"Amores Materialistas" (2025): el amor como ecuación y la ecuación como fracaso
- Macarena Céspedes
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La nueva película de Celine Song, directora de la aclamada Vidas pasadas (2023) plantea la disyuntiva de una casamentera neoyorquina que debe escoger entre dos intereses románticos. Advertencia: el texto contiene spoilers.
Por Macarena Céspedes CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

Son 500 los ramos de rosas que equivalen a la cuota inicial de un departamento. 1500 cajas de chocolate. 1300 osos gigantes de peluche. Lo que en apariencia son gestos románticos se convierten en deudas que obstaculizan metas a cumplir a largo plazo en pareja. En la lógica contemporánea del amor, ahorrar esos símbolos de afecto para optar por otros más sencillos, puede leerse como tacañería y, por lo tanto, como pérdida de valor en el mercado sentimental. Así, lo que comienza como un lujo acaba transformándose en una prueba necesaria de interés.
Esa tensión entre afecto y transacción es el punto de partida de Celine Song en Amores Materialistas (Materialists. 2025), su segunda película después de Vidas Pasadas (Past Lives. 2023). Apoyada en su experiencia como matchmaker en Nueva York, Song retrata a Lucy (Dakota Johnson), asesora en Adore, una agencia de citas que promete emparejar a cada cliente con “el amor de su vida”. El método es puramente empresarial; compatibilidades calculadas, validación emocional post-cita y rituales corporativos que celebran matrimonios como fusiones exitosas. El amor reducido a KPIs.

Song retrata ese sistema a través de una estética de quietud con planos fijos, diálogos tensos y cuerpos contenidos. Lucy enfrenta cada conversación como si se tratara de un duelo. Cuando habla, se cuadra, se planta rígida frente al otro. Sin embargo, esta contención entre personajes se convierte en falta de curiosidad narrativa. Lucy no sabe quién es Harry (Pedro Pascal), ni tampoco él sabe quién es ella. No se conocen, ni discuten sobre lo que les apasiona, solo saben que ambos representan para el otro una transacción exitosa.
John (Chris Evans) y Harry, los dos intereses románticos de la protagonista, se diferencian solo por la clase social que representan. La elección entre ellos resulta menos emocional que administrativa: nostalgia versus estabilidad, pasado versus futuro. La misma dicotomía que la película pretende cuestionar, pero de la que termina siendo rehén. Porque la elección final de Lucy termina entendiéndose como una conformista y superficial, no por aquello que Song busca plasmar o que tanto convenció en Past Lives como lo fue la auténtica y desarrollada conexión entre sus personajes.

La situación termina por decaer con la introducción de una subtrama sobre agresión sexual, un atajo dramático que no tiene consecuencias narrativas reales y que desvía la atención del conflicto central. No aporta en evolución ni revelaciones de los personajes, apenas es un símbolo que intenta sostener una ecuación narrativa sin resultado rentable.
Aun así, Amores Materialistas conserva momentos de lucidez. La tensión entre lo que Lucy vende —una idea optimizada del amor— y lo que ella misma experimenta —una confusión disfrazada de eficiencia— constituye un núcleo honesto, pero no lo suficientemente desarrollado. La protagonista es capaz de resolver el deseo ajeno, pero no el propio. Ni el del espectador.
El gran pecado de la película no es su previsibilidad, sino su resignación. Comienza preguntando ¿cómo nos valoramos a nosotros mismos y a los otros? y concluye sugiriendo que no hay respuesta. En tiempos de branding personal y métricas emocionales, se plantea que el mayor acto de rebeldía sería no elegir, sino seguir al corazón. Así, la película termina convertida en un espejo de aquello que critica: elegante, articulada y emocionalmente aséptica. Una ecuación perfecta a la que le falta lo único que no puede medirse: el corazón.
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