"Hot Spring Shark Attack" (2024): omniprescencia escuala
- Gustavo Vegas
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Esta cinta de cine ‘trash’ combina el horror con lo fantástico a medida que recupera elementos de la clásica Tiburón de Steven Spielberg, del anime japonés y hasta del sharksploitation. Se trata de entretenimiento puro y absurdo.
Por Sebastián Zavala CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

Una chica siendo devorada por un tiburón en una fuente termal. Un tipo súper musculoso dándole puñetazos a un ejército de tiburones. Tiburones nadando en charcos en medio de la calle que desaparecen y desaparecen en pleno asfalto. Esas son algunas de las imágenes que Hot Spring Shark Attack (Onsen shâku, 2024) nos ofrece.
Si suena como algo que les podría gustar, entonces la pasarán bien con la película. Pero si le tienen alergia al cine trash, y son incapaces de creerse algo que no luce ni particularmente pulcro ni particularmente profesional, entonces mejor ni le pongan play a la película. Después de todo, no deberían esperar nada demasiado serio de una cinta cuyo nombre traducido al español es Ataque de tiburones en las aguas termales. El filme es literalmente lo que nos promete su absurdo título; ni más, y ciertamente ni menos.
Dirigida y escrita por Morihito Inoue, lo que tenemos acá es una producción japonesa de bajo presupuesto que se lleva a cabo enteramente en la isla de Atsumi, e involucra a una serie de personajes tratando de sobrevivir a un ataque muy improbable de tiburones. Estos inicialmente se encuentran en el mar, como la mayoría de estas criaturas, pero luego, gracias a sus esqueletos hechos de cartílago, aparentemente son capaces de moverse por las tuberías de las famosas aguas termales de la ciudad, algo que termina por fastidiar al alcalde Kanichi Mangan (Takuya Fujimura), que todo lo que quiere hacer es inaugurar un nuevo edificio para atraer turistas. Un edificio que, lógicamente, viene con sus propias aguas termales.

Es así que Hot Spring Shark Attack comienza a incluir referencias bastante descaradas a todo tipo de filmes de terror y supervivencia, pero principalmente, a la clásica Tiburón (1975), de Steven Spielberg. No solo tenemos a un alcalde que no quiere que la actividad turística de su ciudad se detenga, sino también a un cazatiburones, a una científica que quiere preservar a la nueva agresiva especie del animal, y por supuesto, el uso deliberado de la clásica tonada compuesta por John Williams. Inoue ni siquiera intenta esconder sus inspiraciones, lo cual convierte a Hot Spring Shark Attack tanto en un producto sumamente original, como en uno previsible y muy basado en otras historias.
El resultado, entonces, es mixto, incluso para los fanáticos del cine trash. Ahora, es verdad que Hot Spring Shark Attack no pretende ser realista, y funciona básicamente con lógica de anime. Cierto personaje sobrevive al ataque de un tiburón, por más de haber estado varios segundos dentro de su boca, siendo masticado como si fuese un chicle barato. El tipo musculoso mencionado líneas arriba se llama Maccho (y sí, se pronuncia Macho; ¡no es italiano!) y es capaz de enfrentarse a cuanta criatura se le cruce en el camino, con pura fuerza bruta y a veces aguantando la respiración bajo el agua. Y el capitán de policía tiene la habilidad de escribir con su pistola; o, mejor dicho, de disparar y formar palabras en todo tipo de superficies con sus agujeros de bala.
Claramente, si lo que valoran más de una película es el realismo, están en el lugar equivocado. Este tipo de producción kitsch tiene su público, y ese tipo de audiencia debería salir más o menos satisfecha de algo como Hot Spring Shark Attack. Pero a la vez, y aunque no lo crean, no puedo evitar pensar que la película pudo ser incluso más loca. Pudo sentirse más como un anime con actores de carne y hueso, y ciertamente pudo incluir más elementos del cine de explotación: sangre, tripas y sexo. Lo que hay está bien —y de verdad que mueren varios personajes, tanto extras como secundarios—, pero ya sea por problemas de presupuesto o de tiempo, Hot Spring Shark Attack se termina sintiendo por momentos como una oportunidad desperdiciada.

No obstante, la película cuenta con sus encantos. Me gustó que los tiburones sean una mezcla entre títeres, muñecos de tecnopor (literalmente; se nota la textura del tecnopor en las figuras) y modelos digitales en 3D bastante decentes. Muchos de los efectos visuales parecen haber sido hechos a medias —a veces hasta la sangre tiene el color incorrecto, viéndose más naranja que roja. Y hay un bueno uso de maquetas, que debería dibujarle una sonrisa en la boca a cualquier fanático de Super Sentai o las cintas clásicas de Godzilla. Nada se ve creíble o siquiera bien hecho, pero ese es parte del encanto de una producción como Hot Spring Shark Attack.
¿Y las actuaciones? Exageradas, caricaturescas. ¿El desarrollo de la trama? Ilógico, desordenado. ¿La dirección de fotografía? Exageradamente digital y lavada, como si el filme hubiese sido grabado como una cámara prosumer y la corrección de color hubiese sido hecha en una sola tarde. Pero nadie ve algo como Hot Spring Shark Attack esperando un producto final limpio o siquiera bien editado. Lo que tenemos acá es cine trash puro, y aunque curiosamente me hubiese gustado que fuese incluso más trashy, lo que nos termina entregando es suficientemente divertido, ridículo y corto (¡la duración es de tan solo una hora y doce minutos!) como para distraernos durante una floja tarde dominguera. Es ahí donde radica la magia del cine: en la variedad, y en el que existan espacios y fanáticos para películas como Hot Spring Shark Attack.