El nuevo documental de la cineasta nominada al Oscar Maite Alberdi ha encantado por su retrato del amor y la conservación de la memoria. Lamentablemente, incluso en sus mejores momentos, puede tender a caer fácilmente en un terreno excesivamente sentimental.
Por Marcelo Paredes FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA
Augusto Góngora es un renombrado periodista chileno al que ocho años atrás le diagnosticaron Alzheimer. Ahora será labor de su pareja, la destacada actriz Paulina Urrutia, hacer todo lo posible para que él no la olvide y que los recuerdos de todo lo que hizo a lo largo de su vida no desaparezcan de su memoria, que se irá volviendo más y más frágil.
En el año 2020, la directora chilena Maite Alberdi hizo El Agente Topo, un documental en el que un hombre de avanzada edad se infiltraba en un asilo para averiguar si es que las personas que estaban ahí recibían un buen trato. Se da un vistazo a lo que es la tercera edad a través de diversos testimonios y con un tono enternecedor, una gracia en cuanto a su juego con un género como el detectivesco: la dosis justa de emoción sin caer en excesos.
Ahora en el 2023 hace La Memoria Infinita, una nueva película acerca de lo que significa envejecer, pero con el Alzheimer de por medio. Esta terrible enfermedad será ese elemento antagónico que irá mermando los recuerdos de su tan importante protagonista, a quien intentará aferrarse hasta el final. Ahora, a riesgo de quedar como el peor ser humano del mundo, temo decir que, a diferencia de muchos, lo que vi no me terminó moviendo en lo absoluto.
Si es que hay algo positivo que, ante todo, habría que destacar, es lo bien logrado que el documental está a nivel cinematográfico. Con recursos de edición y la puesta en escena, da a entender de una manera lo suficientemente clara cómo es que Augusto se va sintiendo a medida que su enfermedad va escalando. Desde el primer plano, que está desenfocado intencionalmente, en el que vemos la rutina de la pareja, es que ya entendemos desde lo visual la perspectiva que se busca dar. Hay recursos como disolvencias y hasta cambios de frame rate (la cantidad de fotogramas vistos) que traslucen esa situación.
También resulta interesante ver cómo fue el pasado de esta persona. Grabaciones caseras con la familia, o fragmentos de algunos de sus reportajes o entrevistas, son lo que forman este collage visual que comunican una identidad más clara de quién es Augusto Góngora, y por qué no se debe olvidar lo que hizo. Ese me parece un buen recurso porque así da a entender que la memoria de alguien, si va de lo personal a lo colectivo, tiene la chance de prevalecer en el tiempo, de no desvanecerse.
Dicho esto, es momento de que mencione lo que no me parece tan bueno, pero antes de hacerlo, aclaro que esto viene desde una perspectiva muy personal, y puede que sea más culpa mía que de la cinta en sí. Y es que el exceso de ternura que maneja, si bien da pie a uno que otro momento genuinamente conmovedor, termina sintiéndose pesado. Es como si te forzara a que llores porque no deja de hacer hincapié en lo emocional que es.
Ya la ficción supo dar buenos retratos sobre el Alzheimer, como Amour o The Father que, para no ser reales, tienen más matices. Ello no ocurre con lo que Alberdi elige mostrar que, para ser real, aspectos como la musicalización no hacen que se sienta como algo tan verosímil. Y en un lado completamente opuesto a lo mencionado, descoloca bastante ver que, a pesar de ser tan dulce, igual roza los límites de lo moral, al tener que ver a Augusto, ya con la enfermedad muy avanzada, en situaciones muy duras que solo te hace cuestionar si lo que estás viendo es correcto o no.
Son esos sentimientos forzados lo que hizo que La Memoria Infinita no cale en mí como hubiera esperado. Sin duda es destacable por sus cuestiones más formales, pero quedará a la mera especulación saber si es que con un mejor orden y elección de momentos podría haber funcionado de mejor forma.
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