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"Cónclave" (2024): secretos entre cardenales

¿Qué esconden los máximos representantes de la Iglesia? ¿Qué estrategias emplean para hacerse con el poder? Todo el drama que rodea la elección de un nuevo papa en el Vaticano es retratado por Edward Berger en su nueva película nominada al Óscar.



Por Gustavo Vegas Aguinaga                                          CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

“Cónclave” (2024). Fuente: Reddit
“Cónclave” (2024). Fuente: Reddit

Como en su anterior película, Sin novedad en el frente (2022), el alemán Edward Berger exhibe un logrado manejo de los encuadres y composiciones, aunque por momentos pareciera darles más importancia que al guion mismo. Hay méritos en la dirección de fotografía y diseño de producción a medida que aprovechan las formas de sus locaciones y espacios, diseños arquitectónicos y numerosos juegos de luces y sombras. Lo mismo con esa atmósfera sonora que resalta las respiraciones, pasos leves, hasta los lapiceros con los que los cardenales escriben su voto. En tales aspectos no hay mucho realmente que le pueda objetar a lo logrado por Berger.


Narrativamente, sin embargo, Cónclave se siente un poco floja por momentos. Los elementos técnicos, si bien distinguidos, no logran cubrir por completo las falencias que se le escapan a la película. La introducción resulta muy larga y no hay mayor interés que la proximidad de un cónclave tras la muerte del papa, como advierte el título de la cinta. Conocemos a los personajes principales y muy poco de sus motivaciones, se sabe que hay una ambición voraz de parte de algunos en contraste con los abnegados cardenales que buscan hacer lo mejor por la Iglesia. Los eventos que enriquecen por fin la historia empiezan a mostrarse alrededor de la hora de película y de ahí en adelante es que, como en esa sala verde donde conversan, los secretos van saliendo a la luz entre una oscuridad profunda.


Así, con una primera mitad de poco interés, la segunda parte se siente sobrecargada de elementos y sobre todo de información. Son dos horas de película donde los cardenales enclaustrados forman alianzas, traman y transan, y el cónclave inevitablemente se llena de conversaciones. Berger se inclina a contar todo lo que sucede con la palabra hablada y cuando se olvida del lenguaje de imágenes es ahí donde aparecen los planos estéticos, composiciones simétricas y florituras visuales que poco aportan, atractivos pero vacíos bocatos di cardinale.


Si bien no convence del todo, se ampara en la hábil actuación de Ralph Fiennes para mantenerse a flote. El director sabe encuadrar a su protagonista y aprovechar las expresiones de su rostro, la corporalidad tímida que logra otorgarle a un personaje aletargado lleno de susurros y sobre todo de dudas. Esto es algo que lastimosamente no explora bien la película: el cardenal Lawrence (Fiennes) repite que no ha de ser papa pues lo embarga la incertidumbre y no tiene la fe suficiente, situación que se va esfumando conforme avanza la cinta y obtiene más votos. Hasta el final no sabemos nada de estas dudas y algo que definía al personaje y sus acciones es retomado solo al final con la metáfora de las tortugas.



"Cónclave" (2024). Fuente: RTVE
"Cónclave" (2024). Fuente: RTVE

En suma, toda la dimensión religiosa y de fe es ignorada y desaprovechada por Berger. En su lugar, propone un melodrama muy genérico donde están señalados didácticamente los malos y los buenos; la música intenta sugerir las emociones sin mucho éxito (como la explosión en uno de los momentos de mayor tensión, quizá resulta un recurso subrayado) y hasta tiene un final feliz con moraleja casi de fábula. El discurso del delicado cardenal Benítez (Carlos Diehz) ante la perorata ultraconservadora de Tedesco (sublime Sergio Castellitto) hace explícitas las ideas de la película acerca del poder, la política y más, así como dibuja los nuevos dos “finalistas” a cada lado de la sala con un plano bien logrado. Esta “eliminación” de Tedesco se suma a las del resto de cardenales que querían ser papa, pero sus secretos pesaron más y fueron descalificados así como van desapareciendo uno tras otro los personajes en las películas de terror. Claro que acá no hubo asesino en serie o entidad siniestra, sino información relevante que aparecía, vaya coincidencia, casi por obra de Dios.


Ahora, es claro que la película logra (o busca) poner énfasis en asuntos políticos actuales y ver cómo es que cada candidato busca, dentro sus motivaciones, convencer a sus votantes o dejarse llevar por diversas ambiciones. Uno de los personajes, por ejemplo, siente estar en “una convención política norteamericana” y varios cardenales discuten votar por “el mal menor” , situación que se condice con la reciente elección en Estados Unidos entre Donald Trump y Kamala Harris (se podría hacer tal comparación con cada elección presidencial en Perú). Fuera de esto, la película elabora un maniqueísmo alrededor de sus personajes y no da lugar a los matices o dimensiones. Se ampara en su propia naturaleza ficcional y entonces los malos pierden, los buenos ganan y el amor triunfará ante las explosiones, la discriminación y las acusasiones de pederastia y demás.


Es ahí donde tendría que salir el humo blanco que indica la decisión final, pero resulta más una niebla donde se difuminan todas estas ideas que la película no termina de aterrizar a pesar de querer sostenerse de su protagonista. La sensación que me deja es esa del amago de sonrisa del cardenal Lawrence. No hay nada que celebrar, no hay nada que aplaudir. Habemus nada.



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