"Con ánimo de amar" (2000): el refugio y la estética del deseo
- Estrella Arrasco
- 30 may
- 5 Min. de lectura
A 25 años de su estreno, no podemos dejar de recordar una de las joyas del cine internacional de inicios del siglo XXI: Fai yeung nin wa (en su idioma original), conocida internacionalmente como In the mood for love, de Wong Kar-wai.
Por Estrella Arrasco Gálvez CRÍTICA / MUBI

Para el director chino-hongkonés no fue suficiente emocionarnos con Chungking Express (1994), Fallen angels (1995) o Happy together (1997), pues a inicios de los años 2000 crearía un metraje inigualable de noventa minutos destinado a tocar las fibras más sensibles de nuestros corazones. Wong nos presenta un guion ambientado en un Hong Kong de los años 60, que desarrolla la historia de Chow Mo-wan, un columnista de un periódico local y de Su Li-zhen –o Sra. Chan por su apellido de casada–, secretaria de una compañía de importaciones y exportaciones.
La trama inicia con nuestros protagonistas buscando habitaciones para alquilar junto a sus respectivas parejas. Esto los lleva a terminar viviendo en departamentos contiguos, como vecinos de un edificio pleno de personas de la tercera edad. La primera interacción de ambos se produce el día de su mudanza. Más allá de saludos cordiales, forzadas sonrisas y préstamos de objetos, no existe mayor convivencia entre los nuevos vecinos.
Durante los minutos iniciales del filme notamos la ausencia continua de los cónyuges tanto del Sr. Chow, como de la Sra. Chan, cuyos rostros no son revelados al espectador, aun cuando su ausencia impacta en los ánimos de nuestros protagonistas. Así, cuando aparentemente justificado en motivos laborales el esposo de la Sra. Chan realiza un viaje, ella le encarga que traiga dos bolsos de mano del mismo color para su jefe, uno para su esposa y otro para su amante.

Este es un primer indicio acerca de la naturalidad con la cual se aborda la infidelidad en las parejas, como un común denominador social que se repite constantemente y es aceptado en la cultura corporativa, mientras se lleve a cabo con cautela. Esto se corrobora cuando observamos a la Sra. Chan agendar los encuentros de su jefe tanto con su esposa como con su amante, como parte de su trabajo como secretaria.
Por aquellos días, Chow y Chan comienzan a frecuentarse, y para abatir la soledad, convienen en ir a cenar a un restaurante. Allí, mientras él le pregunta a por su bolso y ella le consulta por su corbata, descubren que sus parejas tienen los mismos artículos. En este momento, el periodista y la secretaria caen en cuenta de la fatídica realidad que se asomó en una conversación aparente banal: sus respectivos cónyuges estaban viviendo un amorío. Bajo ese contexto de dolor compartido, comienzan una pantomima en la que se hacen pasar por sus parejas, intentando recrear y descifrar cómo es que llevan a cabo su infidelidad. A través de encuentros nocturnos, conversaciones largas, cenas privadas y la coautoría de un cuento de artes marciales; la línea entre la representación de sus esposos y la vida real se difumina cada vez más.
Sin embargo, cuando jugamos con fuego nos podemos quemar... especialmente en el amor. Es por eso, que, en un escenario que inicia como un juego de conquista, nuestros protagonistas terminan enamorándose. Pero, este amor no se expresa a través de palabras o afecto físico, sino a través de miradas tiernas, sonrisas cómplices e incluso el sutil roce de la piel de sus manos. Desafortunadamente, los chismes de los vecinos sobre una aventura entre ellos los terminaría separando, hasta el punto en que el Sr. Chow confiesa verbalmente sus sentimientos a la Sra. Chan, para luego mudarse avergonzado a Singapur para cambiar de aires.

A pesar de repetirse múltiples veces “no somos como ellos”, la fantasía que habían construido el Sr. Chow y la Sra. Chan había terminado y debían aceptar la realidad. Nuestros personajes son incapaces de hacerle frente al “qué dirán” de esos vecinos de tercera edad, que representan el conservadurismo e hipocresía de una sociedad que condonaba las infidelidades y condenaba el divorcio. Por ello, su único consuelo es pasar los próximos años reviviendo en sus cabezas cada momento que vivieron juntos y alimentando ese sentimiento día a día.
Como se puede apreciar del título de este escrito, la película termina dejándonos con la duda de si su amor fue o no consumado. Y es que, en la escena final se nos revela un Mo-wan algunos años mayor en el templo Angkor Wat en Camboya, que, acercando sus labios a un hueco en una de las paredes del templo que emulan las orejas de las deidades del budismo, confiesa un secreto de lo vivido durante aquellos años floridos.
La intimidad y sensualidad elegante que Wong Kar-wai nos regala en cada toma es la mayor constante en este filme. Con una cámara detrás de armarios, ventanales, rejas, pasillos y espejos que enfoca de manera exclusiva, lenta y en primer plano a nuestros protagonistas y sus interacciones; el mundo que Wong crea es uno en el que la privacidad no existe y la línea temporal de lo acontecido la dibujamos nosotros como testigos de esta historia.

El rojo, negro, azul y amarillo conforman la paleta de colores del metraje, que, combinada con una iluminación en ocasiones cálida y en otras fría, nos transmite el sentimiento de nostalgia distintivo de los filmes del director chino-hongkonés. Wong, fiel devoto de que el arte reside en la sutileza, elige no amplificar los diálogos ni trazar cada escena, sino hacer florecer en nosotros la evolución de los sentimientos de Chow y Chan a través de los tonos de vestidos de esta última, que de diseños sobrios pasan a vívidos.
Wong Kar-wai, en su ser imaginativo, nos regala en esta película de estética sofisticada la historia de dos almas que, sin exceder las normas de lo “moralmente correcto”, curan sus heridas del desamor. Lo anterior, sumado a las espectaculares actuaciones de Tony Leung y Maggie Cheung; así como una banda sonora de vals que conectan las imágenes no solo con nuestros oídos, sino con nuestros corazones y experiencias pasadas, nos hace entender por qué esta película sigue suscitando diversas emociones en todos sus espectadores.
En definitiva, In the mood for love posee una vigencia atemporal y universal, que permite al público sentir la intensidad de los sentimientos de dos amantes que no se limitan a una relación carnal; haciendo que el espectador se sienta un intruso en el desarrollo de una historia que, al día de hoy, no sabríamos definir como una de amor o desamor. En este exquisito filme que nos deja una melancolía irresuelta, la única certeza que tenemos como respuesta al qué hubiera sido en nuestros personajes es cantar al son de Nat King Cole que se repite durante la película, porque, al fin y al cabo, todo se resume a un “quizás, quizás, quizás”.
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