"El hombre elefante" (1980): la libertad a través del arte en una sociedad deshumanizada
- Marcelo Paredes

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En su segunda cinta, David Lynch construye una conmovedora historia sobre la dignidad, la sensibilidad y el poder del arte en medio de un mundo deshumanizado. A través de John Merrick, el filme encuentra una voz profundamente humana que conecta con el alma del propio director.
Por Marcelo Paredes CRÍTICA / APPLE TV

Mi único reparo con el filme es que siento que David Lynch tiene cierta dificultad en identificar al verdadero protagonista de la historia. Al principio, uno podría pensar que es Treves, quien desde el inicio muestra una curiosidad característica de un protagonista lyncheano, además de un marcado desprecio por las máquinas, en un entorno industrializado que define la Inglaterra victoriana. Es entre el vapor y la maquinaria que la humanidad se pierde, y parte del viaje de Treves es evitar esa deshumanización, especialmente al ver cómo muchos de los que lo rodean ya lo han hecho. Este dilema resulta interesante, pero la película no lo aborda lo suficiente, tratándolo como un elemento secundario sin la resolución que merecía.
Por otro lado, John Merrick, al principio, sirve para reforzar la historia de Treves. Aunque lo ayuda a recuperar su humanidad, también se da cuenta de que no es tan diferente de quienes lo ven como una curiosidad o lo maltratan. Al presentarlo a la comunidad médica, Treves lo muestra de manera similar a como lo hacía Bytes, usándolo como una atracción de circo (tras una cortina). Este paralelismo lleva a Treves a dudar, ya que no ha profundizado lo suficiente en conocer al ser humano detrás de "la criatura". Aquí entra en juego el tema de Joseph, pues su personaje va ganando autonomía a medida que avanza el metraje, con sueños sobre su madre que se transforman en reflexiones abstractas sobre su libertad.

¿Y cómo logra Merrick esa libertad? A través del arte. En este sentido, creo que Lynch tarda en darse cuenta de quién es el verdadero protagonista, ya que parece verse reflejado en Merrick. Considerando su vida, de un entorno tranquilo al caos de la ciudad, no sería raro pensar que también se sintió como un fenómeno en ese entorno, buscando en el arte un refugio para disipar cualquier alienación. Este aspecto, que se explora desde la llegada de Merrick al hospital con su interés por la literatura y la construcción de la catedral, queda como algo secundario al darle más peso a la historia de Treves.
Ahí es donde, en mi opinión, la película falla. No me malinterpreten, El hombre elefante (The Elephant Man) es una gran película en cómo aborda ambas historias, pero al querer darle igual peso a ambas, parece que Lynch tarda en definir al verdadero protagonista. Personalmente, prefiero la historia de Merrick, no solo por lo que él representa en la narrativa, sino también por lo que significa para su autor. En tiempos donde la modernidad se vuelve más aplastante, lo mejor es aferrarnos a lo que nos hace humanos. Pero también es necesario darle un propósito a esa humanidad, y en este caso, el arte ofrece la armonía que ordena nuestro mundo interior. Lejos de ser un escape, ese orden le da sentido a nuestra relación con el resto. Solo cuando se alcanza esa armonía se puede encontrar paz, y es entonces cuando realmente podemos sentir que nuestra existencia tiene propósito.

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