"Tardes de soledad" (2024): ritual y estética de la muerte
- Gustavo Vegas
- hace 2 minutos
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El cineasta español Albert Serra estrenó su nueva película, un documental sobre la faena y el trabajo del torero peruano Andrés Roca Rey. Se trata de un acercamiento especialmente crudo a la tauromaquia.
Por Gustavo Vegas Aguinaga CRÍTICA / VIDEO ON DEMAND

Tardes de soledad es lo último de Albert Serra y de buenas a primeras llama la atención que aborde la tauromaquia. Dice el cineasta español que su película no busca asumir una postura política al respecto para dejar que sea el espectador quien lo haga. Quizá no sepa que no asumir una postura política es, paradójicamente, hacerlo. En fin. Resulta curioso esto pues desde el inicio hay imágenes potentes que nos posicionan doblemente en el rol del espectador (y hasta del torero). Vemos un toro en medio de la noche respirando agitadamente y pareciera mirar hacia la cámara, como si rompiese la cuarta pared, como si nos mirase a los ojos, como si fuésemos nosotros quienes vemos la película, pero también estamos ahí en las gradas para presenciar su muerte. Como si nosotros fuésemos el torero que le hará desangrarse y se llevará sus orejas como trofeo.
Serra cree ser un simple mensajero entre lo que ocurre en las plazas y nosotros. No es así. Ya el hecho de decidir contarlo es posicionarse de alguna manera, pues hacerse el ciego ante la barbarie no es sino complicidad. Claro, nos deja elaborar nuestros propios juicios, pero sería totalmente ingenuo creer que él no los tiene. Tampoco creo que él mismo se ponga una venda, sino que cree tener una tarea más importante: explorar esta disciplina (arte, para algunos) desde la triste mística de Andrés Roca Rey, torero peruano radicado en España que para muchos es el número uno. Así, se empieza a generar un gran contraste que en principio lo elaboran la figura casi divina de Roca Rey y el toro trémulo de madrugada que anticipa su muerte, casi como Jesucristo en el huerto de Getsemaní. La dimensión religiosa lleva un peso considerable, además. La exploraremos más adelante.
El inicio de la película va en esta misma línea. Tras tener al frente a la gran bestia negra, una suerte de match-cut nos lleva al rostro de Roca Rey. Un cara a cara hecho en la sala de edición. El torero, siempre al centro de la toma en el carro, habla con sus compañeros de nimiedades y otros personajes del mundo de los toros. Así es su cotidianeidad, una tranquilidad aparente previa al encuentro con el animal en esa danza de muerte. La colocación de Roca Rey al medio de estos encuadres no es solo para explicitar su rol protagonista, sino para evidenciar su presencia magnética y cómo el resto de hombres orbitan a su alrededor, estableciendo su figura de astro. Serra analiza así la masculinidad y sus manifestaciones dentro de la tauromaquia.

Fuera del ritual sanguinario, existe también el ritual personal del torero. La pomposa hombría que exhibe frente a las bestias coexiste con la delicadeza en la que otros hombres le ayudan a colocarse las mallas ceñidas, le limpian las heridas, le mojan el cuerpo para refrescarse y lo alaban incansablemente, con una mezcla de amor y afecto desmesurados. Es como un santo para ellos, por lo que al ser el quien oficia esa ceremonia encarnizada, se vuelve todo un acto sacro, solemne. Roca Rey se persigna desnudo frente a una imagen de la Virgen María, limpio de sangre y de impurezas. Así, pide la santa bendición para dar muerte y espectáculo. Allí se resume la idea que transmite el documental de la tauromaquia: un ritual de sangre y la estética de la muerte. No son gratuitos los encuadres bien logrados, la atmósfera construida a detalle, la edición pulcra, un producto en conjunto imponente. Serra saca provecho del atractivo y la factura de la película para cuestionar nuestro rol de espectadores. Volvemos al inicio: nosotros también ocupamos las gradas de esa plaza.
En este sentido, es interesante cómo la cámara se engolosina con Roca Rey y sus movimientos soberbios casi de baile. Aun cuando es corneado y sangra, resurge y resulta triunfante. Entra a tallar de nuevo la dimensión religiosa: debe dejar un poco de su sangre para cobrar la del toro, ha de expiar sus pecados a través de sus heridas para darle la gran satisfacción a la gente. Mientras más cerca de la muerte está, más dulce es toda la sangre y más calientes los vítores. Roca Rey es capturado como un verdugo elegante y lo acompañan planos detalles de sus espadas y varillas, sus herramientas de muerte. En contraparte, los toros son retratados casi con indiferencia, como si sus heridas no dolieran o si toda la sangre que chorrea de sus lomos fuese a satisfacer a un coloso lleno y sediento de más carnicería.
De este modo, Serra coloca una breve secuencia del torero respirando bastante agitado y nos recuerda a los planos de los toros en la misma acción. Busca así compararlos, ponerlos de igual a igual, a sabiendas de que el enfrentamiento no se rige bajo la mismas condiciones para ambas partes, pues el toro es apaleado y maltratado previamente, y el “chiste” del evento es que se desangre en total humillación de olés y más. Se contrastan los finales de las faenas también: el torero alabado sin cesar y el toro muerto arrastrado por la arena. No es uno, entonces, la contracara del otro. Pese a esto, destaco cómo Serra busca enfatizar esta idea y para ello emplea la profundidad de campo: Roca Rey y el animal frente a frente generan una imagen conjunta, casi fundida, donde el cuerpo del hombre aparece entre las astas del toro. Bajo la idea de “humano vs bestia/naturaleza”, el director deja que los unifique esta imagen entre amenazante y heroica.

Serra se halla bastante cómodo en el contraste entre un acto tan sangriento y visceral como la tauromaquia y la forma solemne y artística en la que lo filma, con la violencia ceremonial en primer plano. Allí también gana la película: se centra con muchas ganas en Roca Rey y pareciera no despegarse de él. Serra le regala toda una escala de planos, desde el conjunto con el toro, hasta el primer plano, pasando por enteros, medios y americanos, todos en donde se exhibe su destreza y belleza, ese halo de finura con la que derrama sangre. Los encuadres lo encierran en su faena, lo confinan al terreno de la bestia y lo dejan, como anticipa el título, en soledad. Por lo mismo, son estos planos los que, centrados en su figura, lo establecen como héroe y, para darle misticismo, por momentos dejan solamente la cabeza del toro dentro de la toma, como si Roca Rey fuese Teseo enfrentándose al minotauro.
Fuera de mi postura antitaurina que baña, por supuesto, esta crítica, reconozco los méritos del documental. Llama la atención también esa violencia gráfica pues nos interpela como audiencia al saber que toda esa sangre es real. No hay nada de ficción en estas muertes y los toros no regresarán a despedirse del público. Serra acentúa esta violencia con la saturación de la imagen que potencia todos esos tonos rojizos, como los del traje de Roca Rey (y también las prendas negras que lleva, como un ángel de la muerte), sumados a los detalles color oro de su ropa, una estética dorada del espectáculo ensangrentado.
Finalmente, lo que más resalta del documental es la sabia decisión de no incluir en los encuadres (casi todos) al público de las gradas y mantenerlos únicamente presentes a través del sonido proveniente del fuera de campo. Roca Rey está solo, sí, pero su audiencia ahora no son ellos, sino nosotros, quienes asistimos al evento a través de la pantalla y logramos incluso tener una experiencia todavía más cercana gracias a las cámaras y micrófonos que captan todo lo que pasa. Una de las últimas imágenes de Tardes de soledad condensa bien sus ideas: Roca Rey, triunfante, alza el dedo en señal de ser el número uno, pero su índice está bañado en sangre.
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