"Orgullo y prejuicio" (2005): entre el deber y el deseo
- Marcelo Paredes
- hace 8 horas
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Tras veinte años de su estreno, Orgullo y prejuicio regresó a las salas de cine, reafirmando su lugar como una de las adaptaciones más memorables de la obra de Jane Austen. Con dirección de Joe Wright y una destacada puesta en escena, esta versión resalta las tensiones emocionales, los gestos contenidos y los dilemas sociales de su época. Esta crítica propone volver sobre ella, no para redescubrirla, sino para observar cómo se mantiene viva, incluso a contracorriente de ciertos gustos personales de quien escribe.
Por Marcelo Paredes CRÍTICA / CARTELERA COMERCIAL

Salvo contadas excepciones, como puede ser tal vez La edad de la inocencia (The Age of Innocence, 1993) de Martin Scorsese, nunca he sido muy fanático de los famosos “dramas de época”. No por algo en particular que me repele, sino simplemente por una cuestión de gustos. Por esa razón me había costado acercarme a esta película durante muchos años, ya que por más amada que fuera, no sentía esa urgencia de tacharla de mi lista de pendientes. Sin embargo, ahora, tras haber tenido la oportunidad de verla, y además en pantalla grande por su reestreno, debo admitir que quizá sí debería darles más oportunidades.
Por supuesto, aún tiene aspectos que me alejan un poco, como su exceso de romanticismo o ciertos momentos que se vuelven más melosos de lo que me gustaría. Aun así, en esta adaptación de la novela de Jane Austen debo reconocer que, a pesar de incurrir ocasionalmente en esos excesos, no deja de destacar por su potencia expresiva. Pero no por mostrar demasiado, sino por construir una expresividad que se basa en lo que se desea que ocurra, pero no termina de suceder. Esa tensión entre lo que se quiere y lo que no llega a concretarse me parece lo más interesante de la película.

Elizabeth (Keira Knightley), la protagonista, está dividida entre dos mundos: uno ligado a la libertad de amar, de pensar y de vivir como desea; y otro marcado por el deber, por las imposiciones que se ejercen sobre una mujer en la época en que vive. Esta dicotomía se refleja claramente en sus padres. Su padre representa la libertad, mientras que su madre encarna esa presión por asegurar un futuro económico, sin que necesariamente se priorice la felicidad de su hija. Es en este contexto que aparece el Señor Darcy (Matthew Macfadyen), un personaje inicialmente misterioso, a quien vamos conociendo progresivamente. Pronto descubrimos que no es tan diferente de Elizabeth. A pesar de ser un hombre con mayor poder de decisión, también está sujeto a normas sociales que condicionan sus actos.
La película muestra cómo ambos personajes son reflejos mutuos. En la medida en que avanzan en su relación, deben confrontar sus propios orgullos y prejuicios, tal como sugiere el título. Solo al dejar atrás esas barreras pueden empezar a vivir como realmente desean. La obra aboga por esa libertad de elegir, por la posibilidad de decidir sin someterse al juicio ajeno, y lo hace de forma efectiva. Lo interesante es que no lo logra a través de un discurso explícito, sino más bien desde los gestos, los espacios y las atmósferas que habitan los personajes.

A diferencia de otras películas como Mujercitas (Little Women, 2019), de Greta Gerwig, que enfatizan más sus mensajes desde el guion, aquí Joe Wright opta por apoyarse en los personajes secundarios, que equilibran bien lo dramático y lo cómico, y en su propia habilidad para retratar los espacios. La atmósfera cobra una gran importancia: la lluvia, el frío o el sol no son simples decorados, sino extensiones del estado emocional de los personajes. Cuando todo se consuma, el brillo del sol se intensifica con mucha más fuerza que al principio, cuando conocemos a Elizabeth en su mundo ordinario, antes de que todo cambie.
En resumen, ver Orgullo y prejuicio (Pride & Prejudice) por primera vez en pantalla grande fue una experiencia grata. Esta adaptación es un drama romántico solvente, que demuestra que no necesita apoyarse de una visión elemental del amor, contando con sus respectivos matices, ni apelar a un público en específico para funcionar como debería. Si lo consigue, es gracias a la organicidad con la que transmite sus ideas y a un uso muy acertado de los recursos cinematográficos.
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