no tiene trabajo. Si bien no hace nada para volver a ser el de antes, el sueño sigue intacto. Entre borracheras y deudas (Óscar espera que le llegue algo de dinero de un “negocio” en Zimbabue) el hombre que aún no escapa del seno materno ha de hacerse cargo de su hija que pronto entrará a la universidad. Existe también comicidad en estas situaciones, más generales, que Mesa Soto sabe elaborar sin la prontitud de los chistes o gags.

Para conseguir algo de dinero y colaborar con la madre de su hija, Óscar acepta un trabajo de profesor de poesía en un colegio y conoce a Yurlady (tierna Rebeca Andrade), quien, sin saberlo, resulta ser una promesa de las letras colombianas y en los tránsitos con Óscar hacia el taller de poesía y más, hará las veces de la hija de este. Otro gran gesto de la película en este junte: tal como Óscar busca cumplir el sueño artístico lejos de obra, sino a través de Yurlady, lo mismo sucede con su paternidad y crianza, se da lejos de su familia, también alrededor de Yurlady.
Los tonos cómicos van de la mano del montaje (gran cantidad de las risas surge a partir de los cortes abruptos que nos llevan de una situación a otra: Óscar y su madre/Óscar en el carro; Óscar antes de beber/Óscar borracho durmiendo en el piso) y también del uso de la cámara. Filmada en 16mm, Un poeta se hace cercana al espectador no sólo por su retrato de la decadencia, del sueño deshecho y sus sensibilidades, sino, además, por cómo Mesa Soto guía la mirada mediante movimientos de cámara rápidos, diversos zoom-in y una cámara en mano recurrente y flotante, que capta las ocurrencias de Óscar y las reacciones que provoca.

A medida que se afianza el vínculo entre el protagonista y Yurlady, surgen complicaciones como la de los celos de los compañeros, la desconfianza de la familia empobrecida de la niña (viven casi diez personas en un departamento pequeño), las intenciones encubiertas de la gente del taller de poesía y más. Mesa Soto no sólo procura la gracia con Óscar, sino también la crítica hacia los modos de los círculos de poesía, manejados por pedantes consumidores de cocaína o que encumbran mujeres poetas por su atractivo y sensualidad más que por su calidad literaria.
El triunfo de la película es que, de algún modo, todo lo anterior no interesa. La poesía es una excusa. Quizá su poesía no lo sea, pero los dilemas de Óscar Restrepo son profundamente humanos y universales. La búsqueda de sentido, de arte, de una mejor vida. La película retrata muy bien esas ansias de hacer las cosas bien en un mundo que es severo con la delicadeza de la gente, de sus sueños y de sus palabras. En tanto, regala momentos cómicos increíbles que alivianan esos pesares y otros dramáticos que nos hacen saborear las amarguras del fracaso.

Mesa Soto pasa de la comedia incesante al drama familiar con facilidad, ayudado por la fuerza de un protagonista que se hace amar, pese a sus defectos. Juntos, logran plasmar bien la miseria y el atractivo de las vidas dedicadas al arte. Óscar, un sempiterno, un perpetuo soñador, por definición propia, se resigna a vivir bajo aquel “cielo sin promesas” que escribe Yurlady y entiende que el sueño se hará posible únicamente por su propia mano. Se dibuja, entonces, un corazón en medio del pecho, una muestra de que, como él dice, pese a ser un poeta triste y fracasado, todavía intenta y puede escribir un poema feliz.
Por último, la película (que considero un gran acierto del Festival de Cine de Lima PUCP y de las mejores del año) me hizo acordar a unos versos del poeta peruano Juan Gonzalo Rose de 1974:
Los malos poemas
No los destruyas.
No los eches
al pozo de los cielos.
Tal vez ellos retornen
después que la belleza
se haya ido
(...)
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