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27 FCL: "Tengo sueños eléctricos"(2022), paternidad, poesía y el oficio de crecer

La ópera prima de la directora costarricense Valentina Maurel se llevó los premios de Mejor Dirección, Mejor Actriz y Mejor Actor en el Festival de Locarno, y ahora compite en un festival local.


Por Gustavo Vegas FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

Tengo sueños eléctricos
“Tengo sueños eléctricos” (2022). Fuente: Espinof

Eva (Daniela Marín) es una adolescente de 16 años que, tras la separación de sus padres, se encuentra perdida emocionalmente en la ciudad de San José mientras busca la forma de irse a vivir con su padre (Reinaldo Amien). Este es un hombre agresivo y a su manera también se halla extraviado. Busca reencontrarse con su lado artístico, bohemio, y al mismo tiempo trata de volver a enamorarse. La cinta abre con una escena que resume bien lo que nos espera: la pareja de -aun- esposos discute en el auto mientras llegan a casa. El padre se baja para abrir la cochera y empieza a darse cabezazos contra esta. La hermana menor de Eva se orina encima, la madre pide calma, Eva baja del carro para ver a su padre y él solo atina a mirarla en silencio.


Este breve momento que plantea Maurel dibuja la dinámica familiar: dentro del auto (o la casa o la familia) se quedan la madre y la hermana; afuera Eva y su padre, siendo ella quien se preocupa por él, deseando cuidarlo y queriendo acompañarlo siempre. Y es claro que su relación no es de las mejores: él siente que debe cumplir con ella y de vez en cuando es más un estorbo y un personaje ajeno a esa vida adulta a la cual Eva ha sido lanzada de improvisto. Ahora fuma, se junta con la gente del club de poesía, va a discotecas e incluso busca iniciar su vida sexual. Esta, como sus intentos de masturbación, termina siendo trunca y accidentada. Vemos la intimidad bastante de cerca, como si estuviéramos con Eva y sintiéramos su incomodidad.

Tengo sueños eléctricos
“Tengo sueños eléctricos” (2022). Fuente: Fotogramas

La fotografía de la película nos muestra con tranquilidad las calles de San José mientras que poco a poco se adentra en la violencia que existe en los hogares y con precisión en la familia de Eva. El trabajo de Nicolas Wong (quien también colaboró con Jayro Bustamante y Julio Hernández Cordón) refleja ese contraste entre exterior e interior que a su vez nos acerca más a Eva y sus experiencias de adolescente en búsqueda de sí misma. En el asiento trasero del carro o copiloto, en el sexo con un amigo de su padre, en la confrontación con su madre, en las peleas con su hermana, incluso en la soledad de su habitación, todo tiene un halo de cercanía hacia la piel.


La dualidad que se establece entre violencia y tranquilidad nos es advertida desde la escena inicial y, si bien va parpadeando a lo largo del filme -como aquel sueño de Eva-, se refleja con mayor claridad en el momento de la serenata en la plaza. El padre de Eva acaba de enterarse que ella perdió la virginidad con un amigo suyo, adulto, y en una ofuscada reacción se cortó y le salpicó toda la blusa de sangre. Ahora, tras la atención médica, disfrutan de un momento a solas y el padre insiste para que unos músicos les canten el bolero “Vete de mí”. La música se apodera de la escena mientras al fondo un par de pandillas se pelean ferozmente.

Tengo sueños eléctricos
“Tengo sueños eléctricos” (2022). Fuente: AllóCine

El contraste generado marca la esencia de la película: Eva trata de seguir adelante mientras todo se derrumba. Hay un amago de esperanza dentro de todo ese caos. Tiene sangre en la ropa y comparte el rostro ido de su padre. La canción continúa: “…ni te puedo sujetar, vete de mí”. ¿Es otro guiño de Maurel hacia la relación entre Eva y su padre? ¿Ella lo necesita sabiendo que al mismo tiempo le hace mal? Acto seguido vemos cómo ambos, embargados de una tristeza nocturna, parten en direcciones distintas.


Aquello que los une, sin embargo, no se trata meramente de un vínculo paternofilial, sino de un lazo tanto tierno como violento. Los momentos que pasan Eva y su padre no son solo de agresividad y exabruptos; hay también ocasiones donde el hombre intenta ser lo que su hija quiere que sea: su guía en el tránsito a la vida adulta. La lleva al campo a echarse en el césped y oler las flores, la deja quedarse en las lecturas de poesía y las fiestas. A veces se odian, a veces se aman. Pese a todo, Eva hace lo posible para vivir con su padre y estar ahí para él. Sabe que no es la mejor persona, pero al final del día seguirá siendo su papi. Esta ilusión de la hija por andar con su padre sin comprenderlo del todo pues está, a su vez, confundido, recuerda a Aftersun (2022) y su retrato de una aventura padre-hija algo agridulce. La decisión de casting, como en el debut de Charlotte Wells, deja pistas también del componente autobiográfico en Tengo sueños eléctricos.

Tengo sueños eléctricos
“Tengo sueños eléctricos” (2022). Fuente: Lux Film Festival

La cinta no es necesariamente un coming of age, sino más bien una lectura de la violencia que rodea esa etapa de crecimiento -y en particular de una chica- y el descubrimiento no sólo de la sexualidad, la (in)madurez, la ciudad y la poesía, sino también de ese trago amargo que es la adultez. Eva creía que sería la respuesta a sus conflictos, pero resulta ser otra etapa más de confusión, extravío y dudas. Se va dando cuenta que crecer no es aquello que eso creía, sino que se trata de un caos levemente similar, pero con más edad y responsabilidades.


El poema que nombra a la película augura esa violencia retratada por Maurel: “tengo sueños eléctricos en los que mi padre cuando no puede arreglar algo lo revienta al piso. Hacen falta a veces varias vidas para entenderlo. (…). Se enoja, grita, insulta. Nos queremos a gritos, a veces a golpes. Así somos: una horda de animales salvajes soñando con ser humanos”. Y hacia el final, en el punto de ebullición del caos, aparece un gesto cómplice entre Eva y su padre, que pese a todo lo anterior los hace -y nos hace- recordar sus buenos momentos. Un intercambio de miradas casi propio de una película de Damien Chazelle que Maurel, en la piel de Eva, sabe cómo rematar con otro verso: “…La rabia que nos atraviesa no nos pertenece”.


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