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“La sustancia” (2024), el "body horror" y la belleza

Actualizado: 30 sept

La provocadora y nueva cinta de la francesa Coralie Fargeat resulta una crítica a la belleza en la industria fílmica mediante un body horror con filtro pop que peca de efectista.


Por Alberto Ríos                                                      CRÍTICA/CARTELERA COMERCIAL

Luego de un sorprendente debut con la cinta de rape and revenge conocida como Revenge (2018), la cineasta francesa estrenó en el más reciente Festival de Cine de Cannes La sustancia (The Substance). Esta es una película audaz, llena de excesos y body horror que trata sobre la industria de la belleza en el mundo del espectáculo, y que debido a su tratamiento cinematográfico basado en un erotismo con filtro pop y el uso desenfrenado de sangre, hará las delicias de algunos espectadores y el espanto de tantos otros.


Elisabeth Sparkle (Demi Moore) es una actriz cuyos mejores años de carrera ya pasaron. Tras ser despedida por un productor sexista y no poder conseguir más papeles por su edad, cae en una espiral de desesperación. Un día, sufre un fatídico accidente de coche que la lleva a una misteriosa empresa donde le ofrecen una sustancia que supuestamente te convierte en una mejor versión de ti misma. Decidida a recuperar la juventud que anhela, se inyecta este tratamiento experimental con el resultado del nacimiento de una versión renovada y joven llamada Sue (Margaret Qualley). Obligadas a intercalar una semana de conciencia, deberán aprender a vivir en equilibrio.


Una de las primeras escenas de la cinta resume de cierta forma el conflicto central de la misma: la estrella de Elisabeth en el paseo de la fama se va deteriorando con el paso del tiempo. Esa estrella es un reflejo de lo que se ha convertido la vida de la protagonista. Una fantástica y arriesgada Demi Moore se ve encerrada en su apartamento de lujo, abrumada por su despido de un programa de ejercicios debido a su edad. Sola, como una Norma Desmond postmoderna filmada con un filtro pop propio de películas como Barbie o Pobres Criaturas, se enfrenta al ocaso de su estrellato.


La película está construida como una sátira sobre los cánones de belleza a las que son sometidas las mujeres en el mundo del espectáculo, principalmente en lo audiovisual. En esto ejerce un rol brillante Dennis Quaid como el productor a cargo de la cadena televisiva en la que trabaja Elisabeth gracias a una actuación que raya en lo desagradable, mientras encarna una serie de elementos machistas y sexistas asociados a diversos magnates corporativos, tanto de la ficción como reales, llevados a los límites de lo paródico.

La protagonista, temerosa de enfrentarse a esa obsolescencia programada en la genética humana que es la vejez, decide someterse a este tratamiento experimental conocido simplemente como “la sustancia” que promete sacar “la mejor versión de uno mismo". Es a partir de este punto que la película ingresará en una espiral de mutilaciones, sangre falsa, fluidos, vísceras y otros elementos propios del body horror en cantidades tan desmedidas que hacen palidecer a las películas de Sam Raimi e incluso de  David Cronenberg. Aunque, de hecho, la cinta está llena de alusiones a la obra del canadiense, pero también a filmes como El resplandor, Carrie e incluido a novelas como Dr. Jekyll y Mr. Hyde y El retrato de Dorian Grey. De cierta forma La sustancia es tan referencial hacia otras cintas de terror como lo fue La La Land con el músical. Aunque los diversos homenajes, en su mayoría, se llegan a sentir menos forzados que en la cinta de Chazelle. Pese a los puntos comunes con otra directora de horror francesa como Julia Ducournau, aquí no encontraremos las sutilezas estilísticas de Crudo o Titane. Y es que el cine de Fargeat es el del desenfreno y el efectismo.


Margaret Qualley como Sue resulta ser una joven desencarnada, irreverente y conquistadora que fácilmente consigue reemplazar a Elizabeth en su programa de ejercicios, creando una versión modernizada y sumamente erótica del mismo. De hecho, la cámara de Fargeat adopta una mirada sumamente sexualizada sobre el cuerpo de Qualley, tanto que llega a ser tan repulsiva como las imágenes de mutilación más sórdidas que nos ofrece. Y es allí donde la cineasta recalca, en diversas ocasiones, que quien se encuentra detrás de la cámara (la del estudio de televisión), es un hombre que es parte de un sistema plagado por los abusos de la masculinidad. Es una cosificación utilizada como crítica a la propia cosificación. Ese lápiz grueso, lastimosamente, está presente en toda la película. Sin embargo, es en la puesta visual y sonora que la cinta logra mejor su propósito: montajes rápidos, planos aberrantes, uso de grandes angulares y un diseño sonoro lleno de fluidos y vísceras. Todo está diseñado para incomodar. Punto aparte para las prótesis, implantes y efectos prácticos utilizados a lo largo de la cinta.


Hacia el final, lo que podría haber sido una audaz crítica en clave de body horror acerca de los cánones de belleza busca aumentar aún más su propia apuesta y termina alargando diversos momentos que pudieron haber cerrado de buena manera la cinta. Fargeat quiere generar aún más impacto, ser aún más efectista y decide pisar el acelerador a fondo para llevar sus cuotas de sangre y mutaciones a nuevos límites, aunque bien es cierto que la cinta no se toma demasiado en serio a sí misma. Tal vez es ese el mismo tono que busca la cinta: el de lo incómodo y la parodia. El de los cultistas y los detractores. El de la fascinación y el escándalo. Y en medio de ese festival de gore histriónico y estilizado, la polémica es algo que definitivamente logra.



 

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