"Frankenstein" (2025): la monstruosidad de lo humano
- Alberto Ríos
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De la mano de Jacob Elordi, Oscar Isaac y Mia Goth, el cineasta mexicano Guillermo del Toro adaptó el clásico de Mary Shelley en una versión que pone al monstruo como el centro sentimental de su película.
Por Alberto Ríos CRÍTICAS / NETFLIX

Las criaturas y monstruos han encontrado indudablemente un espacio especial dentro de la filmografía de Guillermo del Toro. Y es que el mexicano les ha dado a las leyendas y seres fantásticos, muchas veces incluso asociados al terror, una mirada llena de empatía, cariño y respeto, convirtiéndolos en un vehículo narrativo para explorar una maldad y un odio asociados a las propias acciones del ser humano. Frankenstein (2025) no es la excepción, mostrando los motores estilísticos que el mexicano ha desarrollado a lo largo de su carrera.
La historia, inspirada en la novela de la británica Mary Shelley y que ha sido adaptada anteriormente por James Whale (1931) o Kenneth Branagh (1994), encuentra aquí una nueva óptica. Se nos relata como Victor Frankenstein crea una criatura a partir de restos humanos y, al rechazarla por su inteligencia, desencadena una cadena de dolor y violencia que revela las consecuencias éticas de su ambición, ya que la criatura es capaz de pensar y de sentir.

Si bien desde la versión original quedaba claro que en esta historia el villano es el humano que juega a ser dios, siendo la criatura un ser que recién está comprendiendo al mundo, aquí del Toro utiliza su especial empatía para mostrárnoslo. Si el Victor Frankenstein de Oscar Isaac es un ser cruel y obsesionado con su trabajo, la Elizabeth que encarna Mia Goth le muestra compasión a la criatura. Ella es la voz de la razón en un mundo de hombres dominados por la sed de sangre y grandeza. La relación de la joven con lo distinto y lo extraño se refleja en sus vestidos inspirados por insectos y sus paletas de colores.
La puesta en escena muestra la inclinación de Guillermo del Toro por construir imágenes donde las texturas húmedas y frías, y la arquitectura gótica funcionan como un lenguaje paralelo al de los personajes. Más que ilustrar la novela, el film organiza un espacio casi ritual, donde cada encuadre parece pensado para subrayar la fragilidad de los cuerpos y la persistencia del trauma. Pero esa misma minuciosidad, tan característica en su cine, exhibe también su cierto factor de maniquea, de medida. El mexicano aquí muestra algunas de las manías que ya evidenciaba con La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015).

La criatura que interpreta Jacob Elordi se aleja de la figura torpe de Boris Karloff. Del Toro opta por un monstruo bello y perturbador que subraya la contradicción entre muerte y humanidad. La criatura nace mirando a Victor casi como una divinidad, y la devoción con la que pronuncia su nombre revela una dependencia que es traicionada por el miedo y la violencia de su creador. En la granja, tras sobrevivir al intento de asesinato, descubre el lenguaje, la lectura y la posibilidad de ordenar el mundo. Ese proceso revela una sensibilidad que desmonta la noción tradicional del monstruo. El relato está dividido en dos partes. La mirada de Victor y la de la Criatura. La cámara siempre seguirá a uno de los dos. La parte del científico presenta su proyecto y su fracaso, su caída como Prometeo moderno. La de la criatura inicia desde el punto en que escapa del castillo y descubre lo que significa estar vivo.
Este énfasis en su humanidad no anula la violencia que ejerce, pero la reubica en un entorno que lo rechaza desde el principio. De hecho, del Toro omite la escena en la que la criatura arroja a una niña al lago, creyendo que se trata de un juego. Ese hecho es el que desencadena la persecución por parte de los ciudadanos. Aquí la violencia de la criatura surge como respuesta a la exclusión y al abandono, no como esencia maligna. En lugar de un ser inherentemente destructivo, vemos a una víctima de un orden social incapaz de reconocer lo que no entiende. Aunque si algo se le puede criticar al director mexicano es cierta necesidad de verbalizar lo evidente, de subrayarlo y dejar de lado cierta sutileza. El film confirma una constante de la obra de Del Toro: los monstruos verdaderos suelen ser los humanos que ejercen la crueldad con absoluta normalidad.

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