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“Amor sin barreras” (2021): el triunfo del espectáculo (otra vez)

Actualizado: 23 jun 2023

La última película de Steven Spielberg retoma ese mundo de West Side Story que transitó muchas décadas atrás del teatro al celuloide. Esta crítica contrasta de un modo u otro estas distintas versiones.


Por Alberto Servat CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL

“Amor sin barreras” (2021). Fuente: Filmaffinity
“Amor sin barreras” (2021). Fuente: Filmaffinity

Decir que la nueva versión de Amor sin barreras (West Side Story, 2021) es mejor o peor que la original es una tremenda ligereza. Y me sorprende que los críticos, principalmente los norteamericanos, basen sus discusiones en la comparación entre ambas películas. Porque las dos producciones son espectáculos admirables, con sus respectivas fortalezas y debilidades, pero realizados en contextos muy diferentes. Y sobre todo por un aspecto determinante a la hora de analizarlos. El filme de 1961 era una pieza de entretenimiento y expresión artística contemporánea que retrataba de manera estilizada la realidad de entonces. La nueva versión es una película de época que recrea un determinado momento en la historia neoyorquina de hace 60 años. Además, en ningún caso se trata de un material original para el cine sino de la adaptación de una obra teatral que en su momento fue revolucionaria. En el principio: Shakespeare

Todo comenzó en 1947. Jerome Robbins, uno de los grandes coreógrafos de su tiempo y figura determinante en la creación del ballet estadounidense, se planteó actualizar Romeo y Julieta, la tragedia de amor más famosa de William Shakespeare. La idea era llevar al siglo XX la historia de los desventurados amantes, víctimas de la rivalidad entre dos clanes en la Verona del Renacimiento. La idea fue dando vueltas y pronto se involucraron el compositor Leonard Bernstein y el entonces escritor de canciones Stephen Sondheim. En el primer borrador Julieta era una chica judía y Romeo un italiano católico del Lower East Side de Manhattan. Sin embargo, la diferencia religiosa no ofrecía los elementos de acción y violencia visual que un musical necesitaba.

Mientras los autores buscaban ideas había comenzado la migración boricua hacia Nueva York, y ya se dejaba sentir la tensión entre pandillas. Especialmente en la zona oeste de la ciudad, donde un ambicioso plan urbanístico se estaba realizando, expulsando a los inquilinos pobres y derribando manzanas enteras para construir edificios residenciales, además de un tremendo centro para la cultura conocido como Lincoln Center. Ese fue el escenario geográfico elegido por el equipo creador de la obra, que contaba ya con el dramaturgo Arthur Laurents, quien había rebautizado a los protagonistas como María y Tony, pertenecientes a dos bandas urbanas enfrentadas: los Sharks, puertorriqueños, y los Jets, norteamericanos. Así nació West Side Story.

Tras el estreno en el teatro Winter Garden en Broadway, el 26 de setiembre de 1957, el musical se convirtió en un clásico inmediato por muchas razones, pero sobre todo por una coreografía revolucionaria que contaba una historia actual y poco complaciente sobre la realidad de la ciudad de Nueva York. También por la partitura del maestro Bernstein, quien habría de incorporarse desde ese momento a los repertorios clásico y popular. Era natural que una pieza de semejante éxito llegara al cine.

“Amor sin barreras” (2021). Fuente: Filmaffinity
“Amor sin barreras” (2021). Fuente: Filmaffinity

Un fenómeno en Panavision

El éxito en la taquilla, los diez premios de la Academia y récords tan asombrosos como permanecer en la cartelera parisina durante 259 semanas consecutivas, convirtieron a Amor sin barreras (West Side Story, 1961) en un fenómeno mundial. Su traspaso al cine no había sido fácil pero los productores respetaron la creación de Jerome Robbins y le permitieron dirigir el filme pese a su desconocimiento del medio. Por supuesto no lo dejaron solo. Exigieron la colaboración de un experimentado director, y para eso llamaron al veterano Robert Wise. Para reescribir el guion contaron con Ernest Lehman. El elenco tenía que estar encabezado por una superestrella, y nadie como Natalie Wood, en aquel preciso momento, para interpretar a una adolescente en serias tribulaciones. Tony estuvo a cargo del anodino Richard Beymar. Más interesante fue el casting para los papeles hispanos: el actor de origen griego George Shakiris, que curiosamente había interpretado al líder de los Jets en Londres, interpretó a Bernardo, y la puertorriqueña Rita Moreno, activa en el cine desde 1950 pero relegada a pequeños papeles exóticos, se encargó de darle vida a Anita. Chakiris y Moreno se convirtieron en la sensación y obtuvieron el Óscar como actores de reparto. Hay mucho más que se puede contar sobre este pedazo de historia de Hollywood. Pero nos quedaremos con su efecto más inmediato sobre el propio material que contaba.

El impacto del filme fue tan grande que afectó para siempre a su propia fuente, la obra de teatro. El ballet de introducción en la película escenificado en las calles donde ocurre la acción, la coherencia narrativa de las situaciones alternas y las infinitas posibilidades de la cámara empequeñecieron tanto el espacio teatral que todas las reposiciones en Broadway y teatros alrededor del mundo han sido simples esfuerzos por mantener una pieza que con el tiempo se convirtió en histórica. Solo el director Ivo Van Hove se animó a romper las reglas y llevar la acción al 2019, cambiando la coreografía y utilizando un sistema de proyección y video capaz de transportar a la audiencia al exterior. Por supuesto, la crítica de Nueva York estuvo dividida, pero nunca sabremos su verdadero impacto sobre el público, porque la obra cerró el 11 de marzo del 2020 por la pandemia. El turno de Spielberg

Para entonces ya no era un secreto que Steven Spielberg estaba preparando un remake. Y debe haber tenido muchas razones para elegir Amor sin barreras como su primer musical. Sabemos perfectamente que su gran amor por el cine comenzó en la infancia, como un apasionado admirador de las superproducciones de Cecil B. De Mille. Por ello, el fenómeno del musical de Robbins y Wise no le era ajeno. Tal vez está allí la razón para esta adaptación, en que se trata del gran musical americano. Una idea que no satisface enteramente nuestra curiosidad (más allá de sus declaraciones en las entrevistas de promoción del filme). ¿Por qué no crear un musical propio? O en todo caso ¿por qué no adaptar este mismo musical de manera radical y convertirlo en una historia del siglo XXI?

Su aproximación a West Side Story en términos visuales no puede ser más impactante. La manera en que plantea las escenas, el ritmo de la acción, la elección de los actores, el nivel de la producción, todo nos conduce a uno de los mayores espectáculos que el cine nos ha ofrecido recientemente. ¿Pero es suficiente? ¿Realmente trasciende los convencionalismos sobre el mundo latino en Nueva York? ¿De verdad escapa a los clichés que ya se encontraban presentes desde la obra teatral de 1957? No dudo de las buenas intenciones de Spielberg y Tony Kushner, el autor de la actualización del guion. Me da la impresión, y ese es un problema, que no consiguen ver más allá de la corrección política impuesta para satisfacer a las nuevas inquisiciones. Y el resultado es una lavada de cara sin poner precisamente las cosas en su sitio. Lo que nos lleva a otra pregunta: ¿A qué sitio?

Spielberg y Kushner no solamente han tratado de acercarse más a la comunidad hispana. También abren en su discurso temas políticos, como la transformación urbana de Nueva York e incluso una breve pero más abierta explicación sobre la sexualidad del personaje de Anybodys (presente desde la obra original). Pero me temo que no hay mucho más.

Lo que sí podemos ver, como ha sucedido con otros casos previos, es que el realismo que impone el lenguaje cinematográfico actual le pasa factura al género del musical. Al imprimir esa pretendida verdad en la acción y conferirle un tono de drama amargo se pierde el principal elemento del género: el divertimento. Entonces, momentos musicales claves de la obra teatral como “Gee, Officer Krupke” (los Jets en la comisaría) o “I Feel Pretty” (María cantando ilusionada junto a sus compañeras de trabajo) resultan fuera de lugar. Ya no tienen razón para ser interpretados porque interrumpen la narrativa en una situación muy sombría. Para entonces el espectador solo tienen en mente la tragedia que se está desarrollando en paralelo. ¿Qué hacen estos bobos cantando semejantes melodías?

Amor sin barreras (2021). Fuente: Filmaffinity
"Amor sin barreras" (2021). Fuente: Filmaffinity

Una vez más Anita

El reparto de Amor sin barreras es correcto. Principalmente como ensamble. Los números grupales llegan a un punto de excelencia en los que es posible ver el desempeño coral sin necesidad de edición o efectos visuales, como pasa a menudo en los musicales interpretados por grandes estrellas de cine y no necesariamente por actores entrenados para cantar, bailar y actual al mismo tiempo. Rachel Zegler y Ansel Elgort están a la altura de las circunstancias como María y Tony, aunque difícilmente resulten memorables. No es el caso de Ariana DeBose, que se apodera del espectáculo en cada instante en el que aparece. Veterana de Broadway y protagonista de otros musicales, la actriz norteamericana hace suyo el papel de Anita, lo reinterpreta y triunfa con ello. Seguramente obtendrá una nominación al Óscar y tal vez gane el premio.

Pero hay algo muy curioso a lo largo de la historia de este musical y este personaje. Ya en la versión teatral original fue Chita Rivera quien se convirtió en la sensación de Nueva York durante el tiempo que la obra permaneció en cartelera, y a partir de entonces comenzó una leyenda que hoy continúa intacta para el público aficionado al teatro (la actriz aparece en un cameo en tick, tick… BOOM!). Con el tiempo algo similar ocurrió cuando Debbie Allen en 1980 y Karen Olivo en el 2009 interpretaron el papel en las reposiciones de la obra.

Y, claro, Rita Moreno. La primera actriz de origen hispano que obtuvo el Óscar y justamente por este personaje, Anita: una muchacha llena de vida, realista, incapaz de perder la perspectiva y contundente en su venganza. Moreno recibe ahora un inesperado homenaje del propio Spielberg al crear un personaje para ella, y que además tiene importancia dentro del desarrollo de la trama. Por ratos me parece un personaje innecesario o tal vez demasiado obvio, porque es de alguna manera la consciencia moral de los sucesos que vemos en la pantalla. Un nexo entre los grupos enfrentados. Pero también es una oportunidad de rescatar a una gran señora que vivió en carne propia todo lo bueno y lo malo que el viejo sistema de Hollywood ofrecía. Algo que nada tiene que ver con la película.

Amor sin barreras es un espectáculo diferente en estos momentos. Y su efecto es muy diferente en la audiencia. Es una película de época y, por lo tanto, de poco interés para todos los públicos. Visualmente deslumbrante, carece del elemento que hizo de la primera versión una pieza irrepetible: la visión de Jerome Robbins.





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