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"Fuego contra fuego" (1995): una leyenda frente a otra

En 1995, Michael Mann juntó a Al Pacino y Robert de Niro, dos de las más grandes estrellas de todos los tiempos, en una cinta de policías y ladrones donde también destaca el recientemente fallecido Val Kilmer. Advertencia: hay 'spoilers'.


Por Gustavo Vegas Aguinaga                                          CRÍTICA / DISNEY+

“Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB
“Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB

Hay un guiño al inicio de Fuego contra fuego (Heat. Michael Mann, 1995), después de los créditos, que evoca no sólo la historia del cine sino la perpetuidad de la violencia en nuestra sociedad, actual o pasada. Vemos la llegada de un tren a una estación y de él sale Neil (Robert De Niro), jefe del equipo de ladrones. Es a partir de este arribo del tren que surge el asalto y robo del camión blindado de las primeras escenas. Los modos pragmáticos y el orden de Neil son un espejo de la capacidad de Mann como director: todo en orden, todo a su momento y lugar, cortes perfectos, planeamiento, ejecución. Hay otra ejecución, sin embargo, que ensucia un poco los planes de Neil y gatilla los sucesos que enriquecen a la película.

 

Si Neil encarna el mal y el crimen, Vincent (Al Pacino) es la otra cara de esa violenta moneda. El es la ley y el orden. Son casi como el ying y el yang. Ambos se superan constantemente en ese juego de cazador y presa donde se turnan de roles. Ahora, cada uno también tiene su propia dualidad: Mann sabe dividir sus trabajos de sus vidas personales/románticas y, así como sus personajes, evita que estas dos facetas se crucen. Mientras Pacino no logra alcanzar a De Niro, tampoco alcanza a darle tiempo a su nueva esposa, a su hijastra, ni a tomar desayuno siquiera. Su contraparte, en cambio, deja que sus fechorías reposen y se da a sí mismo la chance de conocer a una chica y tener un romance.

 

"Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB
"Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB

Entre tanto, Mann es capaz de hacer una crítica al sistema a partir de la reinserción social y cómo el mundo está tan sujeto al crimen que los que salen de prisión no tienen otra vía que volver a la delincuencia. Lo máximo que se les presenta es la ilusión de tener opciones, cuando en realidad no las hay. Se lo dice De Niro a Pacino: si no lo detienen seguirá robando porque no conoce otra vida. Ninguno lo hace. Todo ese mundo es oscuro, apagado, triste y azul. Por eso destaca el trabajo de fotografía y luces en tanto se generan contrastes interesantes o figuras simbólicas. Dos de estas se forman a través de Neil y Eady (Amy Brenneman), una pequeña y breve esperanza en esa ciudad sombría.

 

Uno: los ladrones cenan con sus parejas y Neil los mira, solitario. Decide, entonces, llamar a Eady. Este gesto, inicialmente, recuerda a la llamada fallida y patética de Travis Bickle en Taxi Driver (1976) a un lado del pasillo, nervioso, avergonzado. Ahora, con ecos de su otro personaje, De Niro se apoya en el lado azul de la pared. La conversación progresa y cuando le asegura a Eady que lo suyo no fue algo de una noche, deja la parte azulada y cruza hacia la zona de más luz y claridad. Es el afecto lo que mueve a Neil y lo aleja de esas zonas oscuras, pero es su labor como ladrón profesional lo que lo sujeta a ellas. Dos: en su primer encuentro, Eady y Neil conversan bajo la noche profunda. La clave baja es notoria y sin embargo ambos tienen algo de luz en sus rostros; es decir, en sí mismos. Se besan y las luces de la ciudad muy en el fondo empiezan a brillar. Esta distancia marca también lo lejos que están de un futuro brillante.

 

"Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB
"Fuego contra fuego" (1995). Fuente: IMDB

Mientras, una figura añadida a la de Neil es Chris (Val Kilmer) y su búsqueda de redención frente al abandono de su esposa. Neil le ofrece una salida para que rehaga su vida familiar, pero Chris, al igual que su jefe, no conoce otra vida. Son hombres simples. El afecto, además, que le tiene a Neil lo lleva a ser herido en una balacera (una secuencia de acción larga donde cada instante está trabajado de manera increíble) y perjudicar la misión. Cuando regresa a casa su esposa le advierte que ya no puede regresar y no es solo para que no lo capturen, sino que su forma de vida ya no puede compaginarse con la de un hombre de familia. El crimen lo ha derrotado para siempre.

 

A la mitad del filme, sin embargo, sucede el encuentro más esperado. Décadas pasaron para tener a esas dos leyendas una frente a la otra. Es un enfrentamiento verbal tan solemne, serio, lleno de primeros planos que no hacen sino aumentar la tensión y la expectativa por lo que vendrá después. Las amenazas mutuas de muerte son verificadas en la escena siguiente del robo al banco. En suma, por más de 20 minutos Mann logra sostener una puesta en escena que va desde la conversación simple y cubierta con planos contra planos hasta lo más intenso con balas que llueven de todos lados, un diseño sonoro que inmiscuye al espectador en cada uno de los disparos y un montaje frenético, al ritmo de los gatillos.

 

Llegados a este punto, todas las relaciones se quiebran. Chris no puede regresar a su hogar, Neil está en una encrucijada por Eady pues ha descubierto que es un criminal y Vincent descubre a su esposa con otro hombre, pero ni le interesa pues aún quiere atrapar a los ladrones. No hay salida para ninguno que no acabe en la muerte. Neil tiene una ventana para escapar, pero la echa a perder motivado por la venganza. De nuevo: hombres simples. No se figura una vida de pareja. El desenlace entre Vincent y Neil juega de nuevo con la luminosidad: el primero vence por notar la sombra del segundo. Neil es derrotado por la luz que le cae encima; es decir, la esperanza de otra vida que sabía nunca podría alcanzar. Ante este gran duelo, Val Kilmer supo hacerse presente en una cinta con dos de los mejores actores de la historia en pantalla, donde Mann, entre acción y ametralladoras, retrató cómo estas vidas criminales destruyen la familia y, por ende, la sociedad.



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