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"Nosferatu" (1922): los orígenes cinematográficos del vampiro

A pesar de las distintas versiones y adaptaciones del clásico vampiro, la película de F. W. Murnau, se mantiene vigente y ratifica su huella en la historia del cine por su representación expresionista del mal. 

Por Sebastián Zavala                                                                CRÍTICA / YOUTUBE

“Nosferatu” (1922). Fuente: Kino Lorber
“Nosferatu” (1922). Fuente: Kino Lorber

El vampiro, esa figura terrorífica sedienta de sangre, ha sido con frecuencia una representación de la sexualidad reprimida o de deseos incontrolables, considerados sucios desde una perspectiva tradicional y conservadora. Este monstruo ha estado presente en el cine desde sus inicios, aunque sus raíces se encuentran en la literatura, con Drácula de Bram Stoker (1897). No importa cuántos años pasen ni cuántos nuevos personajes surjan, siempre regresaremos al vampiro original: aquel que habitaba un castillo en Transilvania y se burlaba de los mortales con su icónica frase: “Yo no bebo… vino”.


Nosferatu, como personaje, no es más que otra versión de Drácula, solo que con nombre distinto. Para su clásico de 1922, el director F.W. Murnau tuvo que cambiarles el nombre a todos los personajes de la novela porque no contaba con los derechos de la misma para poder desarrollar una adaptación cinematográfica. Eso no lo detuvo, claro está, por lo que el filme terminó siendo prohibido y muchas de sus copias fueron destruidas bajo las órdenes de los herederos (incluyendo a la viuda) de Stoker. Pero nuevamente nada de eso detuvo al buen Nosferatu. Algunas copias sobrevivieron, y es por eso que todavía podemos ver la película más de cien años después, y casi de la misma manera en que fue estrenada originalmente.

 

El título original en alemán es Nosferatu, eine Symphonie des Graunes; es decir, una sinfonía del horror, pues, es la representación cinematográfica original del vampiro. Obviamente influenciada por el trabajo de Stoker, igual logra desarrollar imágenes, conceptos e ideas que poco o nada tienen que ver con la novela, y que terminaron influenciando a cientos de otros filmes de similar corte en años posteriores. No hay que retroceder más que hasta el 2024, de hecho, para encontrar una nueva versión de la misma historia; si ya han visto el filme de Nosferatu de Robert Eggers, encontrarán mucho que les resultará familiar en la cinta de Murnau. Después de todo, estamos hablando de la misma narrativa y los mismos protagonistas y antagonistas, solo que interpretados hace más de un siglo y en una película muda y en blanco y negro.

 

Vale la pena dejar en claro, entonces, que Nosferatu (1922) no es una película tradicionalmente terrorífica. Si la comparan a producciones contemporáneas (incluyendo al reciente remake) claramente saldrá perdiendo, pues la mayoría de trucos y recursos utilizados en filmes más modernos simplemente no existían cuando Nosferatu fue producida, una cinta que dependía más de las nuevas ideas conjuradas por Murnau, cineasta del expresionismo alemán que terminó inventando muchos conceptos visuales y narrativos que son utilizados en la actualidad en el cine. Como suele pasar con muchas producciones que inventan algo Nosferatu podría no funcionar para públicos modernos precisamente porque mucho del cine de vampiros que han visto fue influenciado por esta película. Por ende, poco de lo que ofrece resulta novedoso porque ya lo han visto en películas más modernas.


Si se acercan a Nosferatu considerando su contexto histórico y permitiendo que su atmósfera perturbadora los envuelva, es muy probable que terminen disfrutándola. Gran parte de lo que Murnau logró con esta película sigue siendo efectivo y, aunque no encaje del todo en la categoría del terror convencional, ofrece una experiencia inquietante, repleta de imágenes que permanecerán en la memoria por mucho tiempo. No por nada es una obra icónica: quien la ve no puede evitar quedarse con la silueta del Conde Orlok (Max Schreck) grabada en la mente, con sus ojos brillantes penetrando nuestras mentes.


Pero me adelanto un poco. Si han visto cualquier película de Drácula o el reciente remake de Nosferatu de Eggers, sabrán más o menos qué esperar narrativamente de este primer filme. La película se lleva a cabo en Bremen, Alemania, y al inicio, nos presenta al joven Hutter (Gustav von Wangenheim) siendo convencido por su jefe, Knock (Alexander Granach) de visitar al Conde Orlok en su castillo para que le venda un terreno en la ciudad. Knock, resulta, trabaja para el viejo conde, lo cual podría resultar un poco evidente considerando que la carta que le lee a su empleado no está escrita en inglés (o alemán), sino más bien en símbolos que podemos asumir son de origen satánico o al menos oculto.

 

Antes de llegar al castillo Hutter pasa por una posada donde todos los comensales parecen tenerle un medio terrible a Orlok y son incapaces de siquiera escuchar su nombre. Una vez que nuestro protagonista llega al castillo, se encuentra con un tipo de apariencia curiosa, aparentemente incapaz de salir de su hogar de día, y que se emociona cuando el chico se corta el dedo en el comedor, botando un par de gotas de sangre. Orlok es, pues, un vampiro, y uno que se empecina en seducir a la esposa de Hutter, Ellen (Greta Schröder), quien parece desarrollar una suerte de conexión con la criatura desde casa.

 

"Nosferatu" (1922). Fuente: MUBI
"Nosferatu" (1922). Fuente: MUBI

Nuevamente: la estructura general de la historia es previsible si es que han visto cualquier otra adaptación de la novela de Stoker, pero es en los detalles, más bien, donde Nosferatu brilla. Murnau no parece estar particularmente interesado en la trama, sino más bien en desarrollar una experiencia expresiva, más inclinada a sensaciones e imágenes impactantes que en coherencia narrativa. De hecho, el inicio del filme puede resultar algo lento para públicos modernos, y una vez que Orlok aparece, Murnau incluye escenas con personaje secundarios que hoy en día podrían resultar algo superfluas. Pero recuerden: Nosferatu estrenó hace más de cien años y en aquella época el espectador no contaba con los estímulos que tenemos hoy; había más paciencia para disfrutar de historias de ritmo pausado.

 

No obstante, la cinta obtiene una cantidad innegable de energía una vez que Orlok aparece, y más específicamente, una vez que se introduce en uno de los ataúdes llenos de tierra que viajan por barco a Alemania. Max Schreck, lógicamente, se ha convertido en una leyenda por interpretar a este personaje y no resulta difícil ver por qué. Orlok no funciona solo gracias a su monstruoso aspecto (con orejas largas, colmillos de conejo y uñas horribles), si no también gracias al trabajo de Schreck, quien le otorga una forma muy específica y poco humana de caminar y desenvolverse. Este vampiro no es una máquina de sensualidad y seducción; si bien hay un elemento metafórico sexual acá, como en la mayoría de historias de vampiros, este es transmitido a través de un personaje que se ve más como un muerto en vida, como una criatura asquerosa e intimidante.

 

Características, pues, que fueron conservadas para el remake de Eggers, pero a través de un diseño y aspecto totalmente distintos. Y aunque dicho cambió me gustó mucho, admito tener cierta debilidad por este diseño original, quizás un poco caricaturesco, pero no menos efectivo. Después de todo, Murnau tiene presente que su vampiro no es un caballero ni una persona regular; es alguien que se ha olvidado de cómo ser humano, y que contrasta perfectamente con el inocente de Hutter, aquella figura casi de querubín que es abusada por Orlok una vez que llega a su castillo. Lo que Nosferatu nos ofrece, entonces, es un claro contraste entre el bien y el mal; entre lo inocente y lo sexual; entre lo bello y lo horripilante, y entre lo joven y lo viejo.

 

No son conceptos súper originales, especialmente a la hora de caracterizar protagonistas y antagonistas para cine o literatura, pero igual funcionan muy bien acá. Y lo hacen, además, para que el público empatice tanto con Hutter como con Ellen, y quieran que derroten a Orlok de una vez por todas. Después de todo, y al igual que en versiones posteriores, el vampiro es acá relacionado, también, con la peste; con la muerte y las ratas y una enfermedad que termina por llegar a Bremen. Es por eso que muchos plantean que la historia podría ser interpretada como un cuento con moraleja, en donde los protagonistas inocentes y virginales tienen que derrotar a un monstruo pervertido y de carácter sexual, que además representa las enfermedades venéreas que tan comunes eran en la época victoriana.

 

Mucho se puede escribir, entonces, sobre la relación entre el sexo y el cine de terror, y la manera en que muchas producciones cinematográficas trataban de transmitir valores puritanos a través de historias de monstruos, criaturas y asesinos (por algo los personajes vírgenes solían ser los sobrevivientes en los slashers de los ochenta y noventa). Pero muy aparte de eso —y sin saber exactamente cuáles eran las intenciones de Murnau como cineasta—, Nosferatu también sirve como una gran representación del expresionismo alemán tanto a nivel de dirección de arte como de interpretaciones actorales y de cómo se hacía cine hace más de cien años. Es un producto de su época al cien por ciento, y lo más cercano que podemos tener —junto a otras producciones de la misma década, claro está— a una máquina del tiempo.

 

Claramente, un filme como Nosferatu no es para todo el mundo. No todos podrán soportar el inicio, las escenas de la segunda mitad de la historia sin el Conde Orlok, o lo previsible de la historia. Pero quienes estén interesados en los orígenes del vampiro cinematográfico, se encontrarán con una cinta todavía bastante inquietante, llena de imágenes poderosas e icónicas (Orlok despertando del ataúd, o su sombra siendo proyectada en la pared de la casa de Ellen) y actuaciones grandilocuentes y entretenidas. Entre lo influyente que fue para el cine de terror, y lo bien que funciona hoy en día gracias al trabajo de Murnau (quien innovó con técnicas que posteriormente se harían más comunes, como el entrelazado de escenas en diferentes espacios, o el montaje), Nosferatu es una película que nunca dejará de ser un clásico. Sí, los remakes de Eggers y Werner Herzog son extraordinarios, pero hay algo en la película original —muda, oscura, de ensueño— que nunca dejará de cautivarme.

 



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