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"Cabeza borradora" (1977): la oscura obertura de David Lynch

Con su ópera prima, David Lynch trae una obra profundamente personal que, a través de su atmósfera opresiva y su ritmo deliberadamente lento, sumerge al espectador en un universo de angustia y desconcierto.


Por Marcelo Paredes                             CRÍTICA / MUBI

"Cabeza borradora" (1977). Fuente: MUBI
"Cabeza borradora" (1977). Fuente: MUBI

Lo fascinante de este filme es que permite múltiples lecturas, siendo todas igualmente válidas, especialmente si tenemos en cuenta que David Lynch nunca se interesó en dar una interpretación única. No obstante, si algo solía decir es que esta era su película más personal, y esa afirmación resulta plenamente coherente. Dicha dimensión personal no radica únicamente en el hecho de que, al ser su ópera prima y estar realizada con un presupuesto muy limitado, contaba con control creativo total sin la intervención de productores. Es personal porque, desde el inicio de su carrera, Lynch fue capaz de volcar en el cine sus miedos más profundos, aquellos que no sabía cómo enfrentar, hallando en la imagen en movimiento un medio ideal para expresar y transmitir esa angustia.

 

Antes de consolidarse como el cineasta de los sueños, Cabeza borradora lo muestra como el cineasta de la pesadilla. Desde el primer fotograma, la película se construye como una experiencia onírica adversa, en la que su protagonista parece estar condenado a habitar. Más allá de la atmósfera opresiva, marcada por un entorno visual decadente y una banda sonora constante e invasiva, el ritmo contribuye a acentuar esa sensación de extrañamiento. La narrativa se desarrolla con una lentitud deliberada, que, lejos de ser un defecto, potencia la inmersión del espectador en este universo delirante, cercano a un trance.


"Cabeza borradora" (1977). Fuente: Netflix
"Cabeza borradora" (1977). Fuente: Netflix

 

Allí es donde se percibe con claridad el carácter personal del film. A pesar de estar estructurado desde un plano simbólico y no necesariamente realista, es en los gestos cotidianos donde el relato adquiere mayor potencia. Situaciones como prepararse para salir, cocinar, cuidar a un bebé o simplemente existir se transforman en actos marcados por la incomodidad y el dolor. Lynch deconstruye aquí la noción de una vida “soñada”, revelando las grietas de un ideal que la sociedad insiste en sostener.

 

El único escape posible, si es que puede hablarse de uno, parece estar en los sueños. Dicha dimensión simbólica está representada por el “Cielo”, ese que la dama del radiador dice en su canción, donde todo parece estar en calma. Sin embargo, la película no plantea esta vía como una solución definitiva. ¿Es el escapismo una alternativa real para eludir la pesadilla? No hay una respuesta explícita, solo una reflexión inquietante sobre el mundo y las escasas posibilidades de encontrar libertad en él.

 

En ese sentido, y ya para concluir, Cabeza borradora se impone como una obra notable que además de ser enigmática, también anticipa muchas de las obsesiones y temas que Lynch seguiría explorando a lo largo de su carrera. Aunque nunca lograremos entenderla completamente (¿quién podría?), nos deja con interrogantes que resuenan mucho después de la última escena. Es una película que, al mismo tiempo que nos sumerge en su universo opresivo, también nos invita a reflexionar sobre las posibilidades de libertad en un mundo que parece estar condenado al caos, volviéndose una experiencia tan desconcertante como inolvidable.



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