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“Diamantes en bruto” (2019): la adrenalina de un gran perdedor

Actualizado: 11 nov 2022

Diamantes en bruto (Uncut gems, 2019), de los hermanos Safdie, cuenta la historia de Howard Ratner, un joyero judío que tiene un serio problema con la ludopatía. En realidad, toda su vida es una apuesta: viviendo siempre al límite.


Por Rodrigo Bedoya Forno CRÍTICAS / NETFLIX

Fuente: Otros Cines


Diamantes en bruto (Uncut gems, 2019), de los hermanos Safdie, cuenta la historia de Howard Ratner, un joyero judío que tiene un serio problema con la ludopatía. En realidad, toda su vida es una apuesta: viviendo siempre al límite, el personaje (interpretado extraordinariamente por Adam Sandler) ha tomado una serie de riesgos que marcan definitivamente su vida: ha apostado por dejar a su familia, ha apostado por mantener a flote su negocio pidiendo una serie de préstamos impagables, ha apostado por comprar una roca con diamantes conseguida en Etiopía, creyendo que lo que puede obtener por ella puede acabar con todas sus deudas. Y apuesta, además, cada vez que puede, todo su dinero en los deportes, con la necesaria sensación de adrenalina que eso le genera.


Como en su película anterior, Good Time: viviendo al límite (2017), los Safdie nos muestran a un personaje cuya vida se desborda, y lo único que le queda es tratar de parcharla como se pueda: tratando de convencer a los que les debe plata, empeñando ítems, endeudándose de alguna forma para poder pagar otra deuda. Ya nadie necesariamente respeta a Ratner: ni su familia, ni sus compañeros de trabajo, ni sus colegas, ni sus clientes. Y, cuando de pronto parece que finalmente algo le va a ligar, su propia irracionalidad e incapacidad para controlarse hace que todo se vuelva a complicar. El personaje de Sandler es el arquitecto de sus propios fracasos, es un perdedor que trata de convencer a todos los demás que no es el caso, que tiene todo bajo control, y que su suerte, de la noche a la mañana, va a cambiar. Y ya nadie le cree.


Pero es justamente en la irracionalidad de sus decisiones que está la adrenalina de la vida; son en esos riesgos que toma el personaje donde está la energía que el personaje saca para poder seguir tratando de convencer a todos que todo está bajo control. Y esa irracionalidad es transmitida por los cineastas de una manera desbocada, a través de un estilo vertiginoso: los encuadres son de corta duración, privilegiando los primeros planos que permiten ver los rostros siempre excitados, furiosos o histéricos de sus personajes. Los colores de la películas son muchos y están constantemente reventados, lo que la da a la película una textura saturada.

Fuente: Cine Premiere


La saturación que tiene que ver con la vida de Ratner, un perdedor que se maneja en espacio de ganadores, un hombre de negocios que pone todo su capital en juego, un hombre familia y de tradiciones (los rituales judíos son muy importantes en la película) que se guía por toda una serie de vicios y descontroles; un capitalista que, en tiempos de profesionalización absoluta, se mueve en base a golpes de suerte.


El concepto de la suerte es algo que está todo el tiempo presente en el filme: el propio ritmo intenso y frenético de la cinta va transmitiendo cierta sensación de irracionalidad, como si hubiera algo que estuviera encima de todos los personajes que vemos: no solo del de Sandler, que pone todo su futuro en juego con la roca que ha conseguido. Ahí lo vemos al basquetbolista Kevin Garnett haciendo de él mismo y deseando esa roca, a la que le confiere poderes místicos: el tenerla le permite jugar mejor, le da un “rush” distinto. Todo el tiempo la película va jugando con la idea de la suerte como algo que es más fuerte que los personajes, como un impulso que va a aparecer de la nada, que va a cambiar la vida y la realidad de todos los involucrados.


Y es por eso que en cada momento de Diamantes en bruto sentimos la inyección de adrenalina subir de manera de cada vez más contundente: la película es el retrato de un personaje como Ratner que, en cada apuesta, en cada encuentro con una persona a la que le debe plata, con su amante, con su familia, se juega la vida, la esperanza de que su suerte cambie. Y es por ese motivo que la puesta en escena busca transmitir la intensidad de esas posibles victorias, la adrenalina de la vida del apostador: cada momento, cada jugada, cada situación se vive como si fuera la última; y la suerte puede cambiar de un momento a otro; incluso cuando no haya nada lógico que permita ver que efectivamente eso vaya a ocurrir. Pero cada nueva derrota del personaje, lejos de hacerlo sentar cabeza, es el inicio de una apuesta aún mayor.


Y parte de esa intensidad hay que agradecerla a Adam Sandler, cuya interpretación destila toda la contundencia necesaria: su mezcla de carisma y patetismo, de furia y simpatía, van construyendo un personaje que está siempre al borde del quiebre, de la exaltación. No hay nada racional en las actitudes del personaje; nada que nos lleve a pensar que efectivamente todo estará, de un momento a otro, controlado. Pero siguiendo la tradición de los grandes perdedores de la historia del cine, Sandler persiste en el error con la convicción y el entusiasmo del que insiste e insiste para volver al mismo punto. Y cuando, efectivamente, el golpe de suerte llega, ya todo está tan complicado que de nada sirve.




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