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“El Niño y la Garza” (2023): infancia, creación y legado

Con el Globo de Oro a la “Mejor película animada” del pasado 7 de enero, la cinta más reciente de Hayao Miyazaki y Studio Ghibli llega a la cartelera peruana. En esta nueva historia fantástica, el cineasta japonés nos cuenta la historia de Mahito, un niño de 11 años, y su aventura guiada por una garza parlante a un reino habitado por los vivos y los muertos.


Por Alberto Ríos CRÍTICAS / CARTELERA COMERCIAL

Hayao Miyazaki, director de animación japonés y cofundador del renombrado Studio Ghibli, ha consolidado una obra cinematográfica que se caracteriza por la meticulosidad en los detalles y una profunda exploración de temas como la interrelación entre la humanidad y la naturaleza, la encrucijada entre la industrialización y la esencia humana, estableciéndose como un narrador de lo fantástico que trasciende las fronteras culturales. Entre sus películas se encuentran Mi Vecino Totoro, que celebra la simplicidad de la naturaleza, El Viaje de Chihiro, una exploración casi surrealista de la identidad y el crecimiento, y La Princesa Mononoke, que aborda la lucha entre la civilización y el entorno natural.


El niño y la garza (Kimitachi wa Dō Ikiru ka), su más reciente película, marca su regreso a la dirección luego de El viento se levanta, estrenada en 2013. En esta nueva cinta seguimos a Mahito, un niño de 11 años que ha perdido a su madre en un incendio durante la Segunda Guerra Mundial. Junto a su padre, se muda al pueblo natal de su madre, estableciéndose en una antigua mansión en una gran finca. La complejidad de sus sentimientos hacia su padre, quien dirige una fábrica de suministros de guerra, y su nueva madrastra, Natsuko, la hermana menor de su madre, añade tensión a su vida. Además, se siente alienado en la escuela y descubre una torre, construida por el tío abuelo de su madre. Cuando Natsuko desaparece de manera abrupta, Mahito se aventura en la torre, guiado por una garza parlante, y termina inesperadamente en un reino donde conviven los vivos y los muertos.


A nivel de forma se presentan elementos característicos de la obra de Miyazaki: la presencia de elementos fantásticos en el mundo real, el viaje hacia un mundo espiritual que provoca un cambio en la cosmovisión del protagonista, el paso de la infancia a la adolescencia, una animación que presta extrema atención a los detalles, las brillantes paletas de colores y la existencia de seres del folklore japonés y de creación propia.


Sin embargo, esta es también una de las cintas más personales que ha realizado el director japonés. Existe una reflexión respecto a la labor de creación de historias y mundos fantásticos, así como la necesidad (o no) de encontrar un sucesor para la perpetuación de estos mundos. Es por ello que El niño y la garza presenta momentos que recuerdan elementos y personajes pertenecientes a otras obras de Miyazaki. Pese a ello, no es una película meramente referencial; es el autor reflexionando sobre su obra, siendo consciente de ella y presentándola como parte de su corpus que interactúa y dialoga sobre sí mismo.


Llega un momento en la carrera de los artistas en que reflexionan sobre su propia obra y legado. Ejemplos sobran: Fellini con 8 1⁄2, Chaplin con Candilejas, Almódovar con Dolor y gloria, Spielberg con Los Fabelman, etc. Miyazaki lo hace de una manera muy fiel a su estilo. Y es que para el japonés (igual que para otros autores del género), la fantasía no es un escape a un mundo paralelo al de la realidad, sino una manera de representarla y hablar sobre ella.


La aceptación de la muerte también es otro de los temas tratados por El niño y la garza. Mahito sueña con su madre y emprende su viaje a esta nueva realidad tanto para encontrar a su tía como para ver si la posibilidad de que su madre aún esté viva resulta cierta. Es en este nuevo mundo, “donde habitan los muertos”, que el protagonista entenderá su proceso de duelo y como la muerte también es parte del ciclo de la vida. Al igual que Chihiro, que atravesó el umbral del mundo fantástico para poder conocer la importancia de su identidad en el viaje a su madurez, Mahito sale de este País de las maravillas regido por su propio Mago de oz, para entender su lugar dentro del legado familiar (que es también el legado de Miyazaki como artista) y salir de esa infancia sobre la que siempre reflexiona el director japonés, aunque la mirada sea cada vez más lejana.



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