Semana del Cine 2025: "Resurrección" (2025): los sueños del cine
- Alberto Ríos 
- hace 5 horas
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La más reciente cinta de Bi Gan es un viaje onírico por la historia y el futuro del séptimo arte; se proyectó en la 11 Semana del Cine Ulima.
Por Alberto Ríos FESTIVALES / SEMANA DEL CINE

Bi Gan inicia Resurrección como un viaje-homenaje al cine mudo. En un mundo donde la clave para la inmortalidad está en no soñar, y los soñadores (o Fantomers) están destinados a morir, el cine se convierte en una forma de manifestar la creatividad y las emociones. Una mujer busca rescatar a su hijo, un soñador. Para lograrlo, recorre un centro para fumadores, con texturas que remiten al expresionismo alemán. Desde allí comienza una secuencia que homenajea Viaje a la Luna (1902), Nosferatu (1922) y las cintas de los Lumière. Todo lo presentado recuerda al cine del periodo silente: las actuaciones exageradas, los decorados de cartón, el uso de intertítulos y el manejo de la cámara fija.
El protagonista sueña durante cien años, antes de morir. Esos sueños están representados por un rollo de cinta que el Fantomer lleva en su cuerpo, el cual funciona como un proyector. A través de sus sueños veremos desfilar distintos géneros: el noir (con una secuencia de espejos que evoca El tercer hombre de 1949 y Le Samouraï de 1967), una visita a un templo (con ecos de Kim Ki-duk), una buddy movie con estafa al estilo de Kitano, y una historia final que sigue a una pareja ante el cambio de siglo mediante un espectacular plano secuencia que remite a Wong Kar-wai, al cine de la Nueva Ola taiwanesa y que concluye en un viaje en barco con detalles de Amanecer de Murnau de 1927. Así, la película se construye como una mirada al cine (principalmente asiático), una reflexión sobre su pasado, su presente y su futuro.

Como en las obras anteriores de Bi Gan (Kaili Blues y El largo viaje hacia la noche), estamos ante un viaje donde lo importante no es la historia ni el destino, sino los sentimientos, sensaciones e ideas que se expresan a lo largo del recorrido. El cineasta chino abre la película con los espectadores de una sala mirando hacia la cámara, como si pudieran reconocernos al otro lado de la pantalla. Es una exposición sobre la necesidad de contar historias, de narrar, y sobre cómo un mundo sin cine está condenado a la oscuridad. Es preferible morir que vivir sin soñar, sin arte, sin cine. El sueño no solo es un mecanismo de supervivencia personal, sino un acto de preservación cultural. Si no se sueña, muere el cine, muere la imaginación colectiva. Por eso, el film puede leerse como una alegoría de la desaparición del arte en una era saturada de imágenes vacías.
En Resurrección, Bi Gan lleva su exploración visual a un territorio de hipnosis pura, donde la cámara se convierte en un cuerpo que flota, atraviesa paredes y se desliza entre reflejos y espejos, transformando el espacio en un continuo donde ya no hay distinción entre lo real y lo onírico. Bi Gan busca encarnar el artificio: su cámara es la conciencia del soñador y del espectador a la vez, recordándonos que ver cine es también soñar, y que en ese sueño se juega la posibilidad misma de seguir contando historias. A lo largo de ese viaje Jackson Yee encarna 4 versiones distintas del Fantosmer. Su presencia se pone al servicio de los demás habitantes de su sueño: un detective (en el noir), un espíritu (en el fragmento en el templo), una niña que quiere ver el mar (en la buddy movie) o un vampiro que quiere ser libre (en la secuencia final). El protagonista realmente no busca nada, funge como un “proyector”. Su presencia nos permite conocer las historias, “proyectarlas” si se quiere.

En la quinta historia, Bi Gan adopta el ritmo de un plano secuencia prolongado que sigue a una pareja a través de una ciudad en transformación, con ecos directos de Fallen Angels (1995) y la estilización nocturna de Wong Kar-wai. La cámara recorre espacios saturados de neón y humedad. Al mismo tiempo, la secuencia introduce la máxima godardiana según la cual, para hacer una buena película, solo hace falta una chica y una pistola, mientras reescribe la figura del vampiro desde el desencanto posmoderno. En lugar de la sed de sangre, lo que queda es la sed de imagen, de presencia. En esa fusión de géneros y relatos, Bi Gan transforma el artificio romántico y el cine de vampiros en una reflexión sobre la fugacidad del amor y la persistencia del cine: aquello que, aún condenado a repetirse y donde cada vez la creatividad parece más difícil de alcanzar, sigue buscando una forma de reencarnarse en la luz.

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