Semana del Cine 2025: "Romería" (2025): la (re)construcción del recuerdo
- Mariano Soto
- hace 23 horas
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Después de su paso por el Festival de Cannes, Romería (2025), la más reciente cinta de Carla Simón fue exhibida en la muestra internacional de la Semana del Cine. Su interesante filmografía que explora pasajes autobiográficos de la directora se ve complementada por esta cinta que mezcla su lado más realista con su más reciente trabajo experimental.
Por Mariano Soto FESTIVALES / SEMANA DEL CINE

La obra de Carla Simón pareciera seguir una secuencia lógica, una cinta que se alimenta de lo anterior y va en progresión. Para muestra, Romería (2025). Su nueva película sigue la escalada en su búsqueda autobiográfica, con el foco en la sensorialidad, el realismo y la representación del recuerdo, pero también añadiendo los retazos que experimentan con material de archivo y la voz en off en sus trabajos cortometrajes. En ese sentido, funge como una continuación de esa exploración por la memoria vista en Estiu 1993 (2017) y la anécdota familiar en Alcarrás (2022), ya no partiendo desde la inocente curiosidad de una niña, sino desde la álgida indagación de una joven.
En Romería, se aparta de las costas de Barcelona, y en cierta parte del catalán, para saltar a las playas de Vigo y al acento gallego. Eso sí, nunca se despega completamente de sus raíces, presentes durante la cinta. Previamente se había explorado el lado materno de su familia, mas aquí, indaga en el pasado de la familia su padre de la mano de Marina, una increíble Llúcia García. Simón explora los recovecos de una memoria incompleta, pues, a diferencia de sus otras cintas, su personaje está buscando aprender sobre su difunto padre. Conocerlo a través de la anécdota, de lo que no se cuenta, y así, Marina va descubriendo a la par del espectador.
Con su particular estilo, y ahora de la mano de Hélène Louvart en la dirección de fotografía, regresa a esos pasajes sensoriales de su cine, transmitiendo el calor de la playa y el mareo de un viaje en bote, acaparado por el inmenso azul que se come las pantallas, presente en el agua, las baldosas, las vestimentas, paredes, y un gran etcétera, únicamente contrapuesto por el rojo del vestido de Marina, heredado de la tela de la ropa de su madre. Un detalle no menos importante es la presencia de la directora de foto, antes colaboradora de Agnes Varda (Las playas de Agnes, 2017) y Alice Rohrwacher (Lazzaro feliz, 2018; La quimera, 2023), quien se caracteriza por ese mismo estilo sensorial y su capacidad para construir entre la potencia y la delicadeza. Su llegada significa una evolución en el tratamiento visual de Carla Simón, elevando sensaciones y alcanzando algunas de las mejores imágenes de su filmografía.

El realismo con el que se trata la cinta se fragmenta con la aparición de fragmentos filmados con una videocámara. Su tratamiento del relato conocido por encarnar el recuerdo se ve interferido por el recuerdo mismo, por decirlo de alguna forma, con los injertos visuales acompañados de cartas de su madre leídas en catalán. El salto de sus cintas más lineales como Alcarrás se hereda de sus más recientes cortometrajes como Correspondencia (2020) en codirección con Dominga Sotomayor, o Carta a mi madre para mi hijo (2022) en donde se experimenta con el metraje de archivo y la voz en off para reconstruir el recuerdo y dirigirlo hacia su lado más poético. En Romería, se crea un diálogo entre dos líneas temporales: las cartas de su madre, el pasado, y las grabaciones de la handycam, su presente, ese en el que Marina indaga sobre su padre. Esa dialéctica no ofrece respuestas, sino que empiezan a complementarse los relatos, lo que su madre decía y lo que Marina descubre, ayudando en su periplo por reconstruir el recuerdo.
Su viaje a Vigo tiene como objetivo obtener el apellido de su padre para poder acceder a una beca; sin embargo, la formalidad es excedida por la necesidad, el foco está en la búsqueda de su identidad, una reconstrucción sobre un lienzo vacío, únicamente llenado por anécdotas y habladurías. Aquí, se lleva el choque de realidad, el contacto con su lado paterno desenmascara las viles prácticas para mantener las apariencias, en donde su padre era ocultado por vergüenza. Del mismo modo, el lado más desafortunado sigue con la aparición de Iago (Alberto Gracia, también director), otro familiar afectado por la drogadicción que es relegado por la familia. Se plantea el choque de clases, la indiferencia y desapego de parte de la adinerada familia de su padre, en contraposición de la de su madre, de los campos de Barcelona, visto en sus cintas anteriores. Así se plantea una figura antagónica en su madre biológica desde la perspectiva de su familia paterna. Simón recalca la importancia de la identidad, antes construida desde el recuerdo y ahora (re)construida desde las confesiones. No niega ninguna de sus raíces, incluso, llega a recalcar su apellido catalán, el de su madre.

Una secuencia que recuerda al mismo Lewis Carroll y su Alicia en el país de las maravillas, trae una ruptura en la narrativa. Marina sigue a un gato que la lleva hasta lo alto de un edificio en donde se encuentra con el recuerdo de sus padres. La cinta, entonces, viaja en el tiempo hacia el recuerdo de sus vivencias, sus diarios se materializan, sus historias son representadas a partir de un recuerdo que no existe, Marina lo formula desde lo aprendido, y reemplaza los rostros de sus padres con el suyo y el de su primo Nuno (Mitch). Este carácter más alegórico y onírico, sin apartarse de su característica sensorialidad, viaja de ida y vuelta por el romance y la decadencia de la drogadicción. Crudeza y ternura que desembocan en una magistral escena de baile, coreografía que termina de romper por completo el realismo que se había planteado, y que, además, resulta novedoso en el cine de Simón.
La directora catalana ya se había planteado con anterioridad la idea de ser madre y cineasta a la vez en sus cortometrajes mencionados, pero ahora, indaga en una respuesta que quedaba vacía: ¿cómo ser hija y cineasta sin conocer tu pasado? La intervención de Marina con su cámara que lleva a todas partes devela la curiosidad y la vocación por la labor cinematográfica. El alter ego de Simón pasó de una pequeña Frida (Laia Artigas) en Estiu 1993, rodeada de temores y entregada al descubrimiento desde una inocente mirada infantil, a una joven que indaga, que no pierde la curiosidad, pero la enfrenta con la verosimilitud que le ofrece su cámara. Carla Simón devela cómo el cine interfirió en su autodescubrimiento, en su pasado, en sus raíces, y Romería permite entender con más claridad el porqué de tan grande homenaje que viene rindiendo desde que empezó su carrera. Sin dudas, se siente una evolución en su estilo y se trata de una de las mejores entregas de este 2025.

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