Semana del Cine 2025: "Los inocentes" (2025): Lima (un día cualquiera)
- Gustavo Vegas

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La dirigida por Germán Tejada, adaptación del célebre libro de Oswaldo Reynoso sobre una collera limeña se pudo ver en la XI edición de la Semana del Cine de la Universidad de Lima.
Por Gustavo Vegas Aguinaga FESTIVALES / FESTIVAL DE CINE DE LIMA

Las desventuras de Cara de Ángel, Colorete, Carambola, el Príncipe y el Rosquita han vuelto a tener una nueva vida en el cine (fuera de segmento donde Pili Flores Guerra adaptó la historia de El Príncipe para Cuentos Inmorales de 1978, existe un cortometraje sobre Cara de Ángel que está escondido en YouTube), ahora de la mano de Germán Tejada. La película parte de la obra de Oswaldo Reynoso, pero toma su distancia y toma sus licencias. Así, se ubica en su propia versión de Lima, lejos de esos años 60 y quizá acomodándose en los espacios de una ciudad que parecen estar detenidos en el tiempo, cuya oscuridad da a luz a muchachos de adolescencias truncas.
Los jóvenes, casi por naturaleza, muestran esas ansias rebeldes y contestatarias, aunque el añadido de la “escena” (cultural) underground punk se queda por momentos más en el dibujo y caricatura de esa subcultura antisistema. Es el sueño inocente (vaya) de dos chicos. De este encuentro con la inconformidad resulta más interesante el halo de interés homoerótico que brota en Cara de Ángel que su postura frente a los políticos. De este modo, Johnny es el catalizador de los impulsos hormonales del protagonista en mayor medida que de su espíritu contestatario, aunque de algún modo estos dos elementos bien podrían ir de la mano.

Reconozco que en el cine no todo es metáfora y subtexto. Sin embargo, Los inocentes insiste con sus propuestas sobre las ratas, los zombis y demás. En uno de sus momentos oníricos, vemos a Cara de Ángel mostrar su disgusto consciente e inconsciente frente a las instituciones gubernamentales y poderes del estado; es decir, cómo se “caga” en ellos. La película nos lo muestra literalmente: el chico pujando sobre un water frente al Palacio de Justicia. Entiendo y comparto el disgusto frente al sistema judicial, pero no la falta de sutileza. Claro que, como todo lo escrito, se trata de una preferencia personal. A veces el mensaje directo llega a ser más efectivo.
De la misma manera, reconozco que resulta injusto juzgar a la película teniendo la idea del libro en la cabeza. Sin que sea de plano meritorio, existe cierto atrevimiento de parte de Tejada en el hecho de despegarse de los relatos de Reynoso. No tiene por qué seguir al pie de la letra la publicación de 1961, aunque por momentos uno se pone a imaginar esa posibilidad. Pienso en uno en particular, con respecto al final del libro con la historia de Rosquita. Reynoso cierra su obra con una de las mejores frases de la historia de la literatura peruana. En la película se desaprovecha y se resignifica a ser parte de otra canción punk que forma parte del mensaje insistente de rebeldía. Aunque ahora se dice gritando, paradójicamente se le priva de emoción. La inocencia de aquella gran frase se mantiene, pero se le despoja de ternura y da paso a la ingenuidad.

No es sorpresa que, en su medida, llamen un poco más la atención las interpretaciones de actores más curtidos como José Concepción Macías (el viejo) o Beto Benitez (Choro Plantado). Los de la collera se perciben más creíbles (¡más reales!) en sus silencios, en los ceños fruncidos y caras largas de jóvenes reprimidos y enojados con la vida. El reparo está en el habla. Muchas frases cargadas de intención pierden peso por la forma en que están dichas. Lo mismo con los insultos, frases cómicas o tiernas. Los diálogos se uniformizan a tal punto que una mentada de madre no significa absolutamente nada. Inclusive, el “pendejo” peruano (palomilla, aprovechador) se intercambia por el “pendejo” mexicano (idiota, inútil).
No son las anteriores las únicas cuestiones que saltan a la vista a partir del guion. Por momentos, peca de desconfiar en el entendimiento del público. Por ejemplo: hay una escena donde Cara de Ángel no se siente lo suficientemente varonil y ello lo lleva a alzarle la voz a su madre y tratarla muy mal. Se comprende perfectamente desde la primera acción, pero introducen una segunda que en vez de reforzar la escena, la entorpece: la madre mira al hijo y, entre pregunta y reclamo, dice (estoy parafraseando): “¿por qué me hablas así? ¿Eso te hace sentir más hombre?”.

Asunto similar es el del principio con la camisa roja. Hay un plano que valoro bastante: Cara de Ángel frente a la vitrina cuyo reflejo genera una suerte de fundido encadenado real, su rostro encima de la prenda roja como si la tuviese puesta. Se entiende la figura y la fantasía y el deseo. Acto seguido hay otro plano (acompañado de una amalgama de sonidos propios del ensueño) de él con la camisa puesta. Resulta redundante. Como diría Manos Voladoras: “yo siempre, siempre digo lo que pienso, lo-que-pien-so-y-na-da-más”.
Como mencioné líneas arriba, la película saca a flote sus mensajes, ideas y posibles metáforas y las pone en su propia superficie. De ahí a que no se profundice realmente en los personajes, salvo Cara de Ángel, y que esto se haga mediante gestos: el lápiz labial, el torso de Johnny, el beso de Gabriela, el robo y demás. Viñetas de un tránsito accidentado. Lo mismo con la ciudad y sus espacios. Lo mismo con su inocencia y su tristeza. Aquel asunto alcanza su punto más alto lejos de la insistencia explícita y ubicándose más en los insertos: Cara de Ángel correteado por los demás en medio de un arenal, tal como lo persigue el rol viril que ha de cumplir.

Hay elementos que rescato, como el problema de identidad. Él quiere pertenecer, pero dicho premio es ultimadamente un castigo. Es decir, mantenerse al margen de la collera lo condena a la burla, a la “falta de hombría” (por ende, falta de “gilas”), a la invalidez. Adentrarse en la collera, pertenecer, lo condena a las consecuencias del mundo real, de la adultez que tanto añoraba. Allí, aunque lo veamos solamente hacia el final, existe una construcción interesante. Adhiero el papel de el Rosquita, convincente en su indeleble ternura y anhelo de ser más grande. Por otro lado, valoro también la idea de que, a su modo, la pérdida de inocencia es atravesada también por las mujeres y lo vemos en sus charlas sobre hombres, sexo y demás.
En fin. La película evidencia que resulta una tarea enteramente titánica adaptar un clásico de la literatura nacional, mientras que apunta sobre los ideales de masculinidad que siguen vigentes. Por momentos es evidente que prioriza su propuesta estética por encima de sus pulsiones narrativas y se vuelve más forma que fondo. Más ingenua que inocente. Palabras mayores, tal vez. Me quedo con ese Cara de Ángel final y la pérdida de inocencia que se traza como únicamente un viaje de ida: ya nadie lo persigue, pero igual corre perseguido y sucio, sucio, sucio.

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