En el marco de la Semana del Cine, toca comentar dos películas en las que la magia y las leyendas sacuden a pequeñas comunidades europeas. Dos protagonistas servirán de medio para hacer eco de las tradiciones.
Por Marcelo Paredes FESTIVALES / SEMANA DEL CINE
Tierras portuguesas
Alma Viva (2022), la ópera prima de Cristèle Alves Meira, cuenta la historia de un pequeño pueblo rural ubicado en Portugal, al que la niña de una familia asociada al esoterismo llega de vacaciones. Al poco tiempo, la matriarca, acusada por la gente del pueblo de ser bruja, fallece. Ello provoca una gran disputa familiar, mientras su espíritu persigue a su nieta recién llegada.
La película, ante todo, tiene como gran tema el de la pérdida, siendo esta vista desde una perspectiva infantil, lo que recuerda a otra historia de niños y fantasmas como Cría cuervos de Carlos Saura. En este caso, será el carácter constantemente observador de la protagonista que llevará estos sucesos por un filtro más ameno y juguetón, a pesar de que se encuentra en un escenario duro, hasta violento.
Así, lo que hace Alma Viva, mediante su manejo del fantástico, es reflexionar sobre la vida adulta, y los problemas a los que se enfrenta, que pueden ser en el fondo banales y distraer de asuntos más importantes. El acierto de la película está en cómo los personajes van interactuando entre sí, lo que revela, o radiografía, cómo es ese mundo en el que viven.
No obstante, si la película no termina de fascinar es porque sus virtudes son efímeras. Tal vez los breves 88 minutos de duración hacen que tanto lo familiar como lo mágico sean solo una visión acotada de un mundo ficcional más complejo. Además, al tener una mayor importancia la cuestión familiar, el asunto paranormal, a medida que avanza el metraje, se va haciendo más intrascendente, y desemboca en un cierre poco inspirado.
Aguas españolas
Si algo bien hace El agua (2022) de la española Elena López Riera es explorar la tradición. Lo que la película cuenta es que, en un pequeño pueblo en España, cada cierto tiempo, los ríos se desbordan, y se conectan con la creencia que cada vez que eso pasa una chica desaparece porque tiene “el agua adentro”. Es en esa situación que una joven, su madre y su abuela, no son bien vistas en la comunidad, al ser vinculadas a dicha creencia. Ello complica la situación sentimental de la protagonista con un muchacho.
Por un lado, están los vínculos juveniles que, al ser de nuevas generaciones, lógicamente tienen un menor arraigo a su pueblo y por supuesto a la tradición. Intercambian más de un diálogo sobre dejar el lugar por buscar mejores oportunidades. Estas interacciones lamentablemente dejan en exposición una primera gran falla de la película: el modo tan disperso y hasta carente de interés en que se presentan a los personajes.
Al querer ser un coming of age sobre la familia y el amor, recorre lugares muy comunes, que se hacen tediosos y no generan empatía alguna. Es ya con esa narrativa y actuaciones poco inspiradas que la idea inicial de la tradición va perdiendo mucha fuerza, desdibujándose para quedarse solo con metáforas simples y poco efectivas. Claramente, la cinta tenía un gran potencial en cuanto a su planteamiento, pero el peso enfático de su mensaje, más apegado a la actualidad, la hace olvidable.
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