3er Festival Andares: “Un pasteur” (2024): lejos de todas partes
- Gustavo Vegas
- hace 1 día
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El III Festival de Cine Contemporáneo Andares presentó este filme francés, que retrata la batalla del pastor protagonista contra la naturaleza en medio de una sociedad moderna llena de cambios.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / FESTIVAL ANDARES

Así como el mundo en la actualidad, el pastor y sus ovejas también se encuentran en medio de un tránsito constante. El del resto de la sociedad se trata de una serie de cambios globalizados, tecnológicos, que apuntan hacia afuera. El de Félix, el protagonista, es uno más interior (con respecto al país y a sí mismo, pues se trata de un viaje de introspección también). Félix y sus ovejas recorren cientos de kilómetros juntos, y aunque la duración del filme no llega ni a la hora y media, este trayecto se hace contemplativo, relajado, casi pasivo. Louis Hanquet, el director, se toma el tiempo necesario para presentar al protagonista pastoral en su soledad y su rutina, desentendida de un mundo moderno que no se detiene. Un pasteur sí.
Félix no solo se enfrenta a la naturaleza y la soledad, sino también a un mundo actual que ve su modo de vida como desfasado o anacrónico. Sin embargo, pareciera que su lado más agreste se halla feliz con estas distancias. Hay momentos cuando está con sus ovejas y perros que puede ser libre por esas praderas francesas, caminar, correr, respirar ese aire puro y frío; en cambio, varias veces se le ve ido o huraño en las escenas que comparte con otros humanos. Su vida y sobre todo sus ganas de vivirla se imponen a cualquier otra convención social o norma que lo regresa a la idea de civilización, pues Hanquet presenta a un hombre que, como muchos, se aloja en la naturaleza.

Esta suerte de refugio personal que encuentra el joven pastor entre los montes y sus animales lo aíslan del resto a la vez que lo conectan con la flora y la fauna de su alrededor. Es tan profundo este vínculo que cuando una de las ovejas da a luz a una pequeña cría y el bebé nace muerto, Félix lo sufre como si se tratara de su propio hijo. Hanquet no sólo grafica este vínculo, sino también el del espectador con los mismos animales ante la ternura con la que los encuadra o el tiempo que los deja habitar tanto las praderas como sus planos, para que nos acostumbramos y el golpe también nos duela. No está de más mencionar ciertos gestos técnicos del director francés como este alumbramiento a oscuras o las imágenes con colores invertidos que nos colocan en la perspectiva de los lobos que acechan.
Félix está lejos de todas partes, salvo de las ovejas a las que guía con afecto genuino. Ante la ausencia de un peligro humano, se hace presente la amenaza salvaje de los lobos que poco a poco empiezan a cobrar víctimas ovejunas. Son planos llenos de crudeza y tripas que funcionan bien como contracara del cariño mencionado líneas arriba. Estos contrastes se evidencian también en las escenas donde interactúa con otros humanos, iluminaciones oscuras, apagadas, frente a la claridad del campo y su cielo diáfano, aunque muchas veces aparecen nubes negras y momentos complicados. Ahí suma la presencia casi siempre en off de los lobos, como una corazonada del peligro latente.
Lo que lleva finalmente a Félix al término de su viaje es no sólo la misión que tiene sujeta a su trabajo, pues es la única vida que conoce, sino también la unión con sus animales, la inmensa conexión que mantiene con ellos en medio de su desconexión. Es capaz de alejarse de todos, menos de las ovejas y los perros, del campo. Por lo mismo, siempre estará bajo el acecho de los lobos, pero reconoce que es parte de su faena y que ha de vivir con eso. En medio de un cine moderno, incluso un cine francés que se centra más en la cita citadina (parisina), en los lugares comunes y turísticos y más, Hanquet y Félix mezclan el estilo documental con una narrativa que roza la ficción que explora el campo y sus
protagonistas, humanos o no.
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