29 FCL: "Una casa con dos perros" (2025): los olvidados en la familia
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La ópera prima de Matías Ferreyra, situada en Córdoba durante la crisis del 2001, aborda a quienes se ven desplazados dentro de la lucha de poder de una familia.
Por Alberto Ríos CRÍTICA / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

El drama familiar siempre ha sido un género sumamente utilizado a lo largo de la historia cinematográfica. En el 29 Festival de Cine de Lima se han podido visionar dos óperas primas que abordan familias disfuncionales, pero desde ángulos y tratamientos sumamente distintos. Se tratan de la argentina Una casa con dos perros de Matías Ferreyra y la mexicana El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) de Ernesto Martínez Bucio. En este texto analizaremos la primera.
En medio de la crisis económica que vivió argentina en 2001, la familia de Matías (de 8 años), conformada por sus padres y sus dos hermanos, se ve obligada a mudarse a casa de su abuela Tati con tal de tener un espacio donde vivir. Poco a poco seremos testigos de una guerra por ocupar los espacios de la casa entre los miembros de la familia al mismo tiempo que Matías intenta encontrar su propia identidad.
Ambientada en Córdoba, la cinta utiliza los espacios de la casa como un lugar de lucha de poderes entre los miembros adultos de la familia, siendo todo observado desde la mirada infantil del protagonista y sus hermanos. Será desde esa visión que seremos espectadores de cómo se da la desintegración de una familia que está lejos de ser ejemplar. En ese contexto, Matías comienza a explorar su identidad, por ejemplo, al mirarse con curiosidad en el espejo mientras lleva puesta una falda de su abuela. Ella, por su parte, es un personaje excéntrico, que sufre delirios de persecución y asegura tener un perro que nadie más puede ver, salvo él.

Entre abuela y nieto se establece un vínculo especial. Ambos son los “perros” de la casa, quienes son diferentes y se ven desplazados por los demás habitantes de la misma. Esto queda claro en una escena donde Matías es sorprendido por su padre usando una falda. Se esconde y es ocultado y silenciado por sus hermanos, como si fuera un cachorro regañado por una travesura. Tati, del mismo modo, es constantemente minimizada por su hija, que la va confinando a espacios cada vez más reducidos, como si se tratara de un personaje molesto al que hay que esconder para apoderarse del hogar, en un gesto que remite a Casa tomada de Cortázar.
En su primer largometraje, Ferreyra articula con solvencia un cruce entre el drama costumbrista y el cine de terror. A medida que las tensiones familiares se intensifican, aparecen elementos inquietantes como presencias fantasmales, animales, sonidos distorsionados y espacios que se transforman. Todo se filma desde la sensibilidad de Matías, cuya mirada distorsiona la realidad. El niño solo busca desaparecer, tener un espacio que sea propio para poder alejarse de esas visiones.

Sin embargo, la cinta no está exenta de problemas. Por momentos divaga y pierde fuerza entre diversos baches que atraviesan la trama de la cinta. Se estanca queriendo observar a sus personajes y divaga con la contemplación hacia ellos. La película también presenta un subtexto político. En segundo plano podemos ver cómo la crisis afecta a la sociedad argentina. En la televisión vemos como los noticieros hablan de los problemas del país y en las calles se escuchan las protestas en contra de la situación.
Pese a ello, la cinta no cae en la confrontación ni el drama desmedido. Ferreyra le cede el punto de vista a los niños, personajes que atraviesan el verano entre juegos, sin alcanzar a comprender del todo el caos que los rodea. Una casa con dos perros construye un discurso en el que con sus fallos y aciertos encuentra puntos fuertes en la naturalidad de su historia y sus protagonistas. En ese paisaje afectivo en ruinas, el debut de Ferreyra es una cita que logra solvencia en su ejecución y sinceridad en lo narrado.