"Aftersun" (2022): el dolor de crecer
- Alberto Ríos
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La cinta debut de la cineasta británica Charlotte Wells explora la memoria, el crecimiento y la desilusión alrededor de la figura del padre.
Por Alberto Ríos CRÍTICAS / MUBI

Aftersun (2022) marca el notable debut de la directora Charlotte Wells, quien se aproxima al recuerdo no desde la nostalgia, sino desde la grieta que se abre entre lo vivido y lo comprendido, entre lo que se ve y lo que permanece oculto. Lo hace a través de una estructura fragmentada, donde la memoria se recompone en retazos, y la cámara, como dispositivo dentro y fuera del filme, se convierte en el recurso para que el tiempo no erosione del todo el vínculo entre una hija y su padre.
Ambientada a fines de los años 90, pero evocada desde el presente por una Sophie adulta, la película reconstruye unas vacaciones en Turquía junto a su padre Calum (interpretado por un gran Paul Mescal), un hombre joven pero desgastado, cuya sonrisa apenas disimula un estado de fragilidad emocional progresiva. La película se despliega como una suerte de diario visual, hecho de registros caseros, canciones compartidas y escenas cotidianas, que encubre el paulatino derrumbe de una figura paterna que Sophie, en su infancia, no alcanzó a comprender del todo.
El viaje, que en apariencia podría ser el recuerdo feliz de una última salida juntos, se revela como el momento en que Sophie empieza a intuir que su padre no está bien. La escena del karaoke, donde su canta “Losing My Religion” mientras Calum no solo muestra la creciente distancia, sino también el inicio de una toma de conciencia, la entrada de Sophie en una etapa donde el afecto ya no basta para sostener la idealización.

La puesta en escena de Wells se apoya en un lenguaje visual sobrio, con una cámara que observa sin invadir, y que a la vez actúa como contenedor de la memoria. Es en esos encuadres donde la película encuentra su mayor fuerza: en lo que se sugiere y no se dice, en los gestos mínimos, en las miradas desviadas. La cámara casera con la que padre e hija registran su experiencia funciona también como símbolo de una voluntad por retener, por no dejar que el olvido borre lo que fue vivido, aunque hoy duela.
Paul Mescal construye un padre cuyo dolor nunca se nombra, pero se insinúa en cada desvío de mirada, en cada gesto nervioso, en cada momento donde el cuerpo se le quiebra apenas. Lo que Sophie no entiende en ese momento, es que ese viaje puede estar marcado por una despedida, por una última tentativa de cercanía antes del colapso. Y, sin embargo, Wells no convierte a Calum en figura trágica, lo mantiene humano, contradictorio, cariñoso, vulnerable. La desilusión que se genera en Sophie no es violenta ni abrupta, sino silenciosa, la intuición de que el padre no tiene todas las respuestas, que también está perdido.
Aftersun es una película sobre el amor entre un padre y una hija, sí, pero también sobre la imposibilidad de retener ese vínculo intacto con el paso del tiempo. El duelo, entonces, no solo es por lo que se ha perdido, sino también por lo que nunca pudo entenderse del todo. En su minimalismo formal y en su honestidad emocional, la ópera prima de Charlotte Wells se revela como una meditación poderosa sobre la memoria, el dolor de crecer y la inevitable distancia que el tiempo impone incluso entre los más cercanos.
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