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“Parásitos” (2019): entre zombis y fantasmas

Actualizado: 11 nov 2022

Este texto explora las cercanías de la última película de Bong Joon-ho, que triunfó ayer en los premios Óscar, con el género de terror. Se alerta al lector que este ensayo contiene spoilers.


Por José Carlos Cabrejo ENSAYO / CARTELERA COMERCIAL

Fuente: IndieWire


En el cine de Bong Joon-ho, la figura del monstruo es recurrente y posee varios matices. Puede ser un asesino en serie o una criatura acuática, pero también un cerdo inmenso y modificado genéticamente. Parásitos (Gisaengchung , 2019) es una comedia de humor negro, de mirada satírica de las diferencia sociales en Corea del Sur, que se acerca a esa misma figura, aunque a través de estructuras narrativas que de un modo muy sutil se aproximan al género de terror.


En el capítulo 5 de su libro Hollywood. From Vietnam to Reagan… and beyond, llamado “The American Nightmare. Horror in the 70s”, Robin Wood destaca que el tema central del terror es el vínculo que existe entre la normalidad y la monstruosidad, y que en ésta se actualiza todo aquello que la civilización reprime. En Parásitos, la humilde familia de Kim Ki-taek (Song Kang-ho) estafa a un hogar de gente rica al hacerse pasar por personas que se dedican a distintas ocupaciones: sea la de profesor, de chofer o de ama de llaves. La forma taimada e histriónica con que logran engañar a sujetos de un estatus socioeconómico alto los acerca a los personajes de la novela picaresca. Sin embargo, al apreciar el uso del espacio identificamos la cercanía con el terror.


La casa de los ricos aparece en encuadres sobrios, que muestran puertas de vidrio que permiten ver un jardín casi siempre iluminado por la luz del sol. Sus pasajes visualizados en marcada profundidad de campo son recorridos por travellings que acentúan su amplitud. Por el contrario, la familia pobre vive en un semisótano estrecho, de encuadres recargados por la ropa y los utensilios amontonados, así como por el moho de las paredes.

Fuente: CNN entertainment


Dichos encuadres se desplazan no para realzar el espacio, sino con el objetivo de seguir los limitados recorridos de los personajes. A veces, se tornan estáticos, para mostrar cómo tienen que armar cajas para una tienda de pizzas. En términos de Wood, si la familia adinerada se asienta en la normalidad, en una casa que da una vista apacible hacia el exterior, la de Kim Ki-taek está presa en la monstruosidad de ese espacio en el que pululan insectos mal olientes. El humo de la fumigación se introduce por sus ventanas, como si sus habitantes fueran meros roedores. Estamos ante personajes que por sus carencias son tratados de forma inhumana.


Su presencia en un espacio prácticamente subterráneo, en medio del hedor y la mugre, los acerca a la figura del zombi. No al creado por George A. Romero en La noche de los muertos vivientes (1968), que invade zonas urbanas para devorar seres humanos, sino al de La maldición de los zombies (1966) de John Gilling, por sus muertos vivientes esclavizados bajo tierra, para realizar trabajos forzados en una mina. La familia de Ki-taek se ve inicialmente obligada a realizar esas labores míseramente pagadas en un lugar signado, como lo diría Julia Kristeva, por lo abyecto: todo aquello que se encuentra en el dominio de la suciedad, de la basura, del cadáver, y que finalmente “perturba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los límites, los lugares, las reglas… [la abyección] es inmoral, tenebrosa, amiga de rodeos, turbia” (1988, p. 11).


Ello explica que dicha familia, al movilizarse hacia la casa de los ricos, lo haga teatralmente, por medio del disfraz y del guion bien aprendido. Toda marca de la abyección debe permanecer oculta, reprimida. Por eso mismo, al estilo de ciertos personajes del cine de terror, los pobres se hallan en una frontera: si los zombis oscilan entre lo que se encuentra bajo tierra y sobre ella, los fantasmas deambulan entre lo visible y lo invisible. En una escena, el hijo de la pareja adinerada confiesa haber visto a un espectro, quien no es más que la pareja de la primera ama de llaves que trabajaba para ellos, y que vive secretamente en el sótano de la casa. A pesar de su puesta en escena, estos personajes, enclaustrados por un sistema económico que los agobia, no pueden cruzar la frontera para siempre. Están sentenciados a tratar de escapar infructuosamente, una y otra vez, de lo abyecto.

Fuente: OC Movie Reviews


Lo sorprendente de la dirección de Bong Joon-ho es el humor con el que retrata la crudeza de una problemática social, que también se conecta con el terror. La prisión de lo abyecto está en esos gags de cartoon violentos y sangrientos, parecidos a los que se ven en las primeras películas de Sam Raimi y Peter Jackson. También en la edición, con el encuadre de la primera ama de llaves vomitando en un inodoro, que precede a otro en el cual el personaje de So-dam Park se sienta sobre la tapa de su propio váter, al tratar de contener las aguas residuales que se rebalsan. Si algo más comparten las familias de ambas mujeres es el circuito de sus desechos orgánicos.


La tragedia que ocurre en la fiesta del niño, cerca al final de la película, nuevamente tiene que ver con los olores. A la mitad del largometraje, Kim Ki-taek escucha que el padre del infante siente un olor extraño, similar a los trapos que son hervidos. Si algo más tienen en común los personajes pobres de Parásitos con los zombis son las prendas que huelen como objetos infectos. Ya en la secuencia de la celebración infantil, el falso chofer se enfrenta al hombre que pasó años encerrado en el sótano, quien emerge como un muerto viviente entre globos e invitados. Sin embargo, el personaje de Kang Ho-song impulsivamente acuchilla a su empleador una vez que aprecia cómo éste se incomoda con el olor que emite aquel hombre ensangrentado.


Es un acto olfativo que le recuerda la posición sucia, de marginación, en la que se encuentra. Por eso, y bajo una dinámica característica de muchas películas de terror, se da en el final aquello que Wood denominaba como la restauración de la represión: tanto Kim Ki-taek como su familia terminan nuevamente sujetos a espacios ubicados bajo el suelo, mientras el hijo sobreviviente sueña despierto con un futuro sin pobreza. Todo ello es filmado de un modo humano y conmovedor, trascendiendo cualquier maniqueísmo ideológico o propio de algún género cinematográfico.


La auténtica monstruosidad que presenta Parásitos no está interiorizada por los personajes. Más bien, está alojada en su arquitectura de extremos y hondas distancias, como la que se vislumbra en aquella escalinata, vertical y casi interminable, que conduce a toda una familia a seguir viviendo cerca del subsuelo, mirando sobre la tierra poco más que tachos de basura y restos de orín.


Referencias

Kristeva, J. (1988). Poderes de la perversión, México: Siglo XXI editores.

Wood, R. (2003). Hollywood from Vietnam to Reagan… and beyond. Nueva York: Columbia University Press.




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